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miércoles, 6 de julio de 2011

MI ABUELO Y YO.

-"Uno siempre tropieza con la misma piedra. Eso cantaba Julio Iglesias. Sí, ya sé que viniendo de él no tiene mucha garantía filosófica, pero ¡chitas que tenía razón el hombre!
-"Uno se lo pasa equivocando en lo mismo, una y otra vez y cuando  deja de equivocarse  es porque está viejo y ya no le quedan más piedras con las cuales tropezar. Se le pone lisito el camino, en bajada como tobogán, directo a la tumba. "
Así filosofaba mi abuelo mientras chupaba su pipa. Yo al principio no le ponía mucha atención, pero después me di cuenta de que era un viejo bien divertido, irónico y mordaz como él solo. Parecía que a medida que iba perdiendo dientes iba ganando neuronas. A la muerte no le tenía miedo y a la vida le había perdido el respeto hacía ya un buen rato.
Llegó a vivir con nosotros cuando mi abuelita tuvo el mal gusto de morirse y dejarlo solo. Al principio se puso terco y se aferró a su casa, a sus muebles, a todo lo que le recordara a ella. Pero, al final lo venció la soledad y se entregó mansito cuando mi mamá llegó a buscarlo.
Lo pusieron en mi dormitorio y a mí me mandaron a dormir con mi hermano chico, en un camarote.
No me gustó el arreglo, pero bastaron una mirada de mi mamá y un fruncimiento de cejas de mi papá, para que me quedara callado.
Yo tenía quince años y el enano  recién ocho, así que me ubicaron arriba, porque él se podía caer. Para mí era mejor, porque así él no me veía y en cambio yo podía vigilarlo. Pero era bien tranquilo. Se ponía a dibujar o a leer "Las Crónicas de Narnia", callado como un ratón. Arriba, yo me sentía como en la atalaya de un castillo, invisible a cualquier mirada curiosa. Ahí me quedaba horas con los ojos abiertos, pensando en la vecina del lado.
El abuelo, al principio se veía triste y no hablaba casi nada. Fumaba y miraba el retrato de la abuela que estaba sobre el piano. A veces le salía un suspiro tan hondo que parecía  que iba a echar el corazón afuera cuando soltaba el aire. Después me di cuenta de que hablaba solo y se me ocurrió escucharlo. Y era bien entretenido el viejo. Yo me sentaba a leer  cerca de su sillón, con el oído atento. El parecía apreciar mi compañía y poco a poco empezó a conversar conmigo.
Por eso me atreví a contarle lo de la vecina. La niña más linda del barrio y que justo había llegado a vivir al lado nuestro. Yo pasaba en bicicleta frente a su casa. Ella leía en el jardín, debajo de un palto, pero no había caso que me mirara. Sé que me veía con los ojos que uno tiene adentro y que notaba que yo andaba rondado por ahí, pero se empecinaba en no levantar la vista.
Me tenía tan enamorado que hasta comía menos, lo cual era mucho decir.
Todo eso le conté al abuelo y él me dijo:
-Vamos a trazar un plan. Una estrategia, porque esto es como la guerra. ¡Déjame a mí, no más!
El abuelo caminaba muy bien dentro de la casa pero mi mamá le había comprado una silla de ruedas, por si había que llevarlo lejos.
El, por supuesto, la miraba despectivamente y al pasar, le daba una patadita en las ruedas como diciéndole:¡Córrete de aquí, que no te necesito!
Por nada del mundo la pensaba usar. ¡Eso era cosa de viejos!
Pero un día me dijo:
-La tarde está linda. Sácame a pasear por la cuadra.
¡Gran sorpresa! El viejo dejaba de lado su orgullo y lo hacía por ayudarme.
Empujando yo su silla pasamos frente a la casa de la vecina. Ella como siempre, estaba sentada bajo el palto. No levantó la vista del libro pero mi abuelo le echó una buena mirada y me hizo un signo de aprobación.
-Es linda-me dijo cuando nos alejábamos.
A la tarde siguiente, igual estrategia e idéntica indiferencia de la niña.
Pero, justo frente a su casa, mi abuelo empezó a tomarse el pecho con las manos y a respirar cortito y seguido.
-¡Ay!-gimió-Me siento mal.
No me alcancé a asustar porque me guiñó un ojo.
Ahí la vecina levantó la vista y se acercó a la reja.
-Un vasito de agua, por favor, linda-Pidió mi abuelo.
La niña corrió diligente y volvió con el agua que ella misma le dio a beber.
Mi abuelo empezó a sentirse mejor y le tomó la mano para agradecerle. Ella se vio más linda que nunca cuando se ruborizó y por primera vez me miró de frente.
-¿Cómo te llamas, preciosa?-le preguntó mi abuelo.
-Mariana, señor-respondió ella sonriendo.
-Yo me llamo Nicasio y éste es mi nieto Jorge. ¡No sé qué haría sin él! Es tan paciente y tan estudioso.
-Por favor, abuelo. . Lo interrumpí antes de que se lanzara a hacerme un panegírico, porque no era cosa de exagerar tampoco.
Poco a poco, el viejo dejó de suspirar y pareció totalmente recuperado.
Ella dijo:-¡Qué suerte la suya, Don Nicasio, de tener un nieto así! Y  me lanzó una mirada que si yo hubiera sido chupete helado habría quedado el puro palito. Yo, derretido por completo.
¿Para qué les cuento más? Ya habrán adivinado que mi romance con Mariana siguió viento en popa. En las tardes sacaba a mi abuelito y ella nos acompañaba a dar vuelta la manzana.
El había dejado su orgullo aparte y ocupado la odiada silla, sólo por mí. Pero después le tomó el gusto y mi mamá le compró una con motor, para que se desplazara solo a donde quisiera.
¡Gran idea! Porque así Mariana y yo podíamos ir al cine y a tomar helados mirándonos a los ojos.
¡Muchas gracias, abuelo!

2 comentarios:

  1. Leí tus cuentos "Mi abuelo y yo", "La gringuita" y "Hermosas mentiras". Creo que escribes muy bien y tienes buena temática. Se nota fluidez, buenos diálogos y ambientación. Respecto al enfoque de los temas creo que eso depende del carácter del autor y sus vivencias. No sé si has escrito novelas pero creo que tienes talento como para iniciarte en ese género

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  2. Muy simpático y entretenido,se lee con gran interés y la trama no decae en ningún momento.

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