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viernes, 26 de abril de 2013

VOLVER ATRAS.

Avisaron en los diarios y en la televisión que esa noche, a las doce, había que cambiar la hora. Correspondía hacer retroceder los minuteros y quedar en las once, otra vez.
Pero, llegado el momento, Jaime dijo que no. Que se negaba rotundamente a hacerlo.
Ya había vivido esa hora, entre las once y las doce, y se negaba a volver a vivirla.
La había pasado solo, suspirando por su amor perdido y no era cosa de repetir esos minutos, solo porque otros lo habían decidido por él.
Pero, cuando faltaba solo un segundo para que las manecillas del reloj coincidieran en las doce, entró sorpresivamente a la habitación, un señor flaco, vestido de gris y portando una maleta.
-Y usted ¿quién es?-le preguntó Jaime, sorprendido.
-Soy El Tiempo y vengo a entregarte la hora extra que te han asignado. ¡Vamos!  Retrocede ya el reloj, que no puedo quedarme aquí, esperando a que te decidas.
Y abrió su maleta, dispuesto a entregarle los sesenta minutos que le correspondían.
-¡No! ¡Me niego a hacerlo!  ¡No quiero vivir otra vez lo mismo!
-¿Y quién te dice que tiene que ser así?  Al contrario, se te da la oportunidad de volver a vivir la misma hora, de distinta manera.
-¿Y qué podría hacer?
-¿No estuviste acaso llorando por tu amor perdido?
-Sí, pero...
-Quizás no has hecho lo suficiente por recuperar ese amor. ¿No fuiste tú quien engañó y traicionó, para correr detrás de una pasión efímera?
-Lo reconozco, pero ¿qué me aconseja que haga?
-Que pongas los minuteros de tu reloj otra vez en las once y vayas a buscarla a ella.
Al ver que la mirada de Jaime se dirigía hacia el teléfono, lo paró en seco.
-¡No! ¡Por teléfono no!  ¡Ni menos por Internet!  Se trata de que la mires a los ojos y le digas lo que sientes. ¿Tan difícil te resulta pedirle perdón?
Jaime le obedeció al Tiempo, porque dicen que es muy sabio y todo lo aclara. Y afirman que es muy piadoso y todo lo cura...
Retrocedió las manecillas de su reloj y se encaminó a la casa de su amada.
Se veía oscura y, aunque golpeó repetidas veces, nadie acudió a abrir.
-¡No está!- suspiró desconsolado.
Ya se alejaba, cuando se cruzó con una pareja que caminaba del brazo, conversando a media voz.
Al pasar junto a él, ni lo miraron.
Era ella, que llegaba acompañada de su nuevo amor.
-Es temprano en el tiempo, pero muy tarde en mi vida- pensó Jaime con tristeza.
Cabizbajo, desanduvo el camino.
El campanario de una iglesia lejana dio las doce.
 Y la hora regalada llegó a su fin.

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