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viernes, 27 de julio de 2012

VOLVER A CASA.

Hacía quince años que Juan se había ido del pueblo.
Había cumplido su sueño de ser escritor. Después de permanecer un largo tiempo en el anonimato, sus libros se empezaron a vender y al fin había terminado por hacerse relativamente famoso.
Viajó a dar charlas sobre su obra, invitado por universidades extranjeras y en una de ellas, dictó un curso sobre Literatura Latinoamericana.
Ahora, estaba de vuelta en Santiago y un día, sin saber cómo, empezó a sentir nostalgia de su casa.
Se había mantenido ajeno a su familia durante todos esos años.
Por alguien que viajaba al pueblo constantemente, había sabido de la muerte de su padre, hacía ya diez años.
No sintió dolor. Era natural que muriera, ya estaba viejo...Y el recuerdo de la amarga discusión que había tenido con él y que gatilló su partida, aún permanecía vivo en su corazón.
Esa misma persona, años después, le informó de la muerte de su joven hermana.
¡Nelly! ¡Su única hermana, a quién de verdad había querido!
Lloró a solas y los recuerdos de su infancia inundaron su alma, como una marea incontenible.
Pero, ni aún así pensó en volver.
Aquella noche, su padre le había exigido que estudiara una profesión. Quería que fuera abogado, como su abuelo.
-¡No quiero que te pases la vida en un empleo fiscal, como yo! Contando el dinero para llegar a fin de mes, soportando la tiranía de los jefes y los malos modales del público...
-¡Pero, papá! ¡Yo quiero ser escritor!
-¿Y quién te dice que tienes talento? ¡Terminarás en la miseria!
La discusión subió de tono.
La madre vino desde la cocina y Juan la vio parada en el umbral, retorciéndose las manos con impotencia y sin atreverse a sacar la voz para apoyar a su hijo.
¡Siempre había sido así! La palabra del padre era ley en la casa y ella siempre había agachado la cabeza, sin decir jamás lo que sentía o pensaba.
Terminaron gritando y su padre salió del comedor, dando un portazo.
Esa misma noche, Juan preparó su maleta y al amanecer, sin despedirse de nadie, abandonó la casa.
¡Nunca pensó que pasaría quince años sin volver!
Ahora, la nostalgia lo atormentaba. Se veía recorriendo otra vez las calles del pueblo, llegando hasta la puerta de su casa.
Sentía que debía ver a su madre una vez más, antes de que fuera demasiado tarde. Pero, no se decidía, y se le iban los días en esa estéril lucha entre su corazón hambriento y su mente que el tiempo había vuelto fría.
Una noche soñó que regresaba.
Se vio recorriendo las calles ¡tan cambiadas! que apenas las reconocía.
Estaba anocheciendo y se había bajado del tren con una maleta. Una fina garúa humedecía su frente.
Sus pasos lo llevaron sin vacilar hasta la casa paterna.
La habían pintado de otro color y con sorpresa vio en la ventana un aviso que decía "Se arriendan piezas"
¿Tan escasa de dinero estaba su madre que había trasformado el que había sido su hogar en una casa de huéspedes?
Tocó el timbre y después de unos minutos se abrió la puerta con cautela. En el umbral apareció una anciana de rostro desconfiado, que lo miró especulativamente.
-¿Qué desea, señor?
Se quedó atónito. ¡Su madre no lo reconocía!
Vaciló un instante y luego dijo, con voz ronca:
-Quiero una habitación para pasar la noche.
Ella lo condujo hasta la pieza que había sido su dormitorio. No vio su mueble de libros ni su escritorio. Sólo una cama extraña, un velador y una silla junto a la ventana.
-Se acostumbra pagar por adelantado, si no le molesta...
Lo dejó solo y Juan se tendió en la cama, sin desvestirse.
Cayó la noche y la pieza se llenó de sombras. A lo lejos, la campana de la iglesia desgranó sus notas melancólicas.
De pronto, escuchó la voz de su hermana muerta:
-¡Juan! ¡Juan! ¿Por qué has vuelto?
Pasó junto a la cama y el roce de su vestido emitió un leve rumor.
Juan se incorporó y la vio sentada en la silla, junto a la ventana.
La luz del farol de la calle iluminaba débilmente sus cabellos, pero su rostro permanecía en la sombra.
  -¡Juan!- repitió ella con voz queda- ¡Es demasiado tarde para volver!
Despertó sobresaltado.
Recordaba nítidamente cada detalle de su sueño. El rostro de su madre, inexpresivo. Sus ojos cautelosos y suspicaces, que lo analizaban sin reconocerlo. Y la voz de Nelly, susurrando en las tinieblas de la pieza extraña:
-¡Es demasiado tarde para volver!
Era lo que necesitaba para decidirse. Preparó una maleta y tomó el tren de la tarde.
Anochecía cuando pisó el andén y una llovizna helada humedecía su frente.
Recorrió las calles ¡tan cambiadas! que apenas las reconocía.
Al principio, una alfombra de hojas secas crujía débilmente bajo sus pies. Luego, la lluvia la humedeció rápidamente y la convirtió en una masa descolorida y lodosa, que no emitía ningún rumor.
Se detuvo en la vereda, frente  a su casa. Vio que la habían pintado de otro color y con  sorpresa, comprobó que en la ventana había un aviso que decía: "Se arriendan piezas".
Se quedó sobrecogido de angustia, parado frente a la puerta, y no se atrevió a llamar.

1 comentario:

  1. Triste cuento. Y comprendo que el personaje se quede sin atreverse a llamar, porque nada bueno iba a encontrar. A veces las personas se desentienden de los más cercanos por desacuerdos que podrían evitarse. También están los que luchan por arreglar relaciones y sólo topan con muros.
    Felicidades por tu blog, Lillian.

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