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lunes, 25 de febrero de 2013

EL DIARIO DE MARIBEL.

Hacía por lo menos diez años que llevaba un diario de vida.
Una tarde en que volví del trabajo especialmente deprimida, tomé un cuaderno cualquiera y vertí en él toda mi congoja.
Descubrí el inmenso alivio que representa poder desahogarse. Estar abiertamente triste, ser desgraciada con franqueza, mientras una máscara sonriente la relaciona a una con el resto de las personas.
-¡Usted siempre tan animada, Liliana!  ¡Da gusto verla!
Y por dentro un sepulcro, un bosque de árboles congelados, un monte hecho con la ceniza de los sueños consumidos.
En las tardes, como no tenía con quién hablar, al volver del trabajo, me sumergía en mi diario.
Vertía en él todas las amarguras del día, las injusticias de los jefes, la hipocresía de mis compañeras... Y la visión de un páramo desolado extendiéndose ante mí, como el remedo de una vida.
Eso sí, yo misma me daba cuenta de la monotonía de mis anotaciones. Parecía ser siempre el mismo día, que se repetía una y otra vez.
Hasta que decidí ser otra. Escribir la historia de alguien que no era yo. Una mujer optimista, con un trabajo interesante.
Alguien que empezaba el día cantando, feliz de despertar una vez más y ver el sol a través de la ventana.
¿Y como se llamaría ella? Es decir, yo... ¿Qué nombre me pondría?
¡Maribel!  ¡Siempre me gustó el sonido de ese nombre!  Como campanitas de vidrio. O como las primeras gotas de una sorpresiva lluvia de Primavera, tintineando en el cristal.
Así fue como cada tarde, al llegar agobiada del trabajo,  abría el diario y escribía algo muy distinto a lo vivido en la realidad.
Maribel llegaba apurada a cambiarse de ropa y maquillarse, para salir con Rodolfo.
Quizás esa noche él le declararía su amor. Había visto en sus ojos una mirada especial, cuando se acercó a su escritorio para invitarla.
Trabajaban juntos en una oficina de abogados. Y a ella le entregaban los casos difíciles, porque reconocían sus conocimientos de leyes y su perspicacia.
Maribel no era hermosa, pero sabía sacar partido de sus rasgos.
Ensayé frente al espejo el peinado que ella usaba. Los cabellos tomados hacia atrás en un rodete, del que escapaban algunos rizos sobre su frente y su cuello.
Así, el diario se convirtió en mi segunda vida.
Al llegar a la casa, me trasformaba en Maribel.
Compré un vestido color ciruela, muy elegante, porque ella estaba invitada a una fiesta.
Al día siguiente, describí en el cuaderno la noche mágica que había vivido.
El le puso en el dedo un anillo de compromiso y fijaron la fecha para el casamiento.
"Me siento contenta- escribió Maribel- Sin embargo, no estoy segura de quererlo, en realidad."
Pero ¿cómo era posible?
¿Ella despreciaba la oportunidad de amar?  ¿Esa que yo nunca había tenido?
Empecé a vigilarla, a releer las páginas que escribía cada noche y me di cuenta de que engañaba a Rodolfo.
Ni siquiera se quitaba el anillo de compromiso cuando iba a juntarse en secreto con Octavio.
Ambos se burlaban de la situación. Ella pensaba casarse, de todas maneras, y llevar a Octavio a trabajar a la firma de la cual Rodolfo era socio.
Estaba horrorizada de su cinismo. ¿Cómo avisarle a él, que fraguaban ese engaño?
Hasta que una tarde, llegó el mensajero de una florería, con una caja de rosas.
-Para la señorita Maribel- dijo.
Las tomé sin decir nada.
 Adentro había una tarjeta :
"Espérame esta noche a las nueve. Con amor. Rodolfo"
¿Vendría a verla, entonces?
¡No!  ¡Yo no permitiría que Maribel siguiera burlándose!
Tomé el diario de vida y lo guardé con llave en el cajón de mi cómoda.
A las nueve llegó él y se extrañó de verme a mí en el umbral de la puerta.
-¡Perdone!  ¿Me he equivocado de departamento?
Miró el número, para cerciorarse y luego, más tranquilo, me preguntó por Maribel.
Le dije que había salido. Que yo era su hermana. Que entrara a esperarla, si quería, pero que no sabía cuánto se iba a demorar en volver...
Me miró fijamente y exclamó:
-¡Ustedes se parece mucho!  Se peinan igual. Y ese vestido color ciruela ¿ no es el mismo que ella ha usado en algunas ocasiones?
Asentí, distraídamente, porque durante todo ese rato, me llegaban desde mi dormitorio unos ruidos, como si alguien estuviera tratando de abrir el cajón de la cómoda.
¡Era Maribel, que luchaba por librarse del encierro y salir a hablar con Rodolfo!
¡Pero no le iba a permitir que lo hiciera!
El no parecía escuchar los ruidos.
Tal vez solamente yo los oía, porque era la única que estaba en el secreto.
Nos quedamos sentados en silencio y de pronto empezó a llover.
No sé de donde saqué valor para decirle:
-Lo siento, Rodolfo. Maribel se ha ido y me advirtió que no va a regresar.
El se puso pálido y murmuró:
-Lo presentía. Se había vuelto extraña y distante en este último tiempo. ¿Será que hay otro hombre en su vida?
No le respondí, pero lo miré a los ojos y él comprendió que por delicadeza no confirmaba sus sospechas.
Al despedirse, me miró insistentemente, como si buscara en mi cara las facciones de Maribel.
Al fin, se decidió a partir, pero me preguntó si podía volver. "Tal vez, más adelante, haya noticias de ella"- me dijo.
Apenas se fue, tomé el diario de la cómoda y lo arrojé al fuego de la estufa.
¡Ya no habría más noticias de Maribel!
Pero, él dijo que nos parecemos...
Si sigo peinándome como ella y usando el vestido color ciruela, quizás  Rodolfo termine por enamorarse de mí.

3 comentarios:

  1. Hermosa palabras en este cuento
    porque me gusta esa diversidad que veo...veo a la escritora que eres y como levantas una historia de alguien que quiere deshacer sus demonios de una manera muy original...

    muy bueno!

    saludos!

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  2. Entretenido ameno y me ha gustado, curioso relato, muy bonito como escribes, tu imaginación vuela.
    Un abrazo.
    Ambar.

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