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jueves, 29 de marzo de 2012

RAPUNCEL.

Mariana tenía quince años.
Parecía que toda la belleza con que la Naturaleza la había dotado se concentraba en su largo cabello rubio, que le caía hasta la cintura, como una cascada de oro.
Naturalmente al colegio no podía llevarlo suelto y se lo peinaba en una larga trenza.
Vivía en el tercer piso de un edificio junto a una plaza. Le gustaba acodarse por las tardes en la ventana, sumida en sus ensoñaciones, hasta que se encendían los faroles. La plaza resplandecía entonces envuelta en una suave luz que rompía la penumbra azul del anochecer.
Su trenza rubia colgaba sobre su hombro y parecía absorber la luz de la plaza, brillando tenuemente en la oscuridad.
Una tarde, cuando aún era de día, pasó bajo su ventana un muchacho moreno. Alzó la vista y se quedó mirándola. Luego le sonrió y canturreó el estribillo del cuento:
"Rapuncel, Rapuncel,
tírame tu cabellera para subir por ella sin escalera."
Se quedó un instante parado en la vereda mirándola y luego se alejó.
Mariana quedó sumergida en un éxtasis. El muchacho le pareció hermoso como el príncipe del cuento y la llenó de ilusión la originalidad de sus palabras. Nunca nadie, hasta ese día, la había llamado Rapuncel ni pensó que alguien pudiera recordar aún aquel cuento que le contaba su abuela cuando era niña.
Dos tardes después, el muchacho volvió a pasar bajo su ventana.
Al verla, se alegró y se detuvo en la vereda para repetir el estribillo. Pero esta vez no se alejó, sino que se quedó esperando y luego le hizo un gesto para que bajara.
-¡Espero que ninguna bruja te tenga prisionera en esa torre!-le gritó, sonriendo.
Mariana dudó un momento, pero luego asintió con la cabeza.
Cuando alcanzó la puerta del edificio, él ya estaba ahí esperándola.
Cruzaron hacia la plaza y pasearon bajo los árboles. Los faroles se encendieron envolviéndolos en un resplandor feérico.
El tomó entre sus dedos la trenza dorada que colgaba sobre el hombro de Mariana y le repitió al oído con ternura: Rapuncel...
Fue un idilio mágico como correspondía a un cuento de hadas. Pero, tal como en los cuentos, el hechizo se rompió y Mariana se vio de pronto sola, sin saber cómo había perdido el sortilegio de su amor.
Sus amigas le contaron que lo habían visto con otra niña paseando por la plaza.
Ella sintió que su corazón se rompía como un vaso de cristal.
Nadie sino ella escuchó el crujido del cristal al romperse. Pero en medio del calor del Verano, la estremeció un escalofrío y fue como si alguien hubiera reemplazado su corazón por un trozo de hielo.
En su casa lloró a solas. Le dolían los labios por el esfuerzo de haber mantenido una sonrisa
que era más una mueca, para que las otras niñas no adivinaran su desengaño ni se solazaran en su dolor.
Pasaron las semanas. Los días uno a uno... El tiempo deslizándose bajo sus pies y sobre su cabeza.
 En sus pies el cansancio de caminar sola y en su cabeza el pensamiento fijo de su decepción.
Una tarde en que estaba como siempre acodada en la ventana, escuchó su voz que la llamaba desde la vereda:
"Rapuncel, Rapuncel, tírame tu cabellera
para subir por ella sin escalera"
Lo vio sonriéndole, como si nada hubiera pasado. Como si hubiera sido el día anterior la última vez que habían paseado bajo los árboles de la plaza.
Se irguió muda en el marco de la ventana. Desapareció un instante hacia el interior de su habitación y luego reapareció, mirándolo fijamente.
Con lentitud deliberada, tomó su trenza entre sus manos y el brillo de la tijera antecedió al crujido del filo al cortarla de raíz.
La trenza dorada se retorció en el aire y cayó a los pies de él, que la miraba atónito. Allí quedó tendida sobre la vereda, como una inerte serpiente de oro.
Ella cerró la ventana con un golpe seco.
Al otro día fue a la peluquería, donde le arreglaron los pobres restos de su cabello en una  aureola dorada que enmarcaba su rostro.
Mariana se enfrentó a  su nueva imagen con temor. Pero le pareció que se veía moderna y audaz, como correspondía a la época.
 Total, los cuentos de hadas eran una tontería pasada de moda.

1 comentario:

  1. Me gustó este cuento y me pareció genial el gesto de la niña de cortarse la trenza y lanzársela por la ventana. Realmente creo que tienes una imaginación desbordante. ¿De dónde sacas todas esas ideas?

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