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lunes, 6 de mayo de 2013

MINERVA.

Nunca pensó que aquella fiesta de celebración de Año Nuevo sería nefasta para él.
¡Ojalá no hubiera asistido!
Pero, unos amigos lo invitaron al Club de Campo y aceptó, porque no tenía otro panorama más atractivo que ese.
Luciano era un hombre joven, que recién se acercaba a la treintena. Libre y con pocas ganas de adquirir compromisos. Sólo quería pasarlo bien.
Aunque presentía que un día conocería a alguien que lo haría cambiar de idea y por quién valdría la pena perder la libertad.
Esa noche entró al salón, con una vaga ansiedad de algo nuevo.
Ya le pesaba la frivolidad de su vida y en forma inconsciente, sus ojos vagaban por entre los grupos de invitados, buscando un rostro que lo impresionara.
Cundo la vio, estuvo seguro de que era "ella".
Pálida, con un resplandor marfileño en su pecho y sus hombros, que el traje de noche dejaba al descubierto. Una melena color cobre aureolaba su cara.
A primera vista, parecía fría e impávida. Pero sus ojos brillaban intensamente, como si en su interior ardiera una hoguera secreta.
Había entrado sola y miraba indecisa en su entorno.
Varios se volvieron a contemplarla, impresionados por su belleza, pero se notaba que no la conocían.
Entonces, Luciano se sintió libre de acercarse a ella.
Lo recibió con una sonrisa, como si lo hubiera estado esperando.
Dijo llamarse Minerva y él, galante, le respondió en seguida:
-¡Es natural que tengas el nombre de una diosa!
Ella se rió complacida y le sugirió que bailaran.
No se separaron en toda la noche.
A las doce, sonaron cornetas y pitos y todos empezaron a abrazarse.
Ella, sorpresivamente, lo besó en la boca.
Sus labios ardían y Luciano la estrechó apasionadamente contra su cuerpo.
-¡Vamos!- le dijo, imperioso.
Ella se dejó conducir dócilmente, pero algo en el fondo de sus ojos brillaba de una manera extraña.
Bajó los párpados y así, él no pudo ver ese destello que probablemente lo habría inquietado.
La llevó a su departamento y vivieron una hora de pasión silenciosa, mientras afuera continuaba el jolgorio de Año Nuevo.
-¡Sólo sé tu nombre!- se quejó Luciano- ¿Quién eres?  ¡Dime algo más de ti, te lo ruego!
-Te lo diré mañana- susurró ella y besándolo en los párpados, lo incitó a dormir.
Inmediatamente cayó en un sueño profundo, embotado por el alcohol y fatigado por el apasionado encuentro.
En sueños, le pareció sentir que las manos de ella le palpaban el pecho y un agudo dolor lo hizo lanzar un gemido.
Pero la punzada cesó tan sorpresivamente como había empezado.
Abrió los ojos y vio a la hermosa Minerva, durmiendo plácidamente a su lado.
Atribuyéndolo  a una pesadilla,  volvió a dormirse, tranquilizado.
Era ya de día cuando despertó y comprobó que ella se había ido, sin dejar una nota.
Se sentía extraño, como inerte y vacío.
Algo le faltaba dentro del pecho. Buscó los latidos de su corazón y comprobó que ya no los tenía.
Aterrado, creyó que había muerto.
Pero, su cuerpo, que saltó de la cama como galvanizado y su cerebro, que bullía de pensamientos inconexos, le dijeron que estaba vivo.
Vivía, pero le faltaba el corazón.
Recordó a la hermosa mujer de la noche anterior. Volvió a verla, palpando su pecho con sus largas uñas de color escarlata.
Recordó el vivo dolor que lo había atravesado por un segundo y comprendió que no había sido un mal sueño.
La mujer era una hechicera y por medio de alguna magia diabólica, le había robado el corazón.
En los días siguientes, la buscó en vano.
Preguntó por ella a sus conocidos de la fiesta.
Todos la recordaban. ¿Quién podría olvidar aquella belleza irreal?  ¿Aquella piel marfileña y esos cabellos de llama?
Se acordaban de haberlo visto con ella y muchos habían envidiado su suerte.
Pero, nadie sabía nada de su vida ni menos el lugar a donde podría encontrarla.
Tiempo después, lo invitaron a otra fiesta en la playa.
Era en un hotel de lujo, emplazado sobre las rocas, en el borde mismo del mar.
La música de la orquesta se mezclaba con el cercano rumor de las olas.
Luciano, con el pecho vacío de calor y latidos, incapaz ya de amar, se desplazaba entre la gente como un autómata.
Pero, sus ojos seguían buscándola incansablemente, aunque presentía que con hallarla, no resolvería nada.
De pronto, divisó a un grupo de hombres reunidos en torno a una mujer con cabellera rojiza.
La rodeaban, cercándola, como si quisieran arder en el fuego de su pelo.
Era Minerva.
Por un momento, el círculo se abrió y quedaron frente a frente.
Ella se reía, clavando en él sus ojos llenos de triunfo y de crueldad.
Luego, pasó a su lado, como si no lo conociera.
En su pecho llevaba una cadena de oro, de la cual pendía un gran rubí en forma de corazón.
Arrojaba destellos sangrientos y mientras ella caminaba, parecía latir al ritmo de sus pasos.

4 comentarios:

  1. AMIGA, vaya una mujer, por la belleza física se pierde el corazon del hombre, una buena lección, nos dejas, diremos la juventud se marchita, el dinero se gasta y solo queda el alma, esperemos conservarla en buenas condiciones siempre.
    Un abrazo y voy a seguir leyendo hoy que tengo un poco de tiempo, después seguro que tardo unos cuantos dias sin pasar por falta de tiempo.
    Ambar.

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  2. HOLA
    SOY DE ARGENTINA Y VENGO JUSTAMENTE DEL BLOG DE AMBAR DE QUIEN SOY MUY AMIGA.

    ME QUEDO POR ACÁ EN TU BLOG, ME GUSTA CONOCER AMIGOS NUEVOS, SOBRE TODO QUIENES SE DEDICAN A LA NARRATIVA, LA LITERATURA QUE TANTO AMO.
    YA VENDRÉ A LEER CON TIEMPO.

    UN BESO

    lujanfraix.blogspot.com

    MI BLOG PRINCIPAL POR SI QUIERES VISITARME.

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  3. Mientras leía me acordé d e esas historias urbanas que se cuentan en Santiago y en otras partes...
    cuando ciertas personas dicen conocer a una mujer muy bella, y con ella pasan la noche bailando , la vana a dejar a su cas ay luego cuando regresan por ella ...resulta que esta ha fallecido tiempo taras ( La rubia de Kennedy ...te suena?)
    misterios sin develar!!

    me gustó el tema.

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  4. Lo bueno de tu relato es que se puede tomar de forma literal y afrontarlo como un cuento de corte fantástico o bien como una metáfora de cómo ciertas mujeres roban el corazón a los hombres y luego los dejan en la agonía del desprecio, cosa que ocurre con demasiada frecuencia.
    ¡Ojo con las Minervas...!
    ¡Que tengas buena semana, Lillian!

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