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domingo, 21 de junio de 2015

LA SONRISA DE LOS GATOS.

Lorenzo la conoció primero. Siempre se me adelantaba en todo. En las notas de los exámenes, en las competencias deportivas...
El día en que la trajo al grupo, la presentó como su novia. Se veía orgulloso de su conquista y aceptó sin molestarse todas las bromas de los envidiosos de turno.
 Le rodeaba el talle con su brazo y ella se arrimaba a él, callada, pegada en los labios esa sonrisa enigmática que tenía...Como si viniera de vuelta de todos los misterios. Creo que si los gatos sonrieran, lo harían como Leticia.
Vuelvo a verlo a él, con la nariz pecosa y el pelo rojo cayéndole sobre la frente.  En el liceo le decíamos de todo:  Solferino, Zanahoria, pero a él no le importaba. Creo que le gustaba sobresalir  con su pelo que parecía un incendio. Y era evidente que no pasaba desapercibido frente a las mujeres...
Me enamoré de Leticia desde el principio. No sé qué tenía.  Creo que era esa cosa enigmática, ese distanciamiento que la rodeaba como un muro y que a Lorenzo no parecía afectarlo en lo más mínimo.
Traté de no verlos, de apartarme del grupo... Pero en todas partes me los encontraba.
Luego me conformé pensando que se me iba  a pasar, por lo inutil que resultaba mi sentimiento. Ella no miraba a nadie, excepto a Lorenzo.
Era evidente que estaban locos uno por el otro. El lo demostraba en mil gestos de posesión y apasionamiento. Ella, sólo en la mirada que le clavaba todo el tiempo, como si dejar de mirarlo fuera para ella como dejar de respirar.
Cuando él murió en un absurdo accidente de motocicleta, ella pareció derrumbarse. En el funeral, se abrazó al ataúd llorando como una loca. Tuvieron que sacarla entre varios...
Después del entierro, desapareció.  Estuvo cerca de siete u ocho meses fuera de Santiago.
Varias veces fui a su casa a preguntar por ella.  Su mamá me decía que andaba en provincia, visitando a una tía y eso era lo único que lograba sonsacarle a su silencio de esfinge.
Cuando volvió, parecía cambiada. Pero yo seguía amándola y no perdía la esperanza de llegar a conquistarla. Empecé a frecuentarla, a invitarla a salir con el pretexto de que se distrajera. No creía ni por un instante que hubiera olvidado a Lorenzo, pero confiaba que con el tiempo se fuera calmando en ella el recuerdo lacerante.
Seguí insistiendo con paciencia, no evidenciando ningún sentimiento que no fuera la estimación de un amigo....y creí que al final iba logrando que me quisiera un poco.
Se veía más serena y la sorda desesperación que al principio parecía embargarla,  había ido desapareciendo de sus gestos. La tensión de todos sus miembros se había ido ablandando y transformándose en un dulce  abandono. Sobre sus labios volvía a flotar aquella sonrisa ....
Una tarde, de súbito, noté que me miraba con ternura. La esperanza me atravesó como un rayo y cogí su mano abandonada sobre la mesa del café.
-¡ Leticia!  ¿ Será posible que me quieras un poco? 
Ella sonrió y no retiró su mano de entre las mías. Temblando de pasión volqué en palabras todo el amor que venía callando desde hacía más de dos años.
 Le pedí que se casara conmigo y me atreví, pobre loco, a decirle cuanto ansiaba que tuviéramos un hijo...
Se puso pálida como una muerta y gritó que no, que no quería hijos. Después se paró violentamente y salió del café casi corriendo.
Estuvimos varios días sin vernos. Después ella volvió a su actitud extraña, a su misterio indescifrable. Ni una disculpa me dio de su arrebato de aquella tarde.
Entonces decidí espiarla, seguirla. Sé que fué una bajeza, pero estaba enloquecido. La frustración de no poder llegar hasta ella, de chocar una y otra vez contra esa pared de hielo me trastornaba. 
No tenía celos de otro hombre, presentía que en su vida había algo más.
Una tarde caminé detrás de ella hasta la estación del Metro. Logré subir al mismo carro, confundido entre la multitud que viajaba a esa hora.
Me bajé en la misma estación, sin que ella lo notara. Caminaba rápida, como presa de una ansiedad que nunca antes le había visto.
Se adentró por una callecita corta de un barrio periférico. La ví detenerse frente a una casa más bien modesta y sacar una llave de su cartera.
Pero antes de que alcanzara a usarla, la puerta se abrió. Por ella salió una mujer vestida con un delantal blanco, precedida de una niño de no más de dos años.
-¡ Mamy !- gritó y se abrazó a las piernas de Leticia. Ella apretó contra su cuerpo la tierna cabecita,  cubierta de rizos rojos.
- ¡ Lorencito, mi amor!- exclamó, tomándolo en sus brazos y juntos entraron en la casa.



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