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lunes, 5 de agosto de 2013

GRISELDA.

Cuando la mamá de Bettina se enfermó y la llevaron a la Clínica, pareció que la sombra de un irremediable desastre había caído sobre la casa.
Los doctores aseguraron que ella se pondría bien, pero, sin su presencia, Bettina y su papá empezaron a vivir en medio de un desorden descomunal.
Siempre había rumas de platos sucios en el fregadero, que solo se lavaban cuando ya no quedaba ninguno disponible. Las camas dejaron de hacerse cada mañana. ¿Para qué, si volverían a deshacerlas por las noches?
Eso dijo el papá, mientras se metía a la cocina a preparar la cena. Se supo que estaba lista, cuando un intenso olor a quemado se coló hasta el último rincón de la casa.
Así es que por cuarta noche, comieron piza.
Bettina estaba feliz, pero su papá le advirtió que no se acostumbrara. Que los niños deben comer verduras y alimentos sanos, como los que preparaba la mamá.
-¡Esto no puede seguir!- exclamó desesperado- ¡Mañana voy a llamar a una Agencia!
Y así fue como en la tarde llegó Griselda.
Por la casa parecía que había pasado un tornado, pero ella no se amilanó.  De un viejo maletín sacó un delantal floreado y se puso a trabajar cantando.
Bettina la observaba y pronto notó que bastaba que volviera la espalda, para que el trabajo apareciera hecho como por encanto. Pero si se quedaba mirándola, Griselda se ponía a limpiar minuciosamente, como demorándose a propósito.
Así es que optó por ir a su pieza a hacer las tareas.
Media hora después, la casa resplandecía y un esquicito olor brotaba desde la cocina.
Griselda había sacado de su inagotable maletín, una olla con campanitas. El vapor de la sopa las hacía repicar y llenaban la casa con una música pegajosa.
Esa noche cenaron como en los mejores tiempos.
"Quizás la sopa de Griselda es la más rica de todas", pensó Bettina. Pero, sintiéndose culpable de traición, dijo en voz alta:
-De todas maneras, echo mucho de menos a mi mamá.
Y así quedó establecido que nadie podría reemplazarla.
Pero, la magia de Griselda la tenía cautivada.
¿Cómo podía limpiar, pulir, lavar y cocinar, todo al mismo tiempo?
Un día sacó de su maletín un palito seco y le dijo:
-En el jardín hace falta un rosal.
Lo plantó en un macetero y lo regó con serena confianza.
Bettina la miró dudosa.
¿Cómo creía Griselda que ese palo reseco podía brotar?
Pero, al día siguiente estaba cubierto de hojitas tiernas y al cabo de la semana, se llenó de botones rojos, apretados como puñitos de niño.
Bettina se convenció de que Griselda era un hada.
Todo lo que hacía era mágico y su maletín parecía contener infinitas posibilidades.
En un descuido de ella lo abrió y para su gran decepción, lo halló vacío. Sin embargo, era muy pesado y por fuera parecía lleno hasta casi reventar.
-¿Existen las hadas?-le preguntó esa noche a su papá, cuando entró a su dormitorio a arroparla.
-No, Bettina. ¡Por desgracia no existen!- le contestó él, sacudiendo la cabeza con pesar.
Pero Bettina no quedó convencida, y siguió espiando a Griselda, a ver si lograba sorprenderla en la mitad de un encantamiento.
Un día, la vio en la cocina, pelando papas frente a la ventana abierta.
En el jardín, el rosal resplandecía como bañado en polvo de oro. Muy orondo, mecía en la brisa sus botones rojos y parecía creer que hasta ahí llegaban sus obligaciones.
Griselda salió a amonestarlo.
-¡Ya pues, flojonazo!  ¡Llegó la hora de florecer!
Tocó los capullos con la punta de los dedos y dijo:
-¡Todos a una!  ¡Ya!
Los botones se abrieron al unísono y pareció que el rosal estallaba en llamas.
 Griselda volvió a la cocina y siguió tranquilamente pelando las papas, mientras por la ventana contemplaba su obra.
La alegría por el regreso de su mamá, se mezcló en el corazón de Bettina con la pena de saber que Griselda tendría que irse.
Le avisaron que a fin de mes su trabajo concluiría.
Pero ella no demostró la menor tristeza. Cantaba como siempre y no se veía que experimentara ninguna contrariedad. 
El día señalado, guardó en su maletín la olla con campanitas y el delantal floreado
y estuvo lista para partir.
Bettina la siguió tristemente hasta el jardín y pensó:
-¡Al menos nos quedarán las rosas!
Pero Griselda se detuvo delante del rosal y dijo:
-Llegó la hora de irnos. ¡Todos a una!  ¡Ya!
Y las rosas se desprendieron de sus tallos y la siguieron volando.
Se perdió calle abajo, como si caminara por entre una nube de mariposas y ni una sola vez volvió la vista atrás.
Al día siguiente, el rosal amaneció seco.
Bettina pensó que sus papás no lo echarían de menos, porque nunca se habían detenido a mirarlo.
"¡En esta casa vivió un hada y ni siquiera lo sospecharon !
Es que los adultos no ven nada ni se dan cuenta de nada...¡Por eso su vida es tan monótona y sin gracia!   Lo único que saben decir es que "no tienen tiempo"...
¡Prometo que yo nunca voy a crecer! "


3 comentarios:

  1. Bonito relato, así es la magia de la vida, existe pero no sosmos capaces de verla, mucho menos disfrutarla, al menos que veamos la vida con la inocencia de un niño.
    Me quedo unos días de descanso, ayer publiqué, pero no se actualiza, no sé qué es lo que pasa, nos leeremos a mi regreso.
    Un abrazo.
    Ambar

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  2. ¡Necesito una Griselda!

    Ya podría el Papá haber dicho el nombre de la Agencia.
    ¿Lo sabes tu, Amiga Lilly?Un Buen Relato con un final Feliz.

    Saludos, manolo

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  3. Lo he disfrutado mucho Lilly, la narrativa es suave, Bettina tenía una Mary Poppins.

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