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jueves, 8 de noviembre de 2012

BAILE DE MASCARAS.

Cien años después de un baile de máscaras que se convirtió en leyenda, el Museo Histórico Nacional decidió exhibir algunos de los trajes usados en aquella noche memorable.
La fiesta se había celebrado en el Palacio Concha Cazotte, propiedad de un acaudalado aristócrata, con ocasión del cumpleaños de su esposa.
No se escatimaron gastos y más de trescientas personas llenaron los salones profusamente iluminados y bailaron toda la noche, a los sones de una gran orquesta.
Justo cien años después, porque el baile se había celebrado en 1912, los descendientes de aquellos seres privilegiados recolectaron fotografías y disfraces, algunos comidos de polilla o con fuerte olor a alcanfor, y los prestaron al Museo, para que se montara una exposición.
A José lo contrataron para que la cuidara  de noche.
Cada lujoso disfraz estaba guardado en una vitrina, puesto sobre un maniquí de yeso. Junto a al traje se exhibía la fotografía, ya amarillenta, de quién lo había lucido aquella noche.
José supuso que necesitaría beber litros de café para mantenerse despierto, pero no fue así.
La fascinación por los trajes y la nostalgia de aquella época pasada, lo llevaban a recorrer sin cesar las galerías.
El disfraz que más lo atraía era el que representaba a una mariposa. Las alas, con armazón de alambre, estaban cubiertas de tul y de predrerías multicolores. Iban sujetas a la espalda de una túnica color verde agua, que cubría los tobillos del maniquí, como correspondía al pudor de aquella época.
Junto al disfraz se mostraba la fotografía de su dueña, una linda niña de menos de veinte años. Su cabecita estaba coronada de rizos castaños y su boca pintada en forma de corazón.
José la miraba con melancolía, imaginando cuantos años llevaría muerta ya aquella hermosa criatura. Más de medio siglo, seguramente.
  Su tarea era recorrer cada cierto tiempo los pasillos, poniendo atención a cada traje. Comprobando que la vitrina estuviera bien cerrada, para que no le entrara polvo. Revisando que no hubiera ningún posible foco de incendio en el Museo o que algún intruso se hubiera escondido con el propósito de robar.
Las luces estaba bajas y una suave penumbra disfuminaba los contornos de los maniquíes.
José  recorría la muestra , encantado con cada disfraz que veía, pero siempre sus pasos lo llevaban frente a la vitrina donde estaba la mariposa. Y los ojos se le quedaban clavados en la fotografía de la hermosa joven, como si sus vagos anhelos de haberla conocida y haberla amado,  pudieran hacerla revivir.
Se había sentado un rato a tomar café, cuando escuchó el sonido del reloj de la Municipalidad, anunciando las doce.
Los párpados se le habían puesto pesados y luchaba por no cerrar los ojos.
De pronto, escuchó un rumor extraño, como el gemido de un niño. ¡Y venía de una de las galerías, no cabía duda!
¿Cómo? ¿Se habría quedado alguien encerrado en el Museo, después de las horas de visita?
¡Imposible!
Pero el dulce sonido persistía y ahora estaba acompañado por golpecitos dados contra un vidrio, como si alguien tratara de llamar su atención.
¿Intentarían distraerlo para perpetrar un robo? ¡Aquellos trajes, recamados de joyas, seguramente valían millones!
Alarmado, se dirigió al pasillo desde donde venía el ruido. Y llegó hasta la vitrina en la que se exhibía el disfraz de mariposa.
Atónito, vio que ahora lo llevaba puesto la joven de la fotografía y que era ella la que golpeaba el vidrio, para que la sacara de su encierro.
-¡Por favor! ¡Déjeme salir!- le suplicó llorando-¡Se hace tarde y tengo prisa por llegar al baile!
-¡Señorita!- exclamó José, creyendo que soñaba o que alguien le gastaba una broma- ¿Qué hace ahí? ¿Cómo es posible que esté encerrada?
- No sé, no sé... - gimió la niña, con voz lastimera- ¡Lo único que sé es que él se afligirá si no llego! ¡Pensará que he dejado de amarlo!
José trató de pensar con claridad. Y luego de reflexionar un momento, le dijo:
-Señorita, no quisiera decepcionarla ni ser rudo con usted, pero este baile se realizó hace cien años. Ya no existe el palacio Concha Cazotte... ¡Hace muchos años que lo demolieron!
La niña no parecía escucharlo y si lo hacía, sus palabras le resultaban incomprensibles o propias de un loco.
-¡Por favor! ¿Qué dice? Le repito que el baile es esta noche y que él me estará esperando.
¡Ábrame la puerta de esta jaula y déjeme salir de una vez! 
José tuvo una inspiración súbita.
Le constaba que era una locura, pero todo lo que estaba sucediendo era fantástico e irreal. ¿Por qué no ceder y hacerse parte de ese sueño que se había echado a andar sin que él pudiera impedirlo?
-Señorita, perdone si le pregunto...¿Qué disfraz llevará él? ¿Cómo va a reconocerlo?
-¡Ah!  ¡Lo distinguiría entre mil!  Sé que irá vestido de príncipe árabe, con un turbante de seda y una túnica recamada de gemas. ¡Se verá tan apuesto que todas querrán disputármelo para  bailar con él!
José reflexionó un momento y recordó que un disfraz como ese se exhibía en otra galería del Museo.
-¡Señorita! No llore más, se lo ruego. ¡Y espéreme hasta que yo vuelva! ¿Sí?
-¡No veo cómo podría irme!- le respondió la niña, colérica- ¿Acaso no ve que estoy encerrada?
Apoyando sus manos contra el vidrio, lo siguió con ojos ansiosos, viéndolo perderse por los pasillos en penumbra.
   José se dirigió rápidamente al lugar donde recordaba haber visto el disfraz que la joven había descrito y, a esas alturas, no le sorprendió en absoluto ver a un apuesto príncipe árabe paseándose impaciente de un lado a otro de la vitrina, mientras fumaba un cigarrillo.
Al ver a José, y confundiéndolo seguramente con un empleado del palacio, lo increpó con ansiedad:
-¿Ha llegado ella, por fin?  ¿Es eso lo que viene a decirme?
José asintió en silencio y abriéndole la puerta, le hizo un gesto para que lo siguiera.
La joven los esperaba con su carita llorosa apretada contra los vidrios. Rápidamente, fué liberada de su prisión.
-¡Matilde!
-¡Remigio!
Exclamaron los jóvenes al unísono y se arrojaron uno en brazos del otro.
Después de muchos besos, lágrimas y suspiros, se serenaron un poco y miraron a su alrededor.
-Pero ¿cómo?  Se ha hecho tan tarde que ya están apagando las luces..-observó Matilde.
-¡Y se retiró la orquesta!- agregó Remigio- ¿Ya cómo podremos bailar?
Era evidente que ambos se creían en el escenario de la fiesta.
José tuvo otra inspiración salvadora y se precipitó a la mesita en que tenía su radio a pilas.
Sintonizó una emisora donde tocaban música antigua. No tanto como de 1912, ¡claro!, pero al menos algo suave y rítmico que no hiriera los oídos de los jóvenes.
¡Si les ponía algo actual, se quedarían espantados!
Las notas de un vals llenaron la estancia con su vibrante armonía y la pareja se lanzó a bailar entusiasmada, olvidando por completo a José.
El los estuvo mirando un rato, satisfecho de haber contribuido a aquel encuentro mágico.
Algo en el tiempo se había trastocado y lo había hecho ser testigo de un episodio inusual.
Quizás la noche de aquel baile de máscaras, un azar del destino había separado a los jóvenes y habían quedado suspendidos en la eternidad, buscándose inútilmente, hasta que ahora por fin habían logrado encontrarse.
José permaneció mirándolos, mientras  bailaban ajenos a todo lo que no fuera el éxtasis de su amor.
La música de la radio lo iba adormeciendo y los párpados se le cerraban, sin que pudiera evitarlo.
Una mano en su hombro lo sacudió enérgicamente.
-¡Despierta, José! ¡Hace rato ya que es de día!
Era Pedro, el viejo portero del Museo, que llegaba puntualmente a las ocho.
José se paró de un salto y se le vino a la mente el recuerdo de la noche anterior.
-¡Por Dios!- exclamó-¡Tengo que ir a revisar los disfraces!
-¡No, hombre, no es necesario!  ¡Ya me di una vuelta por las vitrinas y está todo en orden!
-¿Acaso estuviste soñando que entraban ladrones?- se rió el portero, bonachón, y se puso a abrir las persianas que daban a la Plaza.
El sol entró a raudales, como un río de oro, barriendo los últimos girones de irrealidad que pudieran haber quedado en los rincones.
José escuchó un zumbido ronco que venía de su radio. Quiso subirle el volumen y notó que se habían agotado las pilas.
-¿Hasta qué hora habrán bailado anoche esos dos?- se preguntó, con un dejo de envidia.

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(Esta exposición se encuentra abierta en el Museo Histórico Nacional, y durará hasta el 31 de Marzo de 2013. Plaza de Armas 951 Santiago.)

2 comentarios:

  1. Muy preciosa la historia de ese maravilloso sueño.
    Cuantas almas andarán pululando en el tiempo y espacio del universo buscándose?
    Solo Dios lo sabe.
    Un abrazo.
    Ambar.

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  2. ¡Hola, Lillian! De nuevo por aquí leyéndote...
    Este cuento es curioso porque rara vez el protagonista de tus cuentos se queda un poco apartado de la trama principal. En este caso José parece el actor secundario.
    Al principio me vino a la cabeza que José podría ser descendiente, sin saberlo, de uno de aquellos participantes en el baile de 1912 y que la historia entraría en lo perturbador, al estilo del hotel de “El resplandor”, de Kubrick, pero no, lo llevaste hacia algo más romántico y sereno jaja.
    Prefiero aquellas antiguas fiestas a la mala educación, la grosería y las drogas de las fiestas juveniles actuales.

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