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domingo, 9 de diciembre de 2018

GANAS DE VIVIR.

Un día, Federico decidió salir a buscar aquello que la Vida podía ofrecerle.
Salió a pie, con su vieja mochila colgada a la espalda.
A la salida del pueblo vio dos caminos.  Uno estaba pavimentado y por él circulaban 
numerosos automóviles . Varias personas transitaban presurosas por los costados de la vía.
  El otro camino era de tierra y se veía abandonado y solitario. La maleza crecía en los bordes y no había huellas de neumáticos sobre el polvo.
¿ A donde conducirá este camino?- se preguntó Federico. No sabía de nadie en el pueblo que lo hubiera recorrido. Sintió curiosidad y como solo tenía veinte años y mucho tiempo por delante, se echó a andar por él sin apuro.
Pero, era muy largo. Cayó la noche y aún seguía caminando sin ver que la senda desembocara en alguna parte.
Al amanecer se encontró por fin a la entrada de un pueblo.  Al pasar por la plaza, la campana de la Iglesia empezó a repicar alegremente y a Federico le pareció que le estaba dando la bienvenida
Mucha gente pasaba por su lado y todos lo saludaban sonrientes, como si lo conocieran de toda la vida.
En un banco vio a un anciano que alimentaba  las palomas con miguitas de pan.
-Señor- le preguntó cortesmente- ¿ Podría informarme como se llama este pueblo?
-Se llama Pueblo Feliz.
-¡ Qué nombre tan bonito! - observó Federico- Y ¿ hay alguna razón para que se llame así?
-Por supuesto. La razón es que aquí todos son felices. Incluso yo, que soy viejo. En lugar de sentirme afligido por mis achaques, despierto contento y agradecido por un día más.
 Federico se quedó pensativo. Se preguntaba como era que nadie de su pueblo había llegado antes allí.  Todos tomaban el camino pavimentado pensando tal vez que el camino de tierra era poco atractivo y no conducía  a ningún lugar interesante.
-¿ Para qué seguir andando?- pensó luego- Sería un tonto si me fuera de aquí.
Pero, con el trascurso del tiempo, empezó a sentirse inquieto. Un desasociego creciente y un tedio hicieron presa de él.  Aquella serenidad sin alteraciones le parecía monótona. Se dio cuenta de que allí no estaba la realidad que quería conocer.
Esto es como un sueño que nunca termina, meditó, pero yo no quiero soñar, yo quiero vivir.
Tomó su mochila y se dirigió a la salida del pueblo.
En la plaza estaba el anciano, como siempre, rodeado de palomas.
-¿ Por qué te vas?- le preguntó al verlo cargando su equipaje.
-Porque todavía no estoy preparado para ser feliz. Necesito sufrir primero. Cuando haya conocido el fracaso y la decepción,  recién entonces podré decir que he vivido. Solo se aprecia la felicidad cuando se ha conocido el sufrimiento.
Pasaron muchos años antes de que Federico regresara al Pueblo Feliz.
Al pasar por la plaza, vio el banco vacío. Las palomas merodeaban por los alrededores, buscando qué comer.  Comprendió que el anciano había muerto.
Se sentó un momento a  descansar,  porque le pesaba las piernas. La juventud hacía tiempo que era solo un recuerdo  para él.
Después fue a comprar pan y sentado en el mismo banco que el anciano ocupara ,empezó a desmigarlo lentamente.  Las palomas acudieron en tropel, entrechocando sus alas.
  Federico se sintió feliz y a pesar de sus achaques, agradeció a Dios por un nuevo día que vivir.




2 comentarios:

  1. Amiga escritora,este relato,es muy bueno en el, quizas hasta este viejo pueda encontrar belleza en el,
    Tus imaginaciones deben de continuar haciendo estos cortos,pero atrayentes relatos

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  2. Un aprendizaje muy profundo en el caminante...de todo hemos de vivir para saborear mejor el camino de la vida y al final tener la victoria...

    Gracias, estés muy bien.

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