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domingo, 16 de agosto de 2020

VIVIR ME MATA.

Cuando José despertó esa mañana, descubrió que  había muerto.
Lo primero que se lo hizo sospechar fue que no podía  abrir los ojos y sin embargo, lo veía todo como a través de un velo. Lo segundo fue que no podía levantarse. Su cuerpo le pesaba como una tonelada de plomo.  Al comprender que ya no le pertenecía, automaticamente se encontró fuera de él.  Se vio yacer entre las sábanas, descolorido y mustio como un pescado.
Miró a su alrededor y percibió que, a los pies de la cama, estaba sentada su alma, puliéndose las uñas con despreocupación.
Comprendió que la cosa no tenía remedio y que lo mejor que podía hacer era tratar de relajarse.
Observó entonces que su alma se había levantado y haciendo caso omiso de su presencia,estaba maquillándose frente al espejo.
-¿ Y tú, para qué te emperifollas tanto?- le preguntó fastidiado- ¿No te has enterado acaso de que estamos muertos?
-Tú estarás muerto- le respondió ella, desdeñosa- Pero, yo soy inmortal y me estoy preparando para irme al cielo.
-No seas ilusa. Parece que te olvidas de que morimos de una sobredosis de cocaína. Eso te restará méritos frente a San Pedro.
- ¡No me incluyas en las tropelias que cometías con tu cuerpo! Yo siempre me mantuve al margen y conservé mi blancura, como en una propaganda de detergente.
-¡ Claro!  Y te pasabas todo el tiempo atormentándome con tus  dudas y tus interrogantes metafísicos.  ¡ Tus coqueteos con Dios no me dejaban ser ateo tranquilo! Ahora por fin me he librado de tí...
José  abrió la puerta para salir a la calle, pero descubrió que el pavimento había desaparecido.
En su lugar vio un ancho río que transcurría lento y una barca que permanecía anclada en la orilla. Junto a ella estaba parado un tipo rudo, con la cara cubierta de pelos.  Supuso que sería el barquero y le preguntó:
- ¿ Me esperas a mí?
-Sí. Tú eres el último difunto que me toca recoger en este turno. Por si no lo has adivinado, soy Caronte y mi misión es conducirte a tu última morada.
José notó entonces que la barca estaba atestada de gente, todos pálidos y silenciosos, como si no tuviera nada que decir o estuvieran demasiado deprimidos para abrir la boca.
-¿ Trajiste el importe del viaje? -le preguntó Caronte. 
-¡ Oh!  No llevo dinero encima...¿ Aceptas tarjeta de crédito?
-¡ Claro que no!  Pero, sube de todas maneras. Ya me estás demorando demasiado con tu charla.
Caronte se inclinó y recogió agua del río con una copa.
-¡ Bebe!  Este río es el Leteo y quién bebe de sus aguas, olvida todo lo que vivió.
-¡ No quiero!- exclamó José, con gesto airado- Mis recuerdos son lo único de valor que me queda...
-Lo siento- dijo el barquero, acercándole la copa a los labios- No tienes otra opción.
José, ofuscado, le dio un manotón a la copa y se lanzó por la borda...Y el golpe que se dió en la cabeza, al caerse de la cama, lo despertó.
Comprendió que todo había sido una pesadilla por excesiva alimentación nocturna.
Felizmente, como no había alcanzado a beber el agua del Leteo, se acordaba de todo.
Y por último, ahí estaba el feroz chichón en su frente, para recordárselo.


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