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domingo, 17 de mayo de 2020

EL SUEÑO RECURRENTE.

Roberto soñaba repetidas veces con lo mismo y eso lo llenaba de inquietud.
Se veía en un muelle, frente al mar. Un barco empezaba a alejarse lentamente, surcando las aguas quietas. La gente que había estado despidiendo a los viajeros ya se había retirado y una luz pálida, de un crepúsculo o un amanecer lo envolvía todo. Roberto estaba solo ahí y una fuerza extraña le impedía alejarse. En la borda del barco estaba acodada una joven que lo miraba intensamente.
Se hacía cada vez más difícil distinguir su cara, pero  sentía que sus ojos estaban fijos en él.  Mientras el barco se alejaba mar adentro, ella que quitó un pañuelo azul que llevaba en el cuello y lo agitó en señal de adiós.
El sueño en sí no era tan inquietante como el hecho de que se repetía una y otra vez. Tan nítido y exacto que los rasgos de la cara de aquella joven terminaron por fijarse en su memoria. Sabía que no la conocía, pero sentía que entre los dos crecía un lazo. Y que ese gesto del pañuelo azul no era una despedida sino la señal de un futuro encuentro.
La buscaba entre la gente, sabiendo que la reconocería de inmediato. Terminó por sentir nostalgia de sus ojos serenos y fue creciendo en su interior el convencimiento de que solo junto a ella encontraría la paz que anhelaba.
Un día, en la carretera tuvo un grave accidente. En medio de la niebla y en su afán de esquivar a un animal que se cruzaba, perdió el control del auto y se estrelló contra un árbol.
Perdió el conocimiento y no supo cuanto tiempo permaneció atrapado entre los fierros. Solo despertó en la cama de un hospital.
No tenía dolores, pero su cuerpo estaba inmovilizado y sus reflejos no le obedecían. Sentía  su cerebro envuelto en una masa de algodón húmedo que le impedía pensar y a ratos volvía a perder el conocimiento.
Dos enfermeras se afanaban junto a él, acomodando unos tubos que lo mantenían unido a unas máquinas cuya función desconocía. Varios médicos hablaban en voz baja en un extremo de la habitación y Roberto comprendió que su estado era grave.
De pronto, se abrió la puerta y entró la joven de su sueño. Nadie más que Roberto pareció notarlo.
Se acercó a él sonriéndole con dulzura y sin decirle nada, le oprimió la mano.
Roberto sintió que se moría y balbuceó apenas:
-¡ Lamento haberte conocido tan tarde!
-Te equivocas-dijo ella- Este es solo el comienzo. He venido a buscarte para que vengas conmigo.
Roberto notó su cuerpo liviano, libre ya de todo sufrimiento. Vio que las enfermeras, a una señal de los médicos,  empezaban a retirar los tubos.  Lo tomó como una señal de que podía levantarse.
Entonces se vio en la cubierta del barco. Acodada a su lado, en la borda, estaba la joven. Ella se quitó el pañuelo azul que llevaba en el cuello. La tela creció hasta convertirse en un  manto y ella, con gesto amoroso, lo envolvió en él. Una paz nunca sentida inundó su espíritu.

La costa se fue alejando hasta perderse en la distancia, mientras la proa del barco iba abriendo un surco en la inmensidad del mar.



3 comentarios:

  1. Muy bello esta inspiración...
    quien pudiera irse asi en esa paz , pero acompañado(a) y demás con alguien que a pesar de no haberle visto en la vida real, se presenta en el sueño, un ángel seguramente

    Uno que cree se puede decir que nunca estarás solo y que después de esta vida viene otra lejos de toda sombra o dolor.

    Un gran abrazo.

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  3. Yo tengo muchos sueños qua a veces se repiten y a veces sueño durante el día como si la felicidad además de ser real, necesitara de los sueños por alcanzar. Me abandono con la imaginación para crear imágenes en mi interior y es cuando siento realmante la libertad...

    Un cuento precioso. Me quedo como seguidor suyo.

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