Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 4 de febrero de 2013

CARTAS A RENATO.

Había amado a Renato desde que tenía diecisiete años.
Es cierto que nuestro romance había tenido sus altibajos.
Más sus bajos que sus "altis",  para ser sincera.
Nuestros caracteres chocaban, despidiendo chispas. Pero, en las reconciliaciones, esas mismas chispas generaban llamas.
En los intervalos de nuestra relación, me enamoré de varios otros, pero siempre seguía amándolo a él de soslayo, si puede decirse así.  Viéndolo todo el tiempo, con el rabillo del ojo de mi corazón.
¿Qué magia tenía él, que lo hacía intemporal e inolvidable?
Nuestro último reencuentro había durado poco.
Y de nuevo me encontraba sola, caminando por la vida, con la sensación de hallarme incompleta. La otra parte de mí andaba por ahí, quizás por donde, privándome de la mitad del oxígeno que necesitaba para vivir.
Una noche, soñé que le había escrito una carta en la que le decía que lo echaba de menos.
Que de todo el mundo y de toda la vida, él era la única persona cuya ausencia me dolía.
Cuando desperté, me asusté pensando que en realidad le había escrito. Pero, después me tranquilicé al darme cuenta de que solo había sido un sueño.
Me alegré tanto de saber que no había hecho esa tontera, que decidí mandarle un correo electrónico, contándoselo.
Y asegurándole que lo que había soñado no tenía nada que ver con la realidad...
Días después me respondió diciendo que estaba equivocada. Que efectivamente le había mandado esa carta. Que la había encontrado en su buzón junto con un aviso de cobranza. Y que no sabía cuál de las dos cosas le había caído más mal.
Había creído que esa cuenta ya la tenía pagada y, por otra parte, siempre había esperado no tener que saber de mí nunca más.
Quedé bastante dolida, pero también intrigada.
Más que intrigada, asombrada.
Y más que asombrada, atónita.
¿Cómo podía ser que mi sueño fuera el reflejo de un acto que no recordaba haber realizado en lo absoluto?
Pasé varios días tratando de dilucidar ese misterio.
Pero no sabía, en realidad, cuál de las dos cosas era  la que más me escocía en el alma.
Si  no saber cómo le había mandado esa carta a Renato o si  ese correo suyo en el que me comparaba con una cuenta impaga de la cual, ojalá, se hubiera podido librar.
Varias semanas después, volví a soñar que le escribía.
Me vi inclinada sobre una hoja en blanco, tratando inútilmente de expresarle mis sentimientos.
Pero, por más que escribía, el lápiz no dejaba ninguna huella sobre el papel.
Largo rato luché, sin lograr imprimir ni una letra. Al final, desistí de mi intento. Doblé la página en blanco,  la metí en un sobre y la fui a echar al buzón.
Cuando desperté en la mañana,  recordaba todo nítidamente.
Preocupada, me acerqué a mi escritorio y ví un block de cartas y varios sobres esparcidos sobre él.
¡No cabía duda de que yo era sonámbula!
Al menos, esta vez le había mandado una página el blanco, pero indudablemente Renato lo tomaría como una provocación o un vano intento de hacerme la graciosa.
¿Qué pasaría ahora?
¿Me llegaría otro correo sarcástico?  ¿O peor aún, su silencio gélido sería el acta de defunción de mi terca nostalgia, que se negaba a morir?
En realidad, lo que más temía era seguir escribiéndole cartas, sin poder controlar esa manía epistolar que me venía durante el sueño.
Así es que decidí no dormir.
Me pasaba las noches en vela leyendo o viendo películas viejas en la televisión.
Cuando empezaban a cantar los pájaros, sentía  que había logrado conjurar mi obsesión. La luz del amanecer llegaba en mi rescate.
Demás está decir que, durante el día, andaba por la calle chocando con los postes y que me quedaba dormida colgada de la barra del autobús, sin que los empujones y  pisotones lograran mantenerme despierta.
Aguanté una semana sin acostarme, durmiendo a ratos en los cines o en las estaciones del Metro. Cualquier lugar donde no tuviera a mi alcance un lápiz y un papel.
Hasta que una tarde de Sábado, en mi casa, sentí que no podía seguir luchando.
Me eché en el sofá, arropada en una manta y me sumí en el sueño más profundo que había disfrutado jamás.
Escuché varias veces el sonido del timbre de la puerta de calle, pero lo incorporé a mi sueño y seguí durmiendo.
Al cabo de un rato, tuve que reconocer que los timbrazos eran reales y medio arrastrándome, todavía envuelta en la manta, fui a abrir.
En el umbral estaba Renato.
-¿Por qué no has seguido escribiéndome?- me preguntó con descaro.
-Pero ¿cómo?  Si me dijiste que te caía tan mal como una cuenta impaga y que no querías saber más de mí.
-Sí, reconozco que me porté antipático, pero tus cartas me han hecho pensar...La que más cosas me dijo fue la que venía en blanco.... Y he terminado por reconocer que tú también eres un recuerdo que se niega a salir de mi vida.
Yo apenas lograba tener los ojos abiertos y seguía enrollada en la manta, creyendo que estaba dormida. Porque tenía que ser un sueño el hecho de que Renato estuviera ahí.
Examinó mi cara con preocupación.
-¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
-¡No!  ¡Estoy muy bien! - le respondí, reaccionando - Lo que pasa es que anoche los vecinos tuvieron una fiesta y no me dejaron dormir.

3 comentarios:

  1. ¡Hola, Lillian!
    Mira que tiene su punto gracioso este cuento, con tu manera de mezclar sueño y realidad
    Visto desde fuera, está claro que Renato no es la solución amorosa de la protagonista, que va de fracaso en fracaso. Ella lo sabe, de ahí esos intentos por no dormir. Pero se entiende esa tentación si le pesa tanto la soledad.

    ResponderEliminar
  2. Dice María Elena Hernández, de Venezuela:
    Este cuento me lo leí de noche y me sacó una sonrisa. Es muy divertido que ella se durmiera en el Metro y en el cine, lejos del lápiz y del papel.

    ResponderEliminar