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miércoles, 29 de junio de 2011

ROMPER UNA VIDA.

Hernán llegó al Liceo cuando ya había empezado el año escolar.
Era alto, con un rostro considerablemente hermoso, cargado de desdén. Al contrario de los otros compañeros, que lucían melenas hirsutas, se peinaba con el pelo corto, aplastado sobre el cráneo con gel. Eso permitía apreciar la bella forma de sus huesos, dejando al descubierto su amplia frente. Todo en él rebosaba distinción.
Pronto se supo, no sé por qué conducto, que lo habían expulsado de la Escuela Militar. Así  llegó a nuestro humilde Liceo de barrio, donde se veía tan fuera de lugar. Pronto se hizo amigo de dos muchachos, los más rebeldes del curso y se sentaba con ellos en los bancos de atrás.
Por lo menos dos niñas del curso nos enamoramos perdidamente de él: Mariela y yo.
Ella le escribía cartas y se las hacía llegar con alguien o bien se las entregaba directamente. El las tomaba y con aire impávido se las echaba al bolsillo y apartaba la vista. Mariela se quedaba inmóvil mirándolo alejarse, mientras su rostro reflejaba tristeza y hosquedad. Nunca se las contestó ni se refirió a ellas delante de nadie.
Yo, en cambio, lo amaba en silencio. Sabía que él pertenecía a un mundo distinto al nuestro. Al final de las clases tomaba un bus hacia el barrio alto mientras yo me iba caminando en dirección a la Plaza Brasil.
Sus notas siguieron siendo bajas. No manifestaba interés por nada y su aire distante hacía extraña su amistad con los otros dos muchachos. Terminaron por parecer los súbditos de un joven rey destronado.
¡Qué hermoso y qué triste era su rostro!. Sobre todo por ese desapego y esa falta de expresión, más que por el reflejo de algún sentimiento amargo. . Sin embargo, en el fondo de sus ojos oscuros había algo atormentado, como un grito de dolorida rebelión.
Hubo Asamblea Estudiantil y se acordó una marcha que llegaría hasta La Moneda.
Supe que Hernán iría acompañado de sus eternos vasallos. Yo también fui con algunas compañeras y en otro grupo divisé a Mariela.
Todos vimos como Hernán se adelantó de pronto y se dirigió hacia un carabinero que permanecía vigilando. Con horror lo vimos sacar una pistola de su bolsillo y dispararle al pecho. El carabinero cayó derrumbado.
Se oyeron gritos y se produjo un general movimiento de huída. El carabinero quedó tendido en la vereda y un hilo de sangre empezó lentamente a correr hacia la calle.
Los amigos de Hernán lo cogieron de los brazos y lo introdujeron rápidamente en una casa cuya puerta permanecía abierta. Sin saber como, los seguí.
Me acerqué a Hernán y tomé su mano que permaneció inerte en la mía. No la retiró pero no sentí la más mínima presión de sus dedos. Estaba pálido como un muerto.
-Hernán ¿por qué lo hiciste?-le pregunté, y agregué absurdamente-Si me hubieras permitido quererte talvez nada de esto hubiera sucedido.
-Es inútil, Silvia-respondió-Todo es inútil.
Uno de sus amigos me tomó del codo y me sacó de la casa.
Lo miré por última vez y lo ví inmóvil, demacrado, con los ojos oscuros fijos en un rayo de sol tardío que entraba por una ventana. Su rostro se levantaba levemente hacia ese resplandor, como buscando una luz que disipara sus tinieblas.
Afuera estaba Mariela y me tomó de los hombros con rabia.
-¿Qué hablaste con él? ¿Qué te dijo?
-Nada-le contesté-Nada-y rompí a llorar.
-¡Eso es falso! ¡Algo tuvo que decirte! Estuviste adentro mucho rato. ¡No me gusta que me mientan!-gritó desesperada.
Me alejé de ella sin contestarle y no me siguió.
A lo lejos se escuchaban los gritos de la protesta y el sonido ronco de una sirena de ambulancia. La multitud se iba dispersando. Algunos huían.
Pensé en qué pasaría con Hernán. Pronto llegarían a detenerlo. O talvez su familia lograra esconderlo o sacarlo del país antes de que eso sucediera.
Me fuí despacio, caminando sin rumbo.
Veía frente a mí su rostro pálido que por primera vez evidenciaba alguna emoción. Sus ojos oscuros cargados de un dolor sin esperanza mientras me decía:
-Es inútil, Silvia. Todo es inútil.

2 comentarios:

  1. No, este cuento no me gustó. Desde el principio el personaje del muchacho causa rechazo. Es demasiado extremo su proceder final, sin embargo reconozco que puede darse en un ser desquiciado. Sin embargo,su sufrimiento o crisis interior no provoca ninguna simpatía.

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