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domingo, 10 de mayo de 2020

EL DIA QUE DIOS SE FUE.

José se levantó una mañana y vio que la ciudad estaba vacía.  En las calles, los autos permanecían funcionando con el motor en marcha, mientras los semáforos les daban inútilmente sus luces verdes.
Las puertas de las casas estaba abiertas, pero nadie salía. Un silencio nuevo y desconocido se había adueñado de la ciudad. Solo los pájaros continuaban cantando en los árboles, porque la ausencia de los hombres les era indiferente.
-  ¡Se fueron todos!- exclamó José, estupefacto- ¿ Habrá habido una alarma nuclear durante la noche y yo no me enteré?
Caminó todo el día por los barrios desiertos. Tuvo hambre y sacó una botella de leche de un supermercado. No había nadie a quién pagársela, así es que dejó un billete junto a una caja vacía.
Una semana después, para paliar en algo su soledad, decidió limpiar las calles de colillas de cigarrillos y de papeles. También roció las veredas y regó los jardines.  -Para cuando vuelvan- murmuró esperanzado, pero nadie volvió.
Entonces, pensó en salir a buscarlos.
Atravesó muchas ciudades en las cuales encontró la misma aterradora soledad.
Solo algunos perros vagaban gimiendo, en busca de sus amos.
Entonces comprendió que las cosas eran más graves de lo que había creído y decidió ir hasta la Capital. Allí habría alguien que pudiera darle alguna explicación.
Entró al Palacio de Gobierno, que era una casa majestuosa, con columnas blancas en la fachada.
Sus pasos resonaban lúgubres en los pasillos desiertos.
En una habitación cuyas cortinas permanecían corridas, vio a alguien sentado en la penumbra. Estaba encorvado, con una actitud de profundo abatimiento y se sostenía la cabeza entre las manos.
Al escuchar un ruido, alzó la mirada y vio a José.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Soy José y me imagino que tú eres el Presidente.
- En realidad, soy Dios.
-Entonces tú serás el responsable de la desaparición de la gente...
-Sí, pero no quería que las cosas resultaran de esta manera.
Clavó en José los ojos más tristes y más hermosos que él jamás había visto y continuó hablando:
-Estaba enojado y quería castigarlos. Al principio pensé en mandarles un diluvio, como el de Noé. Pero las cosas han cambiado y ahora los hombres se salvarían en buques acorazados y submarinos. Se me ocurrió entonces una tormenta de fuego, como la de Sodoma, pero se librarían refugiándose en los bunkers que han construído para protegerse de sus propias bombas. Al final, me dormí pensando en que quería que se salvaran solo los hombres buenos...Cuando desperté, no quedaba nadie sobre la tierra.
-¿ Y yo?- preguntó José.
- Supongo que eres el último hombre bueno que queda- suspiró Dios, sonriendo con melancolía.
- Y ahora ¿ qué vamos a hacer?
-No sé tú, pero yo no quiero hacer nada. Solo meditar y tratar de entender por qué fracasé con  los hombres de esta manera.
Volvió a cogerse la cabeza entre las manos y se sumió en profundas reflexiones. José salió en puntillas para no molestarlo.
Al pasar por un jardín, vio un rosal con un capullo que estaba a punto de florecer. Decidió regarlo y cuidarlo hasta que la rosa hubiera abierto por completo.
Al otro día, la rosa estaba completa y  era tan hermosa que José quedó deslumbrado.
Se la llevaré a Dios, para aliviar su tristeza- se dijo José, ilusionado.
Cuando se dirigió al Palacio de Gobierno, con la flor apretada contra su pecho, comprobó que estaba desierto.  Sobre una mesa, había un mensaje para él:
" Me voy, José. No quiero darme por vencido. Aún puedo crear otro mundo , otros seres. En una galaxia lejana, quizás"
José salió de allí arrastrando los pies. Se sentía muy solo.
Caminando sin rumbo en la ciudad desierta, terminó por sentarse en un banco del parque. Aún sostenía la rosa entre sus manos. Empezó a anochecer y millares de estrellas se encendieron en el cielo.

-¿ Cuanto tiempo más brillarán las estrellas, ahora que Dios se fue?-preguntó José en un suspiro, pero nadie respondió a su pregunta.


1 comentario:

  1. Solo Dios sabe la verdad de todas las cosas, es tiempo ya...por eso siempre hay que hacer conversión.

    Abrazos.

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