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jueves, 15 de agosto de 2013

LA DECISION.

La última discusión había sido igual que la primera.
Ya Germán se sabía de memoria los preámbulos que siempre conducían a lo mismo.
Mariela se acurrucaba sobre su pecho, como haciéndose un nido en el cual fuera a quedarse para siempre. Lo besaba, le revolvía el pelo con tiernos mimos y luego empezaba su cantinela:
-Germán, mi amor ¿no crees que ya es tiempo de pensar en casarnos?
-Pero, Mariela, si estamos tan bien así...¿Acaso vamos a llevarnos mejor si le ponemos una firma?
-Germán, entonces tú no me quieres...
-Pero, Mariela ¿después de cinco años juntos, todavía lo dudas?
-Eres tú, Germán, el que parece dudarlo. Cinco años es para mí una prueba de que nuestra relación es firme. ¡Y a mí me gustaría tanto tener un hijo!
Una y otra vez, Germán se lamentaba por dejarse llevar hasta esa maraña de razones que lo atrapaba, sin convencerlo.
 En el último tiempo, todas las conversaciones parecían desembocar en lo mismo.
Sentía que la quería, pero no estaba seguro de que ella fuera la mujer definitiva.
¡Había tantas en el mundo para conocer todavía !  Tantos proyectos que realizar, tantos viajes que hacer...Y un hijo sería una amarra indestructible.
Un muro que le cerraría el paso y convertiría su futuro en un eterno presente, lleno de responsabilidades.
Fue la última discusión.
Mariela se quedó llorando en medio de la habitación y Germán salió dando un portazo.
Pasó la noche en el departamento de un amigo y al día siguiente, mientras Mariela estaba en el trabajo fue furtivamente, como un ladrón, a recoger sus cosas.
Se sentía tranquilo y aliviado. ¡Qué fácil había sido todo!
Lamentaba no haber tomado antes la decisión de romper con ella.
Recordaba el calor de sus brazos alrrededor de su cuello, pero, en lugar de enternecerlo, se le antojaban ahora una pesada cadena que luchaba por inmovilizarlo.
Sin embargo, con el paso de los días, una sigilosa tristeza se fue colando en su corazón sin que lo advirtiera.
 Cuando quiso luchar contra ella, ya era tarde.
Sin embargo,la empujó hacia el fondo y se precipitó de cabeza en su recuperada libertad, como quién se lanza a una piscina.
Salió con algunas mujeres a quienes había tenido que admirar de lejos y que ahora, al saberlo sin compromisos, lo miraban con un nuevo interés.
Trasnochó con amigos y más de una vez se acostó mareado y se despertó con resaca.
Empezó a sentirse cansado y aburrido. Y aquella tristeza que había tratado de sepultar en el fondo de su corazón, fue ganando terreno y adueñándose de su vida.
A menudo pensaba en Mariela.
No había vuelto a saber de ella. Contrariamente a lo que había pensado, nunca lo llamó
ni le escribió. Se había preparado para ignorar sus reproches, para resistirse a sus ruegos... Su amor propio sufrió un golpe al constatar su indiferencia.   
Y sin darse cuenta, se fue obsesionando con ella.
Empezó a dormir mal y una noche en que había tomado un somnífero, tuvo un sueño que lo sacudió interiormente.
Se vio frente a una iglesia, vestido de etiqueta.
¡Cómo!- pensó- ¿Es que al final terminé por ceder?
Quiso alejarse, pero alguien lo tomó firmemente de un brazo. Era Diego, su mejor amigo:
-¡Por fin llegaste, Germán!  Creí que me quedaba sin padrino de bodas...
 Así es que era Diego quien se casaba. ¡Menos mal! ¡Qué alivio!
Juntos se pararon al pie del altar.
Se escuchó un murmullo de aprobación y suspiros de envidia. ¡Llegaba la novia!
Germán vio avanzar a Mariela, envuelta en tules blancos.
Desesperado, empujó a Diego, tratando de apartarlo.
Quiso ponerse en su lugar, pero unos férreos brazos se lo impidieron.
-¡No, Diego! -gritó- ¡Estás equivocado! ¡Soy yo quién va a casarse con Mariela!
Se encontró sentado en su cama, entre un revoltijo de sábanas. Aún le duraba la angustia experimentada en el sueño. Y se repitió a sí mismo, convencido:
-Sí! ¡Soy yo quién va a casarse con Mariela!
Se levantó presuroso y se dirigió a la empresa donde ella trabajaba.
Vio entrar a varias de sus compañeras. La última fue Norma, que al verlo, apretó los labios y quiso pasar sin saludarlo.
-¡Norma! ¿Cómo estás? ¿Has visto a Mariela?
-Ella ya no trabaja aquí.
-¿Qué dices? ¡Cómo!  ¿Y no sabes a donde se fue?
-No, no lo sé y aunque lo supiera, no te lo diría. ¡Está visto que tú no le convienes!
-Eso es algo que tiene que decidir ella ¿no crees?- respondió enojado, pero Norma le volvió la espalda y se apuró en desaparecer tras la mampara.
Corrió al departamento donde había vivido con Mariela. Aún era temprano. Tal vez estuviera allí todavía...
En la puerta se encontró con el concerje.
-¡Don Germán!  ¡Qué sorpresa!  Tanto tiempo sin verlo ....
Lo interrumpió, fastidiado:
-¿Ya salió Mariela?
 - La señorita Mariela ya no vive aquí.  Se fue hace más de un mes...
-¿Y no dejó una dirección?
 -No, no dejó ninguna- y en su voz había un retintín de burla y de secreta satisfacción.
A Germán le pareció que todo estallaba alrededor de él, en una carcajada interminable.






3 comentarios:

  1. Que infeliz, lo que se perdió.
    Durante cinco años estuvo en el umbral de la Felicidad y la desperdició.

    Saludos, manolo

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  2. Buen relato
    me parece muy bien lo que hace la mujer ...cuando alguien se va de tu lado es muy simple la cosa YA NO TE QUIERE...que de otras excusas de esto y lo otro...pamplinas! ...y para que le iba a llamar? , quería que ella se humillara? ...vaya si ella no fue la que abandonó y si ahora él busca y no encuentra es porque quien al fin fue libre fue la mujer y de seguro que se estar mejor así...
    saludos que estés bien!

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