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miércoles, 1 de junio de 2011

DOS VECES ELENA.

Cuando tuvo al niño pasó por momentos difíciles y el médico le aconsejó que no quedara encinta de nuevo.
Pero Elena deseaba tanto tener una niñita. Soñaba con ella, la veía jugando, subiéndose a sus rodillas y aunque la crianza del niño llenaba sus horas, notaba que le hacía falta sentir esos otros  bracitos soñados encadenar su cuello.
Así es que al cabo de tres años desoyó los concejos médicos y quedó encinta.
Su júbilo fue completo cuando la ecografía les informó que la guagua sería niña.
Mario estaba feliz también y de común acuerdo resolvieron que sin duda alguna la llamarían Elena.
-Ahora tendré mis dos Elenas de Troya-decía Mario-Y lo bueno es que no se las he tenido que robar a ningún rey ni provocar una guerra por ellas, porque son mías. Y Elenita será sin duda tan hermosa como tú.
Faltaban apenas tres semanas para la fecha del parto, cuando se sintió mal. Un intenso dolor le arrancó un grito. Y luego otro y otro más.
Elena perdía a ratos el conocimiento. Nunca supo cuando la llevaron de urgencia a la sala de partos. La rodeaban médicos y enfermeras, trabajando sobre su cuerpo con cara de aflicción.
Hasta que el silencio tenso se rompió con el vagido de la niña.
-¡Gracias a Dios Elenita ha nacido!. -pensó.
Luego sintió que una gran debilidad la invadía. El médico dió una orden y le aplicaron oxígeno. Luego masajes al corazón. Había carreras, voces alteradas. Alguien dijo:
-Llamen al marido. Ella se nos va.
Elena se sintió de pronto muy liviana. Fue como si hubiera cortado unas ataduras y se elevara en el aire.
¡Era cierto! Desde arriba veía a los médicos que luchaban en vano sobre su cuerpo inmóvil. Ella flotaba y no era más que un suave fulgor azul que titilaba como una estrella. Sintió una dulce paz y le pareció que de lejos alguien la llamaba. Un resplandor se abría al final de un túnel y ella quiso volar hacia él.
De pronto, un grito:
-Doctor, venga. ¡La niña no respira!
Elena vio el cuerpecito de su hija que se iba quedando inmóvil y sin color.
Ya no quiso escuchar más la dulce voz que la llamaba. Rompió el hechizo  que la arrastraba hacia la luz y se precipitó de nuevo a la tierra.
Bajó hasta su hija y penetró en su pecho como un rayo.
-¡Ya vuelve. Doctor! Los latidos son normales.
Ajeno a todo, Mario lloraba sobre el cuerpo sin vida de Elena. Pero ella ya no estaba ahí.
El resplandor azul de su alma era la estrella que le daba luz a los ojos de Elenita.

1 comentario:

  1. Genial este desdoblamiento. Su amor de madre la hace volver a la tierra. ¡Muy bueno!

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