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domingo, 8 de enero de 2023

EL ANILLO EMBRUJADO.

Lucía tenía quince años cuando vio el anillo por primera vez.  Estaba expuesto en un pequeño cofre, en la vitrina de un bazar.  Era de plata y tenía una piedra blanca que destellaba con un helado fulgor, como si fuera un pedazo de la luna.

Lucía pasaba todos los días frente al bazar y se detenía a contemplar el anillo. En el interior de la tienda, acodada en el mesón, estaba una señora de rostro amable, que parecía invitarla a entrar. Pero la joven no tenía dinero y se preguntaba, consumida por el deseo de poseerlo: ¿ Cuánto costará?  Seguro que una fortuna, porque es tan hermoso...

Una tarde, ya no lo vio en la vitrina y temió que lo hubieran vendido. Pero, le latió fuerte el corazón al ver el cofrecito sobre el mesón.  Entró al bazar y no encontró a nadie.  El anillo, en su lecho de terciopelo, parecía destellar con inusitado brillo. Rápidamente, lo sacó del cofre y se lo puso en el dedo. Sintió que se apretaba como si le hubieran brotado garfios de metal que se incrustaran en su carne.  Trató de sacárselo, pero fue inútil.  Entonces pensó en huir con él, antes de que entrara la dueña. Pero ella apareció desde la trastienda y al ver a Lucía con el anillo, exclamó acusadora:

-¡ Ladrona!  ¡ Te lo querías llevar!

-No fue mi intención, señora...¡ Es que no puedo sacármelo!

-Y no podrás nunca, mientras vivas.

La cara de la mujer se había transformado.  Ya no era amable. Al contrario, sus rasgos se contraían en una mueca de crueldad.

-¿ Qué quiere usted decir?

-Quiero decir que está embrujado. Es el anillo de la Soledad. Quién lo lleve, no podrá amar ni ser amado nunca. ¡ Ese será tu castigo, por ladrona!

Lucía luchó una vez más por quitárselo y al no conseguirlo, escapó llorando del bazar, seguida por la risa de la mujer, que sin duda era una bruja.

Y así vivió muchos años, llevando en el pecho un corazón tan frío como la piedra del anillo que se aferraba a su dedo con garfios indestructibles. Sus padres murieron y se quedó viviendo sola en la casa vacía, sin visitar a nadie y sin que nadie se interesara por ir a verla tampoco.

Su corazón latía regularmente, como el engranaje de un reloj que marcara sus horas inútiles. Tic, tac. Tic, tac. ¡ Buenos días tristeza!  Tic tac Tic tac  ¡ Buenas noches, soledad!

Su pelo se volvió gris y su cuerpo, que había sido esbelto, se encorvó hacia la tierra, como buscando el descanso para tanto pesar. Su mano se había arrugado y cubierto de manchas, pero el anillo seguía brillando en su dedo, siempre hermosos y lleno de malignidad.

Alguien empezó a visitarla regularmente, haciéndole mil demostraciones de cariño. Era Rosalba, su sobrina. Le llevaba flores y pasaba horas junto a ella, escuchándola, sin dar muestras de aburrirse jamás.  Lucía no creía en sus muestras de afecto, porque sabía que la maldición del anillo la había condenado a no ser querida por nadie.  Ella tampoco sentía nada por Rosalba, solo una irónica curiosidad por las motivaciones de sus visitas. Siendo ella tan pobre ¿ qué podía codiciar la joven, de sus escasas pertenencias ?  Al fin, adivinó. ¡ Era el anillo !

A menudo, veía a Rosalba seguir con atención los movimientos de su mano al servirle el té, y el anillo parecía brillar más que nunca, como queriendo acrecentar su deseo de poseerlo.

-Tía ¿ me dejas probarme el anillo?

-Imposible, Rosalba. Está tan apretado que no me lo puedo quitar.

La sobrina la miraba con odio disimulado.  

-¡ Vieja mezquina!- parecía decir- ¡ Vieja miserable!  Debería regalármelo. A mí, que soy joven, me luciría mucho más. ¿ Para qué lo quiere ella? ¿ Acaso cree que se lo podrá llevar al otro mundo?

Pero, seguía sonriéndole con fingida ternura, mientras el deseo de apoderarse del anillo le envenenaba el corazón.

Era Invierno. Lucía enfermó de pulmonía y decayó rápidamente. Rosalba no se despegaba de su lado, sirviéndole bebidas calientes y secando el sudor de su cara.

Al fin, murió.  Antes que llegara alguien, Rosalba le quitó el anillo. ¡ Con qué facilidad resbaló, después de haber pasado una vida aferrado a su mano con garfios de hierro!

-¡ Nunca lo tuvo apretado, la vieja mentirosa!- exclamó la joven, con rencor.

Lo deslizó en su dedo y se asombró de lo bien que le calzaba. Sintió que se adhería a su piel, como si siempre le hubiera pertenecido. El ansia de su pecho se calmó. ¡  Ese anillo era todo lo que necesitaba para vivir!

-¡ Por fin es mío! - exclamó jubilosa- ¡ Al fin podré ser feliz!




8 comentarios:

  1. Como lucir lucía en el dedo de Lucía, pero hay wue reconocer que Rosalba tampoco está mal , con ese fulgor blanco. Parece que la maldición se cumple a rajatabla.
    Muy buena elección de nombres.
    La pobre lucia no parece tan merecedora de la audición, pero a veces basta co equivocarse una vez. El destino no tiene piedad.
    Abrazoo, Lillian

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    1. Qué bueno que te gustó el cuento. Es un poco en el estilo de los cuentos de hadas de antaño, donde aparecían anillos mágicos y espejos que hablaban.

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  2. Lo que parece causar felicidad es, a veces, un guiño de la soledad. Lo que aparenta ser, no lo es. Moraleja de la vida.
    Abrazos Lillian

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    1. Tienes razón, hay un refrán que dice: ¡ Cuidado con lo que deseas, no sea cosa que se te cumpla!

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  3. UN cuento que ya te he leído, pero que uno vuelve a apreciar porque a veces recuerda que se puede uno aferrar a cosas vanales , que solo nos dejan el corazón vacío...
    Y bueno tener anillo o brillos no nos hace mejores, sino más vanidosos.
    Una excelente semana.
    Abrazos.

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    1. Es cierto, Meulén, este cuento lo había puesto antes , porque me gusta mucho. Adoro esos cuentos de hadas de antes, los que leíamos en El Peneca.

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  4. Ya lo decía Marx, también un tango... la historia siempre vuelve a repetirse, Lillian... pero esta vez muy bien relatada.

    Abrazo hasta allá.

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    1. Gracias, Carlos. La pobre Rosalba heredó la maldición, aunque al ser interesada y ambiciosa, era más merecedora de castigo que su pobre tía.

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