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miércoles, 7 de marzo de 2012

AÑORANZA.

Recuerdo la primera vez que fui a su casa.
La había llamado antes desde un teléfono público, luchando con las monedas y mi ansiedad adolescente.
Luego subí a su departamento.
Me abrió su madre y pareció sorprenderse. Maquinalmente, dirigió su mirada a mis manos. Tal vez pensó que era el chico del almacén que llegaba con algún pedido...
Pero Lucy rompió aquel impasse algo bochornoso, saliendo de su dormitorio ya enfundada en su abrigo y su boina. Me tomó de un brazo y me arrastró hacia la escalera.
-¡Vuelvo pronto, mamá!- gritó por sobre su hombro.
Luego me miró a la cara y soltó una risita entre satisfecha y burlona.
-¡Así que viniste!
Me atrevería a decir que yo temblaba un poco. Pero me sentía feliz y dócil, blando y entregado a todo lo que ella quisiera hacer con mi vida.
Cuando llegamos a la calle, desde el café de la esquina surgía a todo volumen la canción de Carl Dobskin: "MI corazón es un libro abierto".
Y así fui atesorando durante treinta años, los recuerdos que tenía de Lucy.
¿Qué fue ella para mí?
¿La puerta de entrada a mi juventud, con todos sus violentos anhelos y su melancólica añoranza?
No. Fue más bien un largo pasadizo entre mi adolescencia y mi madurez, que recorrí imaginariamente de su mano. Lleno de luces y de sombras, de música y silencio, de tormento y felicidad.
Nuestro romance fue muy corto. Sólo duró el último año de enseñanza media. Pero me quedó indeleble en el olfato el olor que emanaba de ella, una mezcla de abrigo húmedo por la lluvia y de polvos compactos "Angel Face".
Cuando nos abrazábamos en el parque aquel Invierno gris, cuando yo besaba sus labios y rápidamente la capa de pintura con sabor a frambuesa se diluía en mi boca..., ella no sabía, o tal vez sí, sabía muy bien lo que esos momentos significaban para mí.
La lluvia mojando lentamente los prados, sus cabellos castaños escapando de la prisión de la boina...Y ella riendo mientras me arrastraba bajo un árbol para que nos refugiáramos de un chaparrón.
A fin de año dimos la Prueba para entrar a la Universidad. Ella quedó inscrita en Provincia. Yo permanecí en Santiago y su presencia corpórea pasó a ser un evanescente fantasma que rondaba mis días.
Y así pasaron los años. ¡Treinta años dedicados a su recuerdo! A seguirla con la imaginación, a suponer encuentros y diálogos que nunca se producirían.
Supe que estaba de novia con Jaime, un amigo común de nuestra infancia.
Me llegó un parte de matrimonio y por supuesto no asistí.
Pero seguí caminando por la vida amarrado a su recuerdo, viéndola siempre como había sido entonces. En esos días en que era mi amada, la chica de la boina. ¡Tan delgada bajo su abrigo! Frágil pero fuerte, dulce pero tiránica. ¡Lucy!
Un día se me ocurrió volver al departamento donde aún vivía su madre.
La llamé y le dije que hacía años tenía un libro de Lucy, que sabía que era muy preciado para ella y quería devolvérselo. ¿Le parecía bien que me dejara caer por ahí esa tarde?
No me recordaba, pero aceptó que fuera hacia las cinco.
Había enviudado y vivía sola, con una empleada de confianza.
¡Con qué emoción volví a subir aquella escalera hasta el cuarto piso!
En cada peldaño, un  gesto de Lucy, un mohín caprichoso, un beso mío esquivado por ella con petulante indiferencia...
Me abrió la puerta una anciana pequeña, vestida de gris.
No sé por qué me recordó a una crisálida. Sólo que de esa crisálida no había tiempo ya para que naciera una mariposa. O tal vez sí, cuando ella muriera, se desplegarían dos alas de multicolores reflejos. ¿Acaso morir no es nacer a la inversa?
Le entregué un libro mío, cualquiera, tomado al azar de mi biblioteca.
La anciana llamó a la señora que permanecía en la cocina y ella apareció prontamente con una bandeja con dos tazas y un plato de galletas.
Me habló de Lucy. Vivía en Valparaíso, tenía dos niños y ejercía la abogacía en un estudio particular.
Pero todo lo que me contaba, me resultaba irrelevante. Lucy seguía viviendo en mí con sus dieciseis años, efervescentes y melancólicos. Y la vida con sus prosaicos sucesos no podía alterar esa imagen.
Mientras la anciana hablaba, yo recorría con la vista el departamento.
Allí estaba, como siempre el piano, donde ella tocaba con un dedo "La polka de los perros", el reloj carillón que anunciaba cada cuarto de hora con los acordes de un vals y el cuadro pintado por una tía de Lucy, ingenuo y feo, con su barca entre los juncos y su convencional atardecer arrebolado...
Me despedí de su madre con un beso en la mejilla, que a ella la sorprendió y luego le arrancó una sonrisa.
Me había casado también, por supuesto, durante aquellos años en que añoré a Lucy. Mi carrera desembocó del Periodismo en la Novela, con relativo éxito.
Aquellos treinta años invertidos en su recuerdo, siguiéndola con la imaginación en cada minuto, habían sido como una doble vida que se desarrollaba fantasmalmente en un territorio azul, entre los sueños y la nostalgia.
Una tarde estaba parado en una esquina del centro, acompañado de Diego. El había sido compañero de curso de Lucy y mío, y yo había conservado su amistad, aunque nos frecuentábamos poco.
De entre los escasos transeuntes que circulaban a aquella hora, vi venir hacia nosotros a una mujer gris y anónima, de aspecto avejentado. Nos miraba fijamente y por eso llamó mi atención.
Al pasar junto a Diego sonrió e hizo un gesto de saludo. Luego me miró a mí y noté en su cara una expresión suspensiva, como si esperara que yo dijera algo.
Como no sabía quién era, incliné la cabeza y me toqué el ala del sombrero con deferencia.
Por su rostro descolorido cruzó una rara mezcla de ironía y decepción.
Pasó de largo y se perdió entre la gente.
-¡Qué desmejorada está! ¿No crees?
-No sé quién es. No sabría decirte...
-¡Es Lucy! Por favor...¿Cómo no vas a acordarte?

3 comentarios:

  1. Me gusta la idea esa de tener una vida paralela con alguien simplemente con la imaginación, obligado por las circunstancias. Muchas personas sufren/gozan de esa sensación...
    El protagonista tiene en su mente a aquella Lucy concreta del romance, lo cual incluso le imposibilita el trato real con la mujer que adora, cuando se encuentra con ella.

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  2. Un cuento precioso, increíble en su atmósfera de ensoñación que luego se rompe bruscamente al encuentro con la realidad. Resulta irónica esa nostalgia de una mujer a quién a la vuelta de los años se encuentra en la calle sin atinar a reconocerla. Así es el corazón cuando atesora una imagen sin permitir que el paso del tiempo la trasforme, como es lo natural.

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  3. Arturo Siglic dice: ¡Qué bueno es este cuento! Qué sutil melancolía, qué nostalgia! Al final, ese recuerdo es mejor que la realidad y es una venda que impide reconocer a aquella mujer que marcó una vida.Me gustó mucho.

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