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domingo, 24 de agosto de 2014

UN CUENTO DESALMADO.

Un día, el alma de Juan le comunicó que se iba.
- ¿ Por qué?  ¿ Qué te he hecho ?
-Sencillamente me tienes cansada. Me agobian tus rencores y tus amarguras  ¡Yo quiero ser feliz!
-  Pero ¡ sabes que sin ti no soy nada!  ¡ Si te vas, me quedaré vacío !
- No me importa. Has malgastado tu oportunidad viviendo en medio de la acidia y la melancolía. ¿No sabes que hay un lugar en el Infierno para los que no saben disfrutar la Vida?
-Pero ¡si eres tú la que me ha hecho desgraciado a mí!
-¡Te equivocas!  Es tu pensamiento.  Ese pensamiento escéptico que te roe como un gusano. Yo llegué a ti con mi túnica blanca y sin mácula y mírala ahora, ajada y llena de manchas...
El alma de Juan bajó los ojos con disgusto hacia su vestido.  Luego, le volvió la espalda y se alejó, perdiéndose calle abajo.
-¡No puedes irte así!- gritó Juan, angustiado- ¿Qué voy a hacer ahora?
Sentía en su pecho algo parecido al dolor. Pero no era dolor, era ausencia. Los latidos de su corazón resonaban con un eco extraño, como los pasos de alguien  que camina en un recinto vacío.
Deambuló por las calles como cegado, dando tropezones. La buscó en vano para convencerla de que volviera, pero comprendió que se había ido definitivamente.
¿Qué hacer?   No se sentía él mismo. El reflejo de un espejo le devolvió al pasar unos ojos sin brillo. El fuego de su alma  ya no ardía en ellos.
¡Qué injusta, qué cruel había sido al abandonarlo!
Pensó que quizás pudiera encontrar otra alma que quisiera llenar el hueco que dejara la ingrata. Pero ¿ a donde?
De pronto tuvo un idea. ¡El Cementerio!
¡Allí seguramente andarían rondando aún aquellas a quienes la Muerte había despojado de sus cuerpos y que tal vez ansiaran encontrar otro hospedaje!
Traspuso la reja del Campo Santo y se aventuró por una avenida de cipreses.
Desde lejos vio un grupo de personas reunidas junto a un tumba. Un sacerdote repetía las huecas palabras de consuelo que en nada ayudan...
Lentamente, bajó el ataúd a la fosa mientras algunos le arrojaban flores.  Dos o tres  lloraban. Otros se llevaban un pañuelo a los ojos secos mientras con disimulo consultaban el reloj...
Cuando se fueron, Juan se acercó y vio una figura blanca sentada sobre la tumba, sollozando sin consuelo. ¡Era el alma del difunto!
-¿ Por qué lloras?- le preguntó Juan, para iniciar la conversación.
-¿ Cómo quieres que no llore?  Acaban de enterrar a aquel que me albergaba.  ¡ Era joven aún!   Pero llegó la Muerte con su guadaña y lo segó como a una espiga...
 A Juan le pareció de lo más cursi esta última frase, pero la atribuyó a la obnubilación de su congoja. 
- ¡No te aflijas !- le respondió- Yo he perdido mi alma y te ofrezco que ocupes su lugar.
Ella dejó de llorar y fijó en él unos ojos de mirada crítica.
-¿Tú?  ¿No estarás un poco viejo?  Mira que no quiero quedarme sin cuerpo otra vez...
-¡Oh, no!- rebatió Juan, ofendido- Estoy demacrado y sin brillo por el vacío que hay en mi interior. Pero si tú consientes en habitar mi pecho, me harás revivir de inmediato.
 El alma aceptó la petición y se introdujo en el pecho de Juan. ¡ Después de todo, quizás no se le presentara otra oportunidad en mucho tiempo !
Aquella noche, Juan durmió sin sobresaltos, pero a la mañana siguiente, despertó presa de un abatimiento inusitado.
Miró por la ventana y vio un cielo gris y pesado colgando sobre la ciudad. Sintió que ese mismo peso  lo aplastaba, quitándole todas las ganas de vivir.
Una opresión extraña se había alojado en su pecho, como si el alma recién adquirida estuviera hecha de plomo. Horribles ansias de muerte lo embargaban. Pensó que arrojarse por el balcón era su única salida...
Pero reaccionó a tiempo. No era normal lo que le pasaba. Nunca antes se había sentido así  y era evidente que tenía que ver con el alma de aquel difunto. ¿ Habría cometido un error al aceptarla  sin averiguar primero sus antecedentes?
Agobiado, vagó por la ciudad sin saber qué hacer y sus pasos lo llevaron de nuevo al Cementerio.
 Junto a la tumba que visitara el día anterior vio a una mujer llorando.
Se acercó y se arrodilló a su lado, con la esperanza de averiguar algo.
-¡Quisiera saber de qué murió!- exclamó sin poder contenerse.
-¡ Cómo!  ¿No lo sabe usted ? - respondió ella extrañada- Se sentía un escritor fracasado.  Decía que nadie compraba sus libros...  ¡Por eso se mató!

2 comentarios:

  1. Te deslizas por varios temas querida Lily y eso me encanta, porque el relato se sustenta en situaciones cotidianas con pinceladas mágicas. Siempre he pensado que un buen escritor es capaz de escribir, desde lo que aparenta simple pero que indaga diversas vertientes.
    He quedado pensando querida Lily, que nuestra alma responde a -según sea la religión o credo que se practica- en vivencias anteriores y en el trabajo actual. Solo deseo que mi alma siempre esté conforme de habitar mi cuerpo, que yo la cuido porque nunca desearía extraviarla. Amo la vida.
    Un abrazo siempre inmenso para ti querida compatriota. Muy buen relato.

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