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jueves, 21 de julio de 2011

LA SEÑORA EN LA VENTANA.

Joel no pudo seguir estudiando porque su familia era pobre. En el pueblo no había oportunidades, así es que viajó a San Fernando, a trabajar como ayudante de su tío Juan, que era jardinero.
Todos los días salían temprano y se iban a una enorme casa rodeada de parques que había en las afueras. Siempre tenían mucho que hacer. Don Pedro, el patrón, era muy exigente. Todas las mañanas salía al jardín a darles órdenes. No faltaban los arbustos que podar, las flores de temporada que plantar y el riego, que llevaba mucho tiempo, con todos los prados que había rodeando la casa y la piscina.
Joel se sentía intimidado. ¡Nunca había visto tanto lujo!
Al medio día los llamaban a la cocina y almorzaban con Fabiola, la cocinera gorda y risueña y Nancy, una chiquilla flaca que le ayudaba en las tareas más elementales.
Parecía que el caballero vivía solo en la inmensa casa, pero un día que Joel regaba los rosales, vio una señora en una ventana del segundo piso. Era rubia y tan bonita, pensó, como el cuadro de la Madonna que su mamá tenía en el dormitorio.
La señora lo miraba fijamente a través de los cristales, como si quisiera decirle algo. Trataba de abrir la ventana, pero al parecer no le alcanzaban las fuerzas.
Al otro día, a la hora de almuerzo le preguntó a Fabiola quién era esa señora tan linda que nunca bajaba al jardín.
La mujer se puso seria.
-¿Quién?. Arriba no hay nadie. En esta casa sólo vive don Pedro.
Pero Joel vio que Nancy le hacía un guiño y negaba con la cabeza en forma casi imperceptible.
Apenas pudo la llamó afuera y la interrogó.
-Sé que hay alguien arriba, porque Fabiola le sube la comida, pero nunca la he visto. Viene a verla un doctor, cada quince días. Pero es mejor que no preguntes nada.
Desde entonces, Joel procuraba trabajar siempre cerca de la casa y miraba al segundo piso, esperando ver a la señora.
Un día ella logró abrir la ventana y le arrojó un pañuelo que envolvía un objeto pesado. Era una pulsera envuelta en un papel:
-¡Me tienen secuestrada! ¡Ayúdame a salir!
Joel quedó consternado. La señora lloraba asomada al alféizar y juntaba sus manos en un gesto de súplica. Luego, pareció oír un ruido en la habitación y retrocedió asustada. Alguien cerró bruscamente la ventana.
-¿Qué hacer? Joel no le dijo nada a su tío pero decidió salvar a la señora. ¿Cómo podían ser tan crueles y tenerla encerrada así? Eran órdenes del señor de la casa y todos tenían que fingir que no sabían nada.
Varios días después, ella se logró asomar y Joel le hizo señas. Como pudo, moduló en silencio:"Esta noche" y le mostró sus dedos indicando las once.
Esa tarde se despidió antes de su tío y fingió salir, pero se escondió en el cobertizo de las herramientas.
Espero ahí que cayera la noche y las horas se le hicieron eternas. Por un tragaluz entraba un rayo de luna y los pájaros nocturnos se llamaban entre las ramas.
-¿Habría entendido bien sus gestos la señora?
A las once salió silencioso. Su tío había dejado encendidos los faroles del jardín pero la casa estaba oscura. Tomó la escalera larga que ya antes había visto tras el parrón y la afirmó en el alféizar. La ventana se abrió sin ruido y la señora se asomó al jardín. Con cuidado empezó a bajar los peldaños. Llevaba un abrigo y una pequeña cartera.
Al llegar abajó sonrió y le apretó la mano.
-¡Gracias!-le dijo emocionada-No me dejan salir y tengo que ir al colegio a buscar a Laurita.
-¿Ahora, de noche?-objetó Joel.
-Tomaré el tren y llegaré mañana. Ella está interna en un colegio de Santiago.
De pronto gimió, abriendo su cartera vacía:
-Pero no tengo dinero ¿Cómo voy a comprar el pasaje?
Joel no dudó en echar mano al bolsillo y le entregó su salario semanal que su tío acababa de pagarle. .
-La reja está cerrada, señora, pero mi tío y yo tenemos llave de la puerta del fondo. Espéreme allá mientras guardo la escalera.
Salieron en silencio a la calle desierta. La señora lo abrazó. Un velo de lágrimas cubría su rostro y más que nunca se parecía  a la Madonna del cuadro, esa que pintan con un puñal clavado en el corazón.
-Laurita me está esperando y ellos no me dejan ir a buscarla. ¡Gracias por haberme ayudado!.
Se perdió en la sombra, camino a la estación y Joel volvió a la casa de su tío. Estaba feliz y orgulloso de su hazaña. Casi no durmió de lo sobreexitado y contento que se sentía.
Al otro día, al llegar a la casa de Don Pedro, vieron dos autos en la entrada. Uno era el del médico y el otro se notaba que era de Investigaciones. Dos hombres hablaban con el patrón, que estaba pálido y se veía desesperado. Fabiola lloraba y detrás de ella se escondía Nancy, comiéndose las uñas. Al ver a Joel le dirigió una mirada extraña, como si adivinara que él sabía algo.
El tío Juan se acercó a Fabiola y en voz baja le preguntó qué pasaba.
-Se perdió la Señora.
-¿Cual Señora?
-La esposa de Don Pedro, que está enferma hace años. Perdió la razón cuando la niña Laurita murió en el incendio que hubo en el Internado. Don Pedro no quiso  hospitalizarla y la teníamos aquí. Yo la cuidaba como podía pero había que encerrarla. . Su obsesión era ir a  Santiago a buscar a Laurita. . Y si ahora ha ido para allá no va a encontrar nada. Las ruinas que quedaron del incendio las demolieron hace años.  ¡Pobre señora! ¿Qué irá a ser de ella ahora? Se va a perder en Santiago, tan distinto que está. . .
Y Fabiola rompió de nuevo en llanto, tapándose la cara con el delantal.
Joel sintió que se desmayaba. Buscó una silla y Nancy, en silencio le pasó un vaso de agua. Sus ojos acusadores no se apartaban de su cara.
El resto del día se hizo eterno. Trabajaron en el jardín como siempre, pero sin saber lo que hacían.
En la casa, el doctor se quedó acompañando a Don Pedro y en la tarde volvieron los de Investigaciones.
Interrogaron a Fabiola y al tío Juan. Joel lo escuchó decir que no, que su sobrino y él nunca habían visto a la señora. No sabían siquiera que vivía ahí.
Joel se afanaba guardando las herramientas en el cobertizo. Con la cabeza baja para que no le vieran la cara, pero sintiendo como todo el tiempo lo seguían los ojos burlones de Nancy.
Esa misma noche le dijo a su tío que se devolvía al Sur, que su mamá estaba enferma y quería ir a acompañarla.
Apenas amaneció se fue a la estación y se sentó en un banco.
Con las primeras luces de la mañana llegó un tren y Joel creyó ver bajarse a la señora llevando de la mano a una niñita rubia. Se paró como un rayo y corrió hacia ellas pero la visión se desvaneció en el humo de la locomotora y se encontró parado en el andén desierto.
Nunca supo si la habían encontrado. . .

2 comentarios:

  1. Que buena historia, se lee de manera ininterrumpida, se quiere saber que pasa. Que triste o feliz, no se sabe... tiene hartas lecturas este cuento...Me encantó.

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  2. Es muy entretenido, con mucho suspenso, pero deja una sensación ingrata de desconcierto.

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