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domingo, 22 de enero de 2023

LA GRINGUITA.

¡ Ay, Don Pedro, si usted la hubiera conocido!  ¡ Entonces me creería lo linda que era!

Tenía el pelo amarillo como los yuyos del campo y los ojos de un azul muy puro, igual como el cielo cuando deja de llover...¿ Se ha fijado usted que se abren las nubes y uno ve un azul brillante, como si la misma túnica de Dios se estuviera mostrando?

No, si no exagero.

En el pueblo le decían " La Gringuita" . Contaban que Don Federico la había conocido en uno de sus viajes y  la había traído de un país lejano, Suecia o Suiza, que aquí muchos creen que es lo mismo. 

Salía poco y cuando la veíamos sin falta era los Domingos en misa. Llegaba acompañada de una señora de pelo blanco que parece que era su nana y que se había venido acompañándola cuando se casó.

Llegaba a la Iglesia con el pelo tapado con una pañoleta negra, pero, cuando al salir al atrio se la sacaba, era como si saliera el sol o se encendiera una lámpara...

Yo trabajaba como ayudante del Notario y a veces me tocaba ir a la casa, a llevarle unos documentos a Don Federico. Entonces la podía ver, sentada leyendo junto a una ventana o regando las flores que tenía en el alféizar.

¡Para qué le voy a negar que estaba enamorado!  Pero, como alguien que se enamora de una estrella...¡ Con todo respeto, no vaya usted a creer...!

Don Federico murió de repente. Lo vieron un Viernes, recorriendo los limonares, dándole órdenes a los peones y el Domingo estaba muerto.

Todo el pueblo fue a la Iglesia para honrar al difunto. La Gringuita estaba de luto riguroso y se veía muy pálida y muy frágil. Su nana y otras señoras trataban de confortarla, pero ella parecía como envuelta en un manto de soledad. O rodeada de una muralla que no la dejaba recibir ningún consuelo.

De vez en cuando se acercaba al ataúd y ponía su mano blanco sobre la tapa, como si quisiera transmitirle su calor al muerto...O como si esperara sentir de pronto que ese corazón inmóvil volvía a latir de nuevo.

No hubo quién no derramara una lágrima al ver el sufrimiento callado y severo de La Gringuita.

Unos meses después, ella le mandó recado al Notario. Que si podía ir yo a su casa, después de las horas de trabajo, a ayudarle a ordenar unos documentos. Ella pagaría lo que fuera conveniente.

El corazón me latía impetuoso la primera tarde que fui...Ella estaba sentada frente al escritorio y me mostró varios montones de facturas y de cartas. Me pidió que las facturas las ordenara en carpetas y las cartas familiares las archivara por fechas. 

Empecé a ir todas las tardes y esas horas que pasé a su lado han sido, hasta ahora, las más felices de mi vida.

Ella se sentaba a bordar en silencio o bien iba revisando mi trabajo. Poco a poco, el velo de tristeza se fue desvaneciendo de su cara y empezó tímidamente a sonreír.  A veces tomaba una carta para leerla y se encontraban nuestras manos. Yo me estremecía y ella se hacía la desentendida...

Un día corrió un rumor por el pueblo. Pero, para mí no fue rumor porque yo mismo lo ví.

Del tren que venía de la Capital se bajó un hombre alto y rubio, con unas ropas que se notaba a la legua que eran extranjeras. Lo seguía un mozo con el equipaje  y tomaron el único taxi que había en el pueblo. Don Calixto contó después que el hombre, en un mal castellano le había pedido que lo llevara a la hacienda de Don Federico.

Todos se preguntaba quién sería y qué vendría a hacer. Algunos decían que era un hermano de ella, que era un primo, pero pronto se empezó a comentar que era un antiguo novio de La Gringuita, que había sabido que estaba viuda y la venía a buscar..

Ya no me llamó más para que fuera a ordenar las cartas.

La señora María, que iba todos los jueves a su casa a planchar la ropa blanca, contó que la patrona le había encargado que cosiera unas sábanas y unos manteles. Todos bordados con un monograma en que aparecían las iniciales de ella entrelazadas con otras nuevas... Entonces, era cierto.

Se vendió el predio y la casa pasó a otras manos. No supe cuando ella partió. No quise saberlo.

Muchas tardes el corazón me traicionaba y sin darme cuenta me encontraba tomando el camino que tantas veces había recorrido para llegar a verla a ella.

Pasó el Otoño y el Invierno llegó muy crudo. Al salir del  trabajo, la lluvia me obligaba a correr hasta la pensión donde vivía. 

 De a poco fui abandonando mis caminatas nostálgicas...Pero, nunca la olvidé, se lo aseguro.

Tiene razón usted, Don Pedro, en lo que dice:  Los ricos tiene su plata y los pobres tiene sus sueños.



5 comentarios:

  1. Que triste historia... después de haberse hecho ilusiones. Que poco le costó a ella mandar a venir a entretenerla. Me encantó, por hacer mucho que no lo oía, lo de "hacerse la desentendida".
    Viene uno en lejos que hace mucho que no ve, pero que tiene "posicion".
    No habia escuchado el último dicho, pero es muy real.
    Abrazoo, Lillian

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    1. Gracias, querido Gabiliante. A mí este cuento me pone muy triste también. Supe que en tu país hay grandes nevadas, ojalá estés bien. Un abrazo de Lily

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  2. Tristezas que jamás se olvidan... ni se explican.

    Abrazo hasta vos, Lillian.

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  3. La verdad es que no entiendo por qué, si lo escribí yo, me da tanta pena cuando lo leo. Me imagino al joven, volviendo a su pensión, en esas tardes de lluvia, en que la Gringuita ya no está. Y sintiendo que nunca se va a olvidar de aquella ilusión fallida. Pero, se equivoca. Seguro que ya la olvidó.

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  4. La literatura es una forma de adquirir sabiduria

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