Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 5 de noviembre de 2012

MUJERES TRISTES.

Hay una multitud de mujeres tristes que camina por la ciudad.
Llevan las manos cruzadas sobre el pecho, como si aún pudieran retener el amor que perdieron hace ya tiempo.
Lo tenían apretado contra su corazón y les transmitía un calor muy dulce que entibiaba todo su ser.
Luego, un día, notaron un frío extraño y se miraron el pecho. El amor ya no estaba allí. En su lugar había un vacío que el dolor se apresuró a llenar, como un licor oscuro que rebasa una copa.
Habían perdido su amor casi sin notarlo.
¿Qué fue primero? ¿Una palabra dura? ¿Una mirada fría? ¿Un gesto de fastidio?
Valientemente, los ignoraron y continuaron sonriendo.
No creyeron que el edificio que sostenía su vida pudiera derrumbarse por algo tan fútil.
Pero la grieta se había ido extendiendo silenciosamente y al fin, aquel sentimiento que había sido la casa en la cual habitaban, yació a sus pies como un montón de ruinas.
Mariana no sabía qué hacer con los escombros de su existencia.
Y caminaba por la ciudad, agobiada  por el dolor, como antes lo había hecho jubilosa, apretando contra su pecho el tesoro de su amor.
  Juan la había dejado después de cuatro años durante los cuales ella había creído ciegamente  que su unión se consolidaba.
Después de varios meses en que se habían amado con pasión, resolvieron vivir juntos.
Cada uno llevó al departamento sus objetos preferidos.
Juan su música, Mariana sus cuadros. Juan su colección de veleros en miniatura, Mariana sus cerámicas.
Se rieron alegremente al ver cuán heterogénea resultaba la decoración. Pero les gustó, porque los representaba a ambos y sintieron que habían construido un hogar.
Durante tres años había sido eso. Su lugar de encuentro y un sitio hospitalario al que llegar por las tardes, arrastrando el tedio y el cansancio del día.
Ella empezó a soñar con casarse y tener un hijo.  Esperaba que él se lo propusiera.
Cuando en su cumpleaños, Juan le regalaba unos pendientes en lugar de un anillo, se decía a sí misma, confiada: Será en Navidad.
Pero la Navidad pasaba y ella luchaba por sonreír para que él no notara la decepción que sentía.
Un día, se atrevió a mencionarle el tema de los hijos.
Le hizo notar que el tiempo pasaba y que llegaría el momento en que ella ya no estaría en  edad prudente como para tener uno.
El la miró serio un momento y después sonrió, revolviéndole el pelo.
-¡Esperemos un poco más, hasta que estemos seguros!
Esa frase la  hirió como un cuchillo.
¡Ella estaba tan segura de amarlo!
En las mañanas, al despertar, se quedaba mirando su cabeza sobre la almohada. Su pelo rizado, como de niño y sus pestañas largas que él detestaba por femeninas, según decía.
Mirándolo dormir, el amor la envolvía como una ola que sacudiera su cuerpo y su corazón y la arrojara exauta sobre una playa.
¿Cómo no saber que lo amaría siempre y que era suyo el hijo que anhelaba tener?
Ocultó la insatisfacción y la tristeza, empujándolas hacia el fondo de su ser.
 Quiso hacer lo que sus amigas le aconsejaban: vivir el momento, disfrutar del amor de Juan sin estar constantemente preguntándose hasta cuando iba a durar.
Pero un sentimiento de incomodidad se había instalado entre ellos, como un intruso venido desde afuera.
El departamento que un día les pareciera un hogar, se había vuelto frío y anónimo. Como una estación de ferrocarril en la que ambos esperaran trenes que corrían en dirección opuesta.
Después, Mariana presintió que había algo más.
Juan empezó a llegar tarde con el pretexto de un trabajo nuevo que le habían asignado.
Al principio la llamaba para decirle que se atrasaría, que no lo esperara a comer.
Después, ya no se molestaba en hacerlo.
Lo notaba pensativo y distante, alejándose de ella cada vez más.
Hubiera querido arrojarse a sus brazos, interrogarlo, arrancarle al fin la verdad que se negaba a decirle. Pero la angustia la paralizaba.
Una noche en que lo había esperado horas con una cena especial, se lanzó a la calle frenética, sin poder resistir más el encierro.
Sus pasos la llevaron, en forma casi involuntaria, hasta las inmediaciones de la oficina de Juan. Tal vez quería espiar las ventanas iluminadas. Sería una señal de que él se encontraba todavía allí, trabajando.
Pero el edificio estaba oscuro y en la puerta, el conserje la miró fijamente, quizás porque sus ojos febriles traicionaban su desesperación.
Al regresar, lo vio.
Salía de un café, acompañado de una chica.
La llevaba sujeta del codo y le acercaba el rostro, como susurrándole alguna cosa. Ambos se reían y Mariana notó cuán joven era ella.
Eso la humilló más que el engaño.
Esa radiante juventud contra la cual nunca podría luchar.
Se separaron y Mariana se quedó sola en el departamento, donde la sala de estar desmantelada y el closet semi vacío le hablaban a gritos de la ausencia de Juan.
Poco tiempo después, supo que se casaba.
Cuatro años habían vivido juntos sin que él lograra disipar sus dudas y ahora le bastaban unos pocos meses para estar seguro de sus sentimientos.
Comprendió que nunca la había amado.
Y se convirtió en una más en esa multitud de mujeres tristes que camina por la ciudad.
Va con los ojos clavados en el ayer, como en un jirón de niebla que desdibuja su vida.
Lleva las manos apretadas sobre su corazón, como si pudiera aún retener el amor que la abandonó hace tanto tiempo.
  Si te encuentras con ella, no la dejes pasar.
Pon tu mano sobre su hombro y oblígala a mirarte.
Sacúdela, si es preciso, para despertarla de ese ensueño doloroso en medio del cual camina como sonámbula.
Aunque quiera rehuirte, no la dejes seguir su camino.
Oblígala a mirarte a los ojos y dile que ya basta. Que el dolor no es eterno.
¡Y que ya es tiempo de que vuelva a sonreír!


1 comentario:

  1. El eterno problema del amor: que uno ama más que el otro y al final, en la mayoría de ocasiones, llega el mazazo de la ruptura inesperada.
    Me temo que hay muchas mujeres así... pero también muchísimos hombres. Esta desgracia no entiende de géneros.
    Saludos, Lillian.

    ResponderEliminar