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viernes, 22 de febrero de 2013

CONOCIENDO AL MAGO DE OZ.

El papá de Dorita había sufrido un revés económico y la familia se vio obligada a cambiar de domicilio.
A Dorita, la nueva casa le parecía chica y fea. Y para colmo, había perdido de golpe a todos sus amigos del barrio anterior.
Ofuscada y llorosa, aprovechó la distracción de sus padres, que acomodaban los muebles en el exiguo espacio, y sin avisarles, salió a caminar.
Anduvo muchas cuadras, sin ver lo que la rodeaba, porque sus ojos estaban empañados por las lágrimas.
Y cuando quiso regresar, se dio cuenta de que estaba perdida.
Pensó desandar el camino, pero se encontró en una calle que no había visto antes. Era muy diferente a las otras, porque estaba cubierta de baldosas amarillas. ¡Seguro que no había pasado antes por ahí!
Indecisa, se detuvo sin saber qué hacer. Entonces, vio venir hacia ella a tres muchachos que caminaban juntos.
Ellos la miraron con curiosidad  y al notar su cara bañada en lágrimas, le preguntaron al unísono:
-¿Qué te pasa, niña?
-Me pasa que estoy perdida- respondió Dorita y  al verse convertida en el centro de la atención, decidió verter una catarata de lágrimas.
Luego, cansada de llorar, los miró y les preguntó a su vez:
-¿Ustedes también están perdidos?
Los tres muchachos se miraron entre sí y uno de ellos le respondió, como poniendo en palabras la sonrisa medio triste y  medio burlona de los otros dos.
-Tanto como perdidos, no. Yo creo que más bien estamos desorientados.
Después que Dorita les hubo dicho su nombre, ellos se presentaron como Robi, León y Silvestre.
La niña les rogó que la acompañaran y le ayudaran a buscar su casa.
Pero, por más que caminaron, no pudieron encontrarla y la calle embaldosada de amarillo pareció alargarse sin llegar nunca a su fin.
Cayó la noche y Dorita estaba tan cansada que empezó a dormirse mientras caminaban.
-Podríamos descansar en alguna parte y seguir buscando mañana- sugirió Robi.
-¡Mira! ¡Ahí hay una Hostería!- exclamó León- Pero ¡qué extraña manera de escribir el nombre!
    Efectivamente, había un letrero que decía: "OZtería".
-¡No importa!  ¡Entremos!  Estamos tan cansados que dudo de que podamos dar un paso más.
No vacilaron en atravesar la puerta vidriera y se encontraron frente a un mesón donde dormitaba un viejecito.
-¡Señor! Necesitamos alojamiento, por favor.
El anciano dio todavía un par de cabezadas y luego abrió los ojos, que eran grandes y azules y los miró con simpatía.
-¡Vaya! ¡Cuatro pasajeros! ¿Y a donde se dirigen, si se puede saber?
-No, no se puede- contestó Dorita- ¡Porque estamos perdidos!
-Bueno, aquí se van a encontrar- respondió el viejecito, y los condujo por una escalera hasta el segundo piso.
-Tengo cuatro habitaciones dispuestas- les anunció-Y en un momento, les subiré a todos un vaso de leche tibia, para que duerman mejor.
Mientras vigilaba que Dorita se tomara el suyo, le dijo:
-Mañana encontrarás tu casa, no te inquietes. Pero es preciso que entiendas que sea rica o pobre, linda o fea, allí donde esté el cariño de tus padres, ese siempre será tu hogar.
 Dorita le prometió que no lo olvidaría.
En la habitación vecina, Robi se sentó en el borde de la cama y suspiró hondamente.
Sintió que el suspiro le recorría el interior del pecho, como una corriente de aire recorre un cuarto deshabitado. Era indudable que allí dentro, debajo de sus costillas, se notaba la ausencia de un corazón.
Suavemente tocaron a la puerta y entró el anciano con un vaso de leche.
-¿Por qué estás tan inquieto y apesadumbrado?
Robi no quería hacerle confidencias a un extraño, pero no pudo más y abrió el dique de su tristeza, soltando un torrente de lágrimas.
-¡Me siento tan solo!  ¡Es que nunca he podido amar! Soy un robot sin corazón. Eso es lo que dicen de mí...
-Eso es imposible- objetó el viejecito- Nadie vive sin corazón. Lo que pasa es que el tuyo no ama porque tienes miedo de amar. Te angustia la idea de ser herido. ¿No comprendes que el Amor es un riesgo constante, pero maravilloso?  Es necesario atreverse a amar  sin  preguntarse primero si uno será correspondido o no. Eso lo sabe el destino. Pero, si no te arriesgas ¿cómo podrás saberlo también tú?  
 Robi se quedó en silencio, meditando en las palabras del anciano. Algo nunca sentido se agitó en su pecho. ¡Era su corazón que estaba allí y que latía emocionado al comprender la verdad!
Obediente, se bebió la leche y sonrió antes de dormirse:
-¡Mañana seré una persona que ama y no un robot, como siempre lo he sido!
En el cuarto vecino estaba León, refunfuñando su descontento.
El anciano entró con un vaso de leche y le preguntó:
-¿Por qué estás tan enojado?
-Estoy furioso conmigo mismo, porque soy un cobarde. Lo dicen todos. Nunca he sido capaz de tomar una decisión. Soy desdichado, pero no me atrevo a dar un paso que logre cambiar mi vida.
-No, León- le respondió el viejito con suavidad- No eres cobarde. Solo te falta confianza en ti mismo. Viviste una infancia sin cariño. Tuviste la mala suerte de ser "el hijo del medio". Tu papá prefería a tu hermano mayor y tu mamá regaloneaba al menor. Te sentías postergado y no creías tener méritos propios para ser apreciado y querido. Por eso creciste inseguro de ti mismo. Pero, tienes cualidades de sobra para enfrentarte a la vida.
León se sintió reconfortado y una nueva fuerza se agitó en su corazón.
En el cuarto contiguo, se desvelaba Silvestre.
-¿Qué te aflige, que no duermes?- le preguntó el anciano.
-¡No sé qué será de mí!  -exclamó el muchacho, golpeándose la frente con los puños- No logro retener los conocimientos que me imparten en la escuela. Dicen que no tengo cerebro. Que tengo la cabeza llena de paja, como los espantapájaros del campo. Trato de concentrarme y no puedo. ¡Seguro que es verdad que no tengo cerebro!
-¡Pero, Silvestre! Si no tuvieras cerebro, no podrías preocuparte por no tenerlo. Andarías feliz por el mundo, sin inquietarte por nada. Lo que pasa es que sufres de déficit atencional. Lo que necesitas, primero que todo, es tranquilizarte. Yo te puedo ayudar.
El anciano sacó de su bolsillo un frasco de píldoras y le dio una, para que la tomara con la leche.
-Esto te calmará y te permitirá concentrarte. Ya verás cómo mañana, en clases, los conocimientos se quedarán firmes en tu cerebro, sin salir volando como antes lo hacían. Pero, debes decirle a tus padres que te lleven a un médico.
El muchacho sonrió aliviado y se envolvió con las frazadas, disponiéndose a dormir.
A la mañana siguiente, cada uno despertó en la cama de su propio hogar.
Los cuatro se habían encontrado dentro del mismo sueño. Un sueño maravilloso que les ayudó a mejorar sus vidas.
O quizás, después de todo sea cierto que aquella noche conocieron la misteriosa "OZtería".
 Esa que queda en una callecita embaldosada de amarillo, en un barrio que nunca volverán a encontrar...
   ¿Cuántas cosas que creímos sueños, las hemos vivido en realidad?
¿Y cuántas cosas que creímos vivir, fueron tan solo sueños?

2 comentarios:

  1. Que bonita manera de empezar la mañana

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  2. Waldemar Guzman opina:
    Escribes bié, como ya te he dicho, y muy fluido, pero en este cuento en particular, creo que sobran las dos preguntas finales.
    Podrían suprimirse sin afectar la calidad del cuento y así el lector puede hacer sus propias interpretaciones.

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