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lunes, 26 de agosto de 2013

TAN SOLO UN PARENTESIS.

Era una tarde de Invierno.
Había llovido mucho sobre Santiago. Grandes charcos reflejaban un cielo gris y los árboles, barnizados de vidrio, centelleaban en el crepúsculo.
Para huir del frío, entré a un local, gratamente iluminado.
Me atrajo la calidez que parecía reinar adentro y el aroma invitador del café.
No recuerdo ya su nombre, ni siquiera la calle en la que estaba situado. Era cerca del Cerro San Cristóbal, eso es lo único de lo que estoy segura.
Pocas mesas estaban ocupadas. Dos amigas se reían mientras consultaban los mensajes de sus celulares y un señor con impermeable, sostenía un diario abierto, sin leer.
Entumecida, me senté en un rincón.
Y entonces lo vi.
Estaba solo frente a una taza semi vacía. ¡Andrés!  ¡Cuánto tiempo lo había recordado con desolada nostalgia!
Habían pasado muchos años desde que lo viera por última vez. Pero su recuerdo había seguido envolviéndome en una red de melancolía. Aprisionando mis alas, sin dejarme volar.
A veces me veía a mí misma como una mariposa clavada en un insectario.  Atravesada por su recuerdo, inmóvil tras un cristal...
Y ahora estaba ahí. ¡Pero tan cambiado! Su pelo había empezado a encanecer y una barba corta cubría sus mejillas.
Me acerqué jubilosa a saludarlo y él sonrió.
-¡Tanto tiempo sin verte!- exclamó- ¡Y estás igual!
Pero yo sabía que no era cierto.
Conversamos un rato de cosas triviales y a veces nos envolvía un silencio incómodo.
Había desaparecido aquella cálida comunión de antaño.
Y recordé un verso melancólico de Neruda:  "Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos."
Mientras hablábamos, me pareció que el tiempo trascurrido, como un ancho río oscuro, nos había situado en riberas opuestas.
Oía su voz, pero hasta mi alma no alcanzaban a llegar sus palabras.
Me levanté para irme.
¡Te voy a llamar!- me dijo. Y él y yo sabíamos que no sería cierto.
Me alejé, entristecida.
Pero, de pronto comprendí que aquel paréntesis de realidad no lograría destruir mi agridulce nostalgia de aquel amor juvenil.
Y con un pequeño esfuerzo de la imaginación, volví a verlo, caminando hacia mí, en aquel crepúsculo impregnado por la magia de la lluvia.
Y era  el mismo muchacho veinteañero, devorando la vereda a grandes zancadas, como si quisiera llegar luego a donde empezaba la Vida. 


3 comentarios:

  1. Lo que me ha gustado este Relato.
    Y es Amiga Lilly que yo lo he vivido, despues de cerca de 50 años, sin saber nada el uno del otro.

    Saludos, manolo

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  2. Hermoso relato Lilly.
    Triste verdad de que "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", pero así es la vida, guardamos en el recuerdo momentos bellos que la memoria adorna, pero a la luz de lo real ya no son igual.
    Un abrazo.
    Ambar

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