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domingo, 5 de enero de 2014

EL DINOSAURIO.

Carlos se sentía incomprendido y desencantado. Nadie en la empresa parecía tomar en cuenta sus opiniones.
A él, por supuesto, le parecían brillantes, pero al expresarlas, sonaban tontas. Y si trataba de explicarlas con claridad, se volvían soporíferas y sólo arrancaban bostezos.
-Me consideran un viejo inútil, que no puede aportar nada. Mi experiencia no vale. ¡Los jóvenes se han adueñado del mundo!- pensaba, con amargura.
Su porcentaje de acciones en la firma, le garantizaba un puesto en el directorio. Pero, a él no le bastaba con eso. Quería aportar, ser útil. Le resultaba humillante que lo trataran como a un mueble obsoleto. O mejor dicho, como a un dinosaurio prehistórico...
Un fin de semana, salió a pasear por el campo, rumiando su decepción.
Sin mirar donde pisaba, resbaló bruscamente y cayó al interior de un pozo.
Estaba seco y no era tan hondo como para que se hubiera herido al caer, pero era evidente que no podría salir por sus propios medios.
Estuvo gritando un rato, pero sólo le respondió el plácido mugido de las vacas.
-¡Alguien tendrá que pasar por aquí!- se consoló Carlos y decidió gritar cada cierto tiempo, por si acaso...
Sentado en la tierra húmeda, veía pasar en lo alto unas nubes redondas y blancas, como de utilería. Pero, lentamente la luz fue disminuyendo y comprendió que anochecía.
-¡Socorro! ¡Socorro!- gritó con angustia.
Al rato, por el borde del pozo se asomó una carita pecosa tocada con un sombrero de paja. Era el vaquero, que venía a buscar el ganado para llevarlo al establo.
-¡Trae una escalera o una soga!- le gritó Carlos, con impaciencia.
El niño lo miró un rato,impasible , pero al final pareció comprender la situación y le aseguró que volvería con ayuda, para poder sacarlo.
Pero nadie vino.
Oscureció por completo y Carlos terminó por quedarse dormido.
Lo despertó un resplandor que venía desde arriba. Era la luna, que asomaba por la boca del pozo, su rostro imperturbable. ¡Tantas cosas había visto ya, en el trascurso de su existencia!
Su luz plateada iluminó una de las paredes y le mostró a Carlos la entrada de un túnel.
-¡Qué extraño!- se sorprendió -¡ Un túnel!...¿Y hacia donde irá?
Sin dudarlo, se internó en él y de a poco empezó a aclarar, como si amaneciera.
Se encontró en una selva de grandes helechos, de la cual brotaba un vapor caliente que lo hacía sudar.
Del agua de una laguna vio surgir una cabeza alargada y verdosa, que le pareció de una serpiente o de un lagarto.   
Lo miraba plácidamente, mientras masticaba los tallos de una planta acuática.
De pronto, grandes olas se desplazaron con violencia hacia la orilla y lo vio emerger a la superficie. Le pareció que nunca acababa de salir, tan grande era.
Reconoció a un dinosaurio.
Sus ojos eran fríos e indiferentes y se notaba que nada le interesaba más que su parsimoniosa masticación. ¡Afortunadamente, era vegetariano!
Al rato, se internó entre los árboles y desapareció.
Carlos lo siguió y poco a poco, notó que el paisaje iba cambiando. La selva dio paso a una extensa llanura de pasto amarillento, sembrado de colinas de baja altura. A lo lejos, humeaba un volcán.
Vio a un grupo de hombres barbudos, vestidos con pieles, que arrastraban penosamente, colina arriba un bloque de piedra.
-¡Pobres!- pensó Carlos- ¡Aún no han inventado la rueda!
Vio en el suelo unos troncos, seguramente arrancados de cuajo por algún huracán.
Trabajó largo rato alineándolos y atándolos con una soga que entretejió con las fibras de una planta que le pareció resistente.
Había fabricado una especie de trineo.
A gritos, llamó a los hombres que sudaban en la colina, sin progresar gran cosa en su tarea.
Carlos estaba tan sucio y desgreñado que no se veía muy diferente a ellos.
Con señas, les explicó que aquel trineo, al rodar por la cuesta, les haría más fácil el traslado de la piedra.
Al principio, lo miraron con ferocidad y pensó que iban a golpearlo. Pero, en lugar de eso, se abalanzaron sobre él y lo lanzaron por los aires, vitoreándolo con júbilo.
Esa noche, se sentó con ellos junto al fuego. Observó que comían la carne cruda.
Comprendió que aún no habían descubierto lo blanda y sabrosa que se volvía al cocinarla sobre las brasas.
Arrojó al fuego un trozo y casi de inmediato, un delicioso olor se expandió en el aire.
Con gruñidos de satisfacción y haciendo chasquear la lengua, Carlos les hizo comprender los beneficios de la carne asada.
De nuevo, lo lanzaron por los aires y lo vitorearon.
Carlos se acordó de las miradas desdeñosas y los gestos de aburrimiento que veía a su alrededor en la oficina, apenas abría la boca para expresar una idea...
-¡De a poco les iré enseñando!-suspiró con satisfacción y se arrebujó en la piel de mamut, con que lo habían abrigado.
Lo sobresaltaron unos gritos que venían desde lo alto.
-¡Caballero! ¡Caballero! ¡Despierte que lo venimos a sacar!
En el borde del pozo vio al niño pecoso del día anterior, acompañado de dos hombres, que lo miraban preocupados.
Una soga siseó en el aire, como una serpiente que se desenrolla y cayó a los pies de Carlos.
-¡Amárresela firme en la cintura, que lo vamos a subir!


2 comentarios:

  1. me gustó...al fin el hombre encontró protagonismo...reciprocidad
    asi como muchos seres humanos...
    la vida nos enseña de muchas maneras
    pero ya se ve que todo esta en uno mismo

    saludos!

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  2. Por lo menos en sueños pudo cumplir sus deseos, pobre hombre, todo queremos sentirnos valorados, y cuando eso no ocurre nos sentimos defraudados, así es la vida.
    Un abrazo.
    Ambar

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