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viernes, 17 de junio de 2011

NATACHA ESTUDIA PERIODISMO.

Mi mamá leía "La Guerra y la Paz" mientras me esperaba, y por eso, cuando nací me pusieron Natacha. Me encanta mi nombre aunque a algunos les parece raro, porque, claro,  ¿cuántos van quedando que lean a Tolstoi?
En mi casa había más libros que comida y por eso, desde chica pensé estudiar Literatura. Después me gustó más Periodismo y ya me veía como una sucesora de Raquel Correa, entrevistando con fría determinación, siendo cruel cuando había que serlo y yendo directo al corazón de la víctima, para clavarle ahí el estilete de mi pregunta vital.
Así es que me vine a estudiar a  Santiago y la tía Cármen me ofreció alojamiento.
Apenas nos veíamos porque yo partía temprano a la Escuela y ella a sus Talleres de la Tercera Edad.
Claro que me confidenciaba con picardía que "había entrado a la mala porque todavía no tenía los años". Que había usado el carnet de su hermana mayor, porque "como las dos nos llamamos de primer nombre María". . .
Y claro, yo fingía creerle y para hacerla feliz le preguntaba:
-Pero, tía ¿y cómo no te han pillado si tú representas cincuenta como mucho?
Ella sonreía vanidosa y me preparaba un queque para que me repusiera de tanto estudio.
En resumen, nos llevábamos muy bien y a mí ella me gustaba y la encontraba divertida.
Una tarde llegó de sus clases de Teatro acompañada de un señor alto, canoso y nada de mal parecido.
Yo estaba estudiando en el living y ella me presentó:
-Natacha.
-¡Condesa Rostova! ¿Qué hace Ud. tan lejos de Moscú?
Exclamó él, tomando mi mano y besándomela con toda ceremonia.
Mi tía, cuya lectura de cabecera era Corin Tellado no entendió nada y sonrió con desconcierto.
Pero yo, ahí mismo quedé flechada y sentí que había hallado a mi alma gemela. El sería mi flautista de Hamelin y yo su ratón de biblioteca, que lo seguiría hasta el fin del mundo.
Cuando se fue, la tía Cármen hizo un par de meneos de cumbia acompañados de grititos y se dejó caer en un sillón.
-¡Ay! ¿No es maravilloso? Lo ponen siempre de galán en las obras que representamos. Nos tiene locas a todas desde que llegó.
Me habría olvidado fácil de Andrés, que así se llamaba, a pesar del primer flechazo,  si él no hubiera empezado a frecuentar la casa. La tía Cármen estaba dichosa. Se miraba horas en el espejo, dándose golpecitos con crema en la papada y ensayando chasquillas juveniles. . . Pero, ¡ay!, yo tenía bien claro por quién venía Andrés y me escabullía a mi pieza después de un saludo breve. A él se le velaba la cara de decepción y de hastío, mientras la tía Cármen revoloteaba a su alrededor ofreciéndole "un traguito, un cafecito o lo que tú prefieras". . .
Un día, Andrés me esperó fuera de la Escuela y me invitó a un café.
-Natacha, -me dijo-voy a ser bien directo porque a mi edad la Vida pasa cada vez más veloz y no es cosa de perder el tiempo. Quiero decirte que me he enamorado de tí. Sé bien que tú tienes veinte años y yo sesenta. Tú eres la Primavera y yo el Invierno. Pero no puedo evitarlo. Creo, Natacha, que serás la última pasión de mi vida y sus llamas serán las más quemantes.
Quedé muda ante tamaña elocuencia. ¡Cómo se notaba que leía mucho! Pero, también enmudecí de emoción y de orgullo por haber conquistado a un hombre maduro, culto y buenmozo por añadidura. ¡Imposible de comparar con los tontorrones que tenía por compañeros de curso!
-Cuando supe que te llamabas Natacha-continuó-te identifiqué de inmediato con la heroína de Tolstoi. Eres tan encantadora y graciosa como ella, pero temo que yo seré tu príncipe Bolkonsky y como a él, me romperás el corazón.
-¿Qué podía responder a ese torrente de amor y de literatura precipitándose sobre mí como las cataratas del Niágara?
Sólo tomé su mano en la cual ya se notaban ¡ay! los estragos de la edad y se la apreté entre las mías.
Fue el romance de un año....
No tuve más remedio que cambiarme a una Residencia de estudiantes cuando la tía Cármen descubrió la verdad. Se fue llorando a su pieza y lo más suave que me dijo fué "mala pécora traidora, nínfula mal agradecida".
Aquel amor fue muy hermoso, pero al contrario de lo que vaticinó Andrés, no fue Natacha la que abandonó al príncipe sino el príncipe el que rompió con Natacha. No fue algo brusco. Más bien se fue alejando de a poco, como quién se interna por un sendero que se va perdiendo en la niebla.
Cuando entendí que me dejaba, lloré durante semanas, quise saber por qué, pero él nunca me explicó nada. Sólo se fue.
Al cabo de un tiempo, y emulando a Natacha Rostova, me consolé pensando en que algún día llegaría el Pedro Bezukhov que me deparaba el destino y que ese sí sería el amor definitivo.

3 comentarios:

  1. Su narrativa, es emocionante, tiene imaginación, se ve que forma parte de su vida escribir, deber continuar.

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  2. El cuento tiene un vuelo exquisito de un romanticismo añejo, pero romanticismo al fin al cabo. Siempre a la espera del "Prícipe Azul", sin consecuencias drámatica, solo roza apenas el sufrimiento juvenil. ACV2

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  3. Bueno, muy simpático y entretenido con un final inesperado.

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