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lunes, 11 de febrero de 2013

EN EL DIA DE LOS ENAMORADOS.

Ese día era muy especial en la Sección Papeles de la Distribuidora.
Y por supuesto, en cualquier lugar de la ciudad, del país y de mundo, en el cual hubiera un corazón latiendo impulsado por la fuerza del amor.
En Papeles, la triunfadora indiscutida de ese día, sería como siempre, Magaly.
La bella, la sensual Magaly, con su melena color cobre y su figura insinuante.
Temprano, al llegar, ya había sobre su escritorio una rosa envuelta en papel celofán.
¡Estaba claro que no sería ese el homenaje más significativo que recibiría en el día!
Pero, actuó como si lo fuera.
Con ese encanto que volvía locos a los hombres, acercó la rosa a  su delicada naricita y aspiró su perfume como si fuera el más delicioso del mundo.
Luego, la puso en un florero que siempre tenía dispuesto para exhibir los tributos de sus admiradores.
Leyó rápidamente la tarjeta que decía: " A Magaly, ninguna rosa puede opacarla. En el Día del Amor, su admirador secreto", y la guardó en el cajón de su escritorio.
Desde lejos, al otro lado del pasillo, Carlos, el mensajero de la Sección, seguía sus movimientos con ansiedad.
Había gastado una suma prohibitiva de su escaso sueldo, para comprar la rosa. Pero estaba satisfecho y renunciar a su colación por un par de días, para solventar el gasto, no le parecía un sacrificio excesivo.
Desde que ella había llegado a la Sección Papeles, su corazón latía en un permanente estado de euforia y su imaginación lo llevaba por deliciosos senderos que siempre conducían a los brazos de Magaly.
Pero ¿podría ella fijarse en un simple mensajero?
La Razón decía que no, pero el Amor siempre miente en una forma tan convincente, que echa por tierra todos los obstáculos y muestra como posibles las situaciones más extraordinarias.
Durante las mañana, ella recibió varios llamados con evidentes invitaciones, que declinó con amables palabras, alegando un compromiso.
Por supuesto, no fue la única a quién saludaron.
Otras chicas también recibieron flores y algunas, ruborizadas  y contentas, planificaron por teléfono con sus novios, la celebración de la noche.
Solo el escritorio de Ruth permanecía desguarnecido y su teléfono, mudo.
Una sombra de humillación y tristeza opacaba su carita pecosa, pero ella sonreía estoicamente y fingía no notar las miradas de conmiseración que le dirigían sus compañeras.
En punto a las diez, entró un enorme cesto de rosas rojas que parecía caminar solo, porque ocultaba casi por completo al mensajero que lo traía.
Magaly se ruborizó intensamente y lo recibió con la sencillez de una diosa acostumbrada a aspirar incienso.
Esta vez leyó la tarjeta varias veces y luego la guardó bajo su blusa, muy cerca del corazón.
Al notar que el canastillo ocupaba casi toda la superficie disponible de su escritorio, tomó el florero con la humilde rosa que había recibido más temprano y se acercó a Ruth.
 -¡Toma! ¡Te la regalo! Quedará bien aquí... Como tú no has recibido nada...
Y sonrió con un rictus de malignidad que afeó por un instante sus labios, siempre dispuestos al mohín tierno y coqueto que los volvía irresistibles.
Ruth palideció, pero aceptó la rosa en silencio.
Desde el otro lado del pasillo, Carlos vio la escena y sintió que lo embargaba la más honda tristeza que hasta entonces había conocido.
Sus hombros se curvaron bajo el peso de la decepción, como si alguien hubiera arrojado un pesado fardo sobre su espalda.
A la hora de la colación, Julio, el mensajero de la Sección Abarrotes, le comunicó en voz baja, con aire malicioso:
-¡Yo sé quién le mandó las rosas a Magaly!  ¡Fue mi jefe, Don Ambrosio!
-Pero ¡cómo!   ¡Si es viejo y además casado!
- ¡Para que veas tú cómo funciona el mundo, pues!  -respondió Julio con aire cínico, sin adivinar la violenta conmoción que sacudía a Carlos.
-Y tú ¿cómo lo sabes?
-Porque fui yo el encargado de ir a la florería. El me pasó una tarjeta para que la agregara al ramo y yo, por supuesto,  la leí por el camino. Creía que se las mandaba a su señora... ¡Imagínate la impresión cuando me entero de para quién eran las flores realmente!
No hablaron más del tema.
En realidad, no hablaron más de nada, porque llegó la hora de volver al trabajo y ambos corrieron a ocupar sus puestos.
En la tarde, se vio salir a Magaly, maquillada con esmero, cargando sus rosas. A la vuelta de la esquina, un convertible último modelo la esperaba con el motor encendido.
De a poco, se fueron todos y sólo quedaron Ruth y Carlos, que permanecía cabizbajo, frente a su escritorio.
Ella ordenó y guardó sus cosas, con la calma de quién sabe que no la espera nadie.
Miró la rosa que ya empezaba a marchitarse.
Por un instante la cogió, con ademán de ternura, pensando en llevársela. Pero, luego pareció reflexionar en la humillante circunstancia de que nunca había estado destinada a ella y la arrojó al papelero.
Carlos, que observaba la escena desde el otro lado del pasillo, pensó amargamente:
-¡Ahí se va mi corazón a la basura..., junto con el importe de dos colaciones que no pude probar!
En el vestíbulo, donde ya las luces empezaban a apagarse, se encontraron.
Carlos miró con detenimiento, por primera vez, la cara de Ruth, honesta y dulce, y le preguntó, casi sin pensarlo:
-¿Me acompañarías a tomar un café?

2 comentarios:

  1. El momento ideal y mágico que nadie sabe en cuanto tiempo va a ocurrir...

    y de ahí nacen las bellas historias...por eso nunca uno debería decir
    nunca jamás no?

    saludos!

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  2. Aquí, a diferencia de “Sólo los cuentos terminan bien”, el final apunta la posibilidad de algo bueno, aunque por cómo transcurre el cuento, parece algo forzado porque da la impresión de que el tal Carlos no siente ningún interés por Ruth.
    Y en la figura de Magaly tenemos al ejemplo perfecto de lo que comentaba en tu cuento “Día de amor y rosas”.
    San Valentín, muchas expectativas para tan pobre amor.
    Aunque siempre puede quedar la esperanza, como apunta Meulen.
    ¿Hubo flores para ti en San Valentín?

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