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lunes, 20 de junio de 2011

TRAVESURAS EN EL CIELO.

A Dios le había llegado un mail avisándole que la situación se había agravado en el Medio Oriente. Así es que se puso a hacer su equipaje. Por pura fórmula, eso sí, porque no necesitaba muda de ropa. Su túnica no se la cambiaba nunca. Estaba hecha de hilos de luz entretejidos con celajes, y era tan eterna como su dueño.
Así es que echó en la maleta unos cuántos relámpagos por si era necesario desatar una tormenta y dos estrellitas  pequeñas, de pocos watts, para iluminarse en la noche mientras leía.
Al Medio Oriente iba sólo de observador. Con esto del libre albedrío que él mismo había inventado para los hombres, ahora no podía intervenir en lo que hacían. Tenía que dejarlos matarse no más, hasta que entraran en razón, si es que eso era posible.
En el bolsillo de su túnica puso un lápiz, una goma y la libretita de los Destinos. La goma era justo para ir borrando a  los que se morían y el lápiz para ir anotando los que iban naciendo. Más que eso, no estaba en su voluntad hacer.
Desde un tiempo a esta parte que se sentía cansado y decepcionado de su creación. Los hombres habían evolucionado mal. Entre más cosas inventaban, más desgraciados se sentían. Incluso su pueblo elegido lo tenía preocupado.
Era  cierto que de él habían salido maravillosos músicos, científicos y literatos, pero el excesivo dolor que habían padecido durante miles de años, parecía haber endurecido su corazón. Ahora eran ellos los que hacían sufrir a otros.
Dios suspiró y emprendió viaje dejando el cielo a cargo de los ángeles mayores.
Pero siempre había angelitos chicos que se ponían a hacer travesuras y a abrir huecos en las nubes para mirar hacia la tierra.
Uno de ellos llegó corriendo:
-¡Vengan, vengan!¡ Abajo hay un carnaval de fuegos artificiales!
Pero no. Era un volcán que estaba entrando en erupción.
En el infierno, los diablitos pequeños habían decidido divertirse un poco y grandes llamas y piedras brotaban del cráter, asolando los campos.
El Demonio los dejaba hacer, complacido. Por supuesto que todo lo malo lo divertía y hacer sufrir a los hombres era su deleite máximo.
No les perdonaba que no lo amaran a él y prefirieran a ese hijo de carpintero, pobre y flaco, que había muerto en la cruz hacía más de dos mil años.
El Demonio maldecía su propio error de haber soplado en el oído de los del Sanedrín, que era mejor matarlo. Con eso logró que lo amaran más y  que la fama de sus ojos dulces y su palabra amorosa se extendiera por la tierra.
Sin embargo, ahora el Demonio empezaba a tener esperanzas. Bastaba con mirar lo que hacían los hombres.
Mientras, los angelitos seguían cada vez más entusiasmados la erupción del volcán. A uno se le ocurrió abrir el baúl donde Dios guardaba los vientos y éstos empezaron a soplar  con verdadero júbilo la columna de cenizas hasta que ésta alcanzó las islas más lejanas y dio la vuelta al mundo. Asustados, los angelitos descolgaron el silbato de cristal que Dios tenía  detrás de la puerta. Con él llamaron al orden a los vientos y se apresuraron a meterlos dentro del baúl, antes de que los pillaran.
Pero un ángel mayor llegó a ver de qué se trataba toda esta batahola. Muy severo, los mandó a lavarse las manos que tenían sucias de ceniza. ¡Cómo sería lo alto que había llegado la pluma de la erupción! Luego los hizo sentarse muy quetecitos a jugar con sus nintendos.
Y cosas así eran las que pasaban en el cielo, mientras en la tierra los hombres seguían empecinados en su lucha. Querían a toda costa ser felices pero siempre su felicidad se basaba en el sufrimiento de los otros.

2 comentarios:

  1. Un cuento que combina bién lo imaginativo con las aciones humanas, haciendo un juego entre ángeles y demonios representando las conductas humanas. Me gustó.

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  2. Me encantó "Travesuras en el cielo". Tiene algo mitológico además de sutilmente filosófico
    Pienso que podría gustar a niños y adultos.

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