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jueves, 25 de agosto de 2011

SU PRIMERA NOVELA.

Julio había pasado muchos meses llamando inútilmente a aquel editor. Cifraba todas sus esperanzas en él y en esa pequeña editorial que buscaba nuevos talentos. ¡Si lograra hacerle llegar el original de su novela!
Ya había probado a través de Internet sin recibir respuesta. Sospechaba que no había logrado atravesar la barrera de alguna secretaria insensible o algún censor malhumorado. Sus llamados corrían igual suerte, pero Julio no cejaba.
Hasta que un día consiguió, no sabía por qué vuelco del destino, que el editor en persona contestara su llamado.
Se deshizo en disculpas. Aseguró que no había recibido sus correos, pero si Julio tenía la bondad de pasar esa tarde por su casa, podría atenderlo. ¡Que le llevara sin falta su novela!
Julio no podía creerlo. Sintió que pisaba el umbral de su destino. Automáticamente olvidó sus meses de desaliento y de inútil espera.
Pasó la tarde en ascuas y a las diecinueve, la hora fijada, tocó el timbre de la casa. Al principio, nadie respondió y alcanzó a sentir que su corazón se paralizaba. Luego, unos pasos rápidos y la puerta se abrió, mostrándole un salón iluminado.
Pronunció el nombre del editor y la mucama, tomando su abrigo, le franqueó la entrada en silencio. .
Vio una chimenea encendida y junto a ella,  una mujer sentada en una butaca.
Al verlo, le sonrió amablemente y le indicó un sillón junto al fuego.
-Mi marido ya viene. Por favor, acepte mientras una taza de té.
Julio la miraba a hurtadillas, impresionado por su belleza. Tendría por sobre los cuarenta años, pero irradiaba una extraña luz que parecía venir de su interior. Al mismo tiempo, sus grandes ojos claros trasmitían una gran melancolía. Todo en ella era la encarnación misma de la tristeza y la derrota.
Las manos descansaban sobre su regazo en total abandono. A su lado, un libro yacía sin abrir.
Llegó la mucama con una bandeja y la señora, despidiéndola con un gesto, sirvió ella misma el té.
Su movimiento grácil, al levantarse de la butaca, reveló una figura delgada pero atrayente, enfundada en un vestido azul.
Se inclinó con una semi sonrisa y le alargó la taza en silencio. La única vez que había hablado fue cuando lo recibió.
Ambos permanecieron sentados mirando el fuego y escuchando el tic tac del reloj sobre la chimenea.
Julio no podía apartar los ojos de ese rostro tan hermoso y tan triste. Y aunque pareciera una locura, se sentía enamorado de aquella mujer a quién veía por primera vez y de quién  lo ignoraba todo. Ella encarnaba la suma sus fantasías juveniles. Estaba sentada inmóvil, pero creía verla caminar hacia él a través de un paisaje de bruma. Llegaba desde el pasado, trascendía el presente y avanzaba hacia el futuro de Julio, llenándolo por completo.
Era La Mujer, en su más profunda y cautivadora esencia.
Ella pareció sentir la intensidad de su mirada y levantó los párpados. Sus ojos se encontraron y él, poseído de un impulso incontrolable, se arrojó a sus pies. Tomó una de sus manos y apoyó en su palma la mejilla afiebrada.
Permanecieron así largo tiempo.
De pronto el reloj dio nueve campanadas. Julio se sobresaltó y salió de su extasis como de un sueño.
Comprendió que el editor no había venido y que debía retirarse.
Ella estrechó su mano y pronunció unas frases de disculpa. Le aconsejó que no dejara el original, sólo la tarjeta con su dirección en la red.
Pasó más de una semana sin recibir ni un llamado de la editorial, pero un día tuvo en cambio la sorpresa de encontrar en su correo una carta de ella.
Decía así:
Julio, esa noche en que tú viniste, yo había planeado morir.
Durante meses había visitado distintos médicos pidiéndoles recetas de pastillas para dormir.
Había reunido las necesarias para poner fin a mi vida. Lo haría la misma noche en que llegaste preguntando por mi marido.
Sin embargo, tu presencia y tu hermoso gesto de devoción cambiaron mi propósito.
No temas que te diga que me he enamorado de ti. Tu juventud sería la barrera que nos separaría siempre. Amarte traería un conflicto más doloroso aún a mi vida ya  en ruinas.
Pero, algo sucedió esa noche. El calor de tu mejilla en mi mano pareció llegar hasta mi pecho derritiendo la coraza de hielo que aprisionaba mi corazón. Lo sentí latir de nuevo y la Vida, con toda su fuerza,  se apoderó de mi  cuerpo y de mi alma. Y elegí vivir, Julio. Pero no por ti sino por mí misma.
Reuní  valor para de dejar atrás un matrimonio fracasado y  apartar a un lado los escombros
 que sepultaban mi existencia.
Creo que esa noche me amabas y que yo también te amé. Pero lo que no pudiste sospechar fue que tu presencia fortuita me  salvaba la vida.
Muchas gracias por todo y adiós. Ana.
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Tiempo después, otra editorial publicó con éxito su novela.
En la primera página, Julio puso una dedicatoria:
"Para Ana, la mujer más bella y más triste.
Un amor imborrable. "

2 comentarios:

  1. ¡Vaya con el relato! Me ha dejado pensando en varias cuestiones, porque lo que parecía la trama principal del cuento luego se ha ido ramificando...
    Me gusta el detalle final de la dedicatoria. ¡Cuántas historias habrá detrás de esas breves palabras en muchos libros! Un acierto el tuyo...
    También me agrada la idea, hoy casi en desuso por lo superficiales que son casi todos, de que alguien se pueda enamorar en unos instantes y sin mediar casi palabras.
    Y sí, en cualquier momento, el más ligero detalle puede cambiar nuestra vida.
    Me ha gustado tu cuento, Lillian.

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  2. Volví a perderme. ¿La mujer del editor es la Fama? No acierto a comprender el papel que ella juega en las andanzas literarias de Julio. Menos abandonando a su marido.

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