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lunes, 1 de agosto de 2011

EL ROSAL DE CARMINA.

Mi nana Aurelia, que me había criado, se había quedado con nosotros, porque no tenía otra familia.
La queríamos mucho y mi mamá decía que no podría pasarse sin ella. Pero tuvo que hacerlo, porque como  estaba ya viejita, se cayó en la cocina y se quebró la cadera.
Mi mamá la llevó a la clínica y cuando la hubo dejado bien atendida y fuera de peligro, se vino a la casa y lloró.
-¡Ay! ¡Ay! ¿Qué voy a hacer?-decía.
Aparte de que trabajaba en una consultora, no sabía cocinar.
Esa noche comimos huevos medio quemados y un arroz bastante apegotado, pero rico. Al menos eso dijo mi papá para hacer que se sintiera bien. No logró engañarla, porque al otro día llamó a una agencia y nos mandaron a Carmina.
La verdad es que, al verla, a uno se le venía el alma a los pies. Era flaca, más baja que yo, que recién había cumplido los once, y con un aire de inutilidad e ignorancia que daba miedo.
Pero era pura apariencia, porque en un dos por tres la cocina estuvo reluciente y la olla borboteando y exhalando los más exquisitos olores.
Mi mamá partió tranquila a su trabajo, mi papá a su estudio y yo, que estaba de vacaciones quedé como sutil vigilante de las andanzas de Carmina.
Pero no era necesario, porque ella barrió, limpió, pulió y todo lo hizo cantando, como si ese trabajo fuera una pura entretención, no más, mientras le llegaba su contrato para la Opera.
La empecé a encontrar linda y la seguía por las piezas mientras cantaba. Me gustaba su pelo color trigo, que se peinaba en dos trenzas anudadas  sobre la cabeza, tal como si fuera una corona de oro y ella una reina.
Un fin de semana salió y el Lunes volvió temprano. Lo primero que hizo fue ponerse a cavar en el jardín: estaba plantando un rosal.
-Fui a Villaseca, señora, a la casa de mi mamá y ella me lo dio para que Ud.  tenga rosas.
La verdad es que nos hacía falta, porque a mi mamá el jardín se le daba igual que el arroz. Parecía que en vez de abono le echaba veneno porque todas las plantas se morían sin decir un ¡ay! apenas a ella le daba por la jardinería.
El rosal creció que era una gloria.
Carmina cocinaba con la ventana abierta y desde ahí lo miraba, siempre cantando y parecía que su canto lo volvía más verde y lo hacía crecer más rápido.
Un día que yo iba entrando a la cocina, la escuché que le hablaba:
-Bueno, ya es hora ¿no crees? Sería bueno que echaras unos botones.
Al otro día ¡Oh magia! el rosal estaba lleno de capullos redondos y apretados como el puñito de un niño.
Pasó la semana y el rosal mecía en la brisa sus hermosos botones y parecía creer que hasta ahí llegaba su obligación.
Carmina salió al jardín a amonestarlo.
-Ya, pues. Llegó la hora. ¡A florecer! Todos a una ¡Ya!
Y como tocados por una varita mágica, todos los botones se abrieron y la mata quedó cubierta de rosas rojas. Parecía que se estaba incendiando.
Carmina entró a la cocina y se puso tranquilamente a pelar las papas mientras por la ventana contemplaba su obra.
Mi mamá estaba feliz y totalmente ajena a los sortilegios que se operaban a sus espaldas. Le bastaba hallar la casa reluciente y la comida a punto.
Nunca le conté lo que había visto. Era un secreto entre Carmina y yo.
Pero pasaron los meses de reposo de mi nana Aurelia y llegó la hora en que volvería a casa. Yo estaba contenta, claro, pero ¿Qué pasaría con Carmina?
Mi mamá le avisó que su trabajo concluía.
Con pena la acompañé en su pieza mientras hacía el equipaje. Cantaba como siempre y se veía que no estaba para nada triste. Me sentí ofendida de que no le importara dejarnos. Y yo que le había tomado tanto cariño. . .
Me dio un beso y salió.
Al pasar por el jardín, se detuvo delante del rosal y dijo:
-Llegó la hora de irnos. Todas a una ¡Ya!
Y las rosas se desprendieron de sus tallos y la siguieron volando. Se perdió calle abajo, como rodeada de mariposas, y ni una sola vez se volvió a mirarme.
Al otro día, el rosal amaneció marchito. Las hojas se pusieron de un verde grisáceo y se desprendieron de sus tallos.
Al cabo de dos días, estaba seco.
-¡Se nos olvidó regarlo!-dijo mi mamá.
-Hizo falta Carmina-Observó mi papá.
¡Vaya si hizo falta! Yo no sé por qué los adultos no se asombran de nada. Todo les parece natural. Por eso sus vidas son tan aburridas.
¡Nunca supieron que en la casa había vivido un hada!

1 comentario:

  1. Al estilo de "Patos salvajes" está lleno de una fantasía que gustaría a todas las edades. Me habría gustado, eso sí, que Carmina no se llevara el rosal consigo.

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