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miércoles, 22 de mayo de 2013

NOCHES DE LUNA LLENA.

Clarita había llegado a Santiago, a estudiar en un Pre Universitario. Ya el año anterior le había ido solo regular en la Prueba de Admisión. Al menos, el puntaje no le alcanzaba para la carrera que ella quería.
La tía Julia la invitó a vivir a su casa, en lugar de la pensión para estudiantes en que habían pensado sus papás.
-¡Ni por nada va la niña a un lugar como ese!- exclamó espantada- ¡Marihuana y libertinaje, eso es lo  único que va a encontrar ahí!
Y no quiso escuchar objeciones al respecto.
Y así fue como Clarita se vio instalada en el departamento de su tía, en un antiguo edificio sin ascensor.
Pronto se dio cuenta de que en el cuarto piso, vivía un hombre que le pareció muy raro.
Era  flaco y tenía una cara larga y huesuda. Sus ojos, mansos y tristes, le recordaban a los de un animal sufriente.
Llevaba siempre un abrigo gris que le colgaba por la espalda, como si  flotara. Y un anacrónico sombrero negro, con el ala caída sobre los ojos.
Cuando volvía del Instituto se lo topaba en la escalera y él la saludaba con una venia. Pero, a Clarita le daba miedo. Subía los peldaños de dos en dos, y pasaba bien rápido por su lado, tratando de evitar el más mínimo contacto con el abrigo gris.
Se lo comentó a su tía y ella la miró con severidad.
-¡Pero, niña!  Si es Igor, el vecino más correcto y gentil que hubiéramos podido desear. ¡Por favor, contéstale cuando te salude!  No quiero que piense que tengo por sobrina a una maleducada...
Había semanas en que no lo veía ni una sola vez y en lugar de sentir alivio, se obsesionaba pensando en él.
No sabía si era joven o viejo y apenas había visto su cara, pero sus grandes ojos tristes despertaban en ella una extraña ansiedad.
Una tarde, volvieron a cruzarse en la semi penumbra de la escala y a él, en el momento de hacer la consabida venia para saludarla, se le cayó el sombrero.
Entonces pudo ver claramente su cara alargada y el pelo espeso y áspero, que se le erizaba en la coronilla. Era joven, pero el rictus amargo de su boca lo hacía parecer un viejo.
Cuando se agachó a recoger el sombrero, Clarita notó que tenía unas manos velludas, con uñas largas. Sin poder evitarlo, se estremeció.
El advirtió su mirada y un ramalazo de vergüenza y sufrimiento pasó por sus ojos. Ella, rápidamente bajó la vista y fingió que estaba destrabando el cierre de su mochila.
Ese fue el día en que empezó a pensar que realmente era un lobo.
Se sentía tan inquieta que volvió a tocar el tema frente a su tía Julia.
Ella se rió primero y después se enojó.
-¡Qué fantasiosa eres, niña!  ¿Cómo se te puede ocurrir una tontería semejante?
-Pero, dime, tía ¿qué sabes tú de él?
-En realidad, nada. Excepto que vive solo, que es muy tranquilo y caballeroso. Y con eso me basta. ¡No soy de las que se lo pasan pendientes de los vecinos !
Y le lanzó una mirada que la convenció de no volver a mencionar sus sospechas.
Pero, la idea de que Igor era un lobo, seguía impidiéndole concentrarse en los estudios.
Se le ocurrió consultar las fases de la luna en el calendario y pronto estuvo segura de que influían en su conducta.
Cuando había luna creciente, se lo veía tranquilo y sereno.
Subía la escala pausadamente y nada en sus gestos evidenciaba algún rastro de nerviosidad.
Pero cuando se acercaban las noches de luna llena, le bajaba una inquietud febril.
Subía corriendo, con el sombrero calado hasta las cejas.
Parecía que quería evitar a Clara, pero en el último instante, clavaba en ella sus ojos llenos de una tristeza abrumadora.
Hasta la forma de andar le cambiaba. Se le volvía cautelosa y sin ruido, como la de un animal salvaje que se deslizara por entre los árboles de un bosque.
Clarita había notado que Igor subía a veces hasta la azotea.
Allí no había nada, excepto el depósito del agua potable y las antenas de los televisores. Pero se podía ver la ciudad iluminada y la niebla que sigilosa, iba envolviendo los edificios al oscurecer.
Una noche de luna llena en que Clara no podía dormir, escuchó los pasos de su vecino en la escalera de la azotea.
Se puso una bata sobre el piyama, y lo siguió en silencio.
Al principio creyó que no había nadie, pero luego, apoyada en la baranda, vio una  silueta que no era humana, con la cabeza levantada hacia el cielo.
De lejos parecía un perro grande de pelo erizado, que le estuviera aullando a la luna.
Se deslizó a su lado en silencio y vio que el abrigo gris de Igor le cubría apenas el lomo.
Tiritaba como si tuviera frío, pero en realidad estaba llorando. Gemía como si una pena muy honda le rompiera el corazón.
Clarita tomó una de sus zarpas entre sus manos.
No sentía miedo.
Sólo una tierna compasión, que tal vez era amor, al verlo llorar así, tan triste y  tan privado de calor humano....
 Incapaz de librarse de su extraña maldición.

1 comentario:

  1. sobrecoge
    hay seres que merecen nuestra bondad sin dudas
    pero cuando se muestran tal cuales son...un lobo es un lobo y no por ello deja de tener un lado de sentir que lo une al ser humano ...los indios del americanos del norte lo saben muy bien...

    saludos

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