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viernes, 12 de agosto de 2011

DECEPCION.

El escritor triste salió a rondar por las librerías. Quería ver su libro en los escaparates. Esconderse entre los clientes para estar ahí cuando alguien lo comprara.
Pero pasó la mañana y nadie lo pidió ni lo tomó del mesón para hojearlo siquiera.
¡Le había costado tanto que una editorial se interesara en publicarlo!
Antesalas humillantes, sonrisas desabridas, negativas diplomáticas. Hasta que al fin, una pequeña editorial que rastreaba nuevos talentos retuvo unas semanas su original y luego lo contactó para anunciarle que lo publicaban.
Se rió, lloró, bailó desmañadamente, chocando contra los muebles de su pieza solitaria.
¡Por fín lo conocerían! Por fín sus cuentos, que eran pedazos de él, sangre y lágrimas de su corazón, llegarían a los otros.
A esos otros que en la calle pasaban a su lado sin verlo y cuyos nombres ignoraría siempre.
Que si él los saludara con un ¡Buenos días! lo mirarían extrañados.
-¿Quién será este loco patético? En la vida lo he visto. No sé por qué me habla.
O le contestarían apenas, por si acaso alguna vez se lo habían presentado y ya no lo recordaban.
Deambuló por las librerías durante toda la semana. Sin que los dependientes lo advirtieran, reacomodaba su libro sobre el mesón para que se destacara por encima de los otros.
Una mañana entró al local una jóven y salió con el libro entre sus manos.
¡Por fín alguien lo había comprado!
Quiso seguirla, saber su nombre, pedirle su número de teléfono para llamarla después y preguntarle sus impresiones.
Pero la joven se asustó al notar que alguien la seguía. Miró a ese hombre flaco de cara triste que adelantó un gesto como si quisiera hablarle. Alarmada, se refugió en una tienda hasta que el presunto acosador se hubo marchado.
Y así pasaron las semanas y el desaliento se apoderó de su espíritu.
Tuvo la tonta idea de pedir su libro al dependiente diciéndole  que se lo habían recomendado mucho. Habló en voz alta para que los otros clientes lo oyeran. "Es un escritor nuevo que vá a dar que hablar". El vendedor sonrió con desgano y le hizo la boleta.
Se encontró comprando su propio libro en un gesto absurdo que hacía más patente su amargo fracaso.
Una tarde llegó a su habitación con el convencimiento de que no valía la pena seguir viviendo.
Vació en su mano un frasco de pastillas para dormir y se tendió en la cama.
¡Qué dulce entregarse, dejarse ir! No luchar más por llegar a esas personas que jamás conocería, que nunca sabrían lo que quiso decirles.
Poco a poco fue envolviéndolo una niebla que desdibujaba los objetos. Pensamientos inconexos cruzaban por su mente,  trabajosamente, como abriéndose paso entre algodones grises. De pronto creyó escuchar que se abría  la puerta de su pieza.
Una muchedumbre de gente fue entrando en un lento desfile. Cada uno traía en sus manos el libro. La muchacha a quién vió comprarlo aquella mañana, lo apretaba contra su pecho y sonreía. Todos  lo miraba y le decían:
-¡Me gustó mucho!
-¡Lo aprecié tanto!
-¡El cuento que más me impresionó fue el último!
-¡Hacía tiempo que no me llegaba al corazón un libro como me pasó con el suyo!
Quiso levantarse para darles las gracias. ¡Prometerles que pronto publicaría otro!
Pero el cuerpo no le obedeció. Su corazón dio un gran salto como si quisiera llegar hasta ellos y dejó de latir. Una sonrisa quedó fija en sus labios.
Al día siguiente, alguien comentó en la Morgue:
-¡Es el muerto más feliz que nos ha llegado en años!.

2 comentarios:

  1. Lillian, buenos días.
    Otro relato tuyo que me ha gustado. Y otro final trágico, con una pincelada de humor, eso sí jaja
    Pienso que el tema del cuento podría aplicarse también a otros aspectos de la vida, de las relaciones personales en concreto, no sólo a los escritores y sus seguidores.
    A veces se necesita que alguien nos de unas palabras de apoyo.
    Pero no hay que rendirse y mucho menos acabar tan trágicamente como el protagonista.
    Interesante lo de no poner nombres en el cuento.
    Un saludo y hasta pronto.
    José

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  2. Patético el final, pero me parece exagerada la reacción del protagonista. Ya había dado los pasos más importantes para hacerse publicar. Es muy escasa la constatación de las ventas para llevarlo a la conclusión de que es mejor morir. No convence el final.

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