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lunes, 24 de junio de 2013

NORA QUIERE PINTAR.

Nora acostumbraba a deambular por el parque que rodeaba el Museo de Bellas Artes.
Cuando llovía o hacía mucho frío, pagaba su entrada y se refugiaba en las vetustas galerías donde se exhibían los cuadros.
Un día vio, junto a la puerta de la administración, un pequeño aviso en el cual se ofrecían clases de pintura.
-¡Bah!- se dijo Nora- ¿Y por qué yo no puedo pintar?  A juzgar por algunas exposiciones a las que he asistido, cualquiera puede...
Y se inscribió.
Las clases las dictaba un hombrecito barbudo y petulante, que juzgaba las creaciones de sus alumnos con marcado desdén.
Nora no tenía talento. Eso le dio a entender ya en la segunda clase. Pero ella, picada en su amor propio, decidió perseverar a toda costa.
Del dibujo pasaron al óleo.
En su casa, lejos de la mirada despectiva del profesor, Nora se sintió poseída por una fiebre creadora.
Pintó durante horas, con auténtico deleite.
El primer color que se le acabó fue el amarillo.
¡Qué de soles pintó!  ¡Qué de trigales!  Van Gogh se habría retorcido de envidia en su tumba...
Luego el verde quedó reducido al mínimo. Todos los colores luminosos y vivos fueron desapareciendo de la paleta, convertidos en bosques frondosos y en espléndidos atardeceres sobre el mar.
Solo le quedaban los grises, los azules y por supuesto, el negro.
Pero, siguió pintando sin parar.
Se representó a sí misma rodeada de una atmósfera azul grisásea, propia de un anochecer de niebla.
El cuadro le quedó algo oscuro y borroso, pero decidió llevarlo a la clase.
Pensó que algo había en él que haría cambiar la desdeñosa opinión que el profesor tenía de su talento.
Llevaba el lienzo envuelto en papel, pero a mitad de camino a la estación del Metro, empezó a llover a cántaros.
En pocos minutos, Nora estaba empapada y el papel que envolvía la pintura, se deshacía en pedazos.
En el vagón había poca gente y Nora se sentó, con su obra maestra sobre las rodillas.
Frente a ella iba sentado un hombre que empezó a mirarla fijamente. En realidad, no a ella sino a su pintura.
Nora se avergonzó y trató de cubrirla con su cuaderno de bosquejos.
Pero, el hombre reaccionó levantándose a medias de su asiento y rogándole con vehemencia:
-¡Por favor, señorita!  ¡No la oculte!  ¿Es obra suya, por casualidad?
Nora, abochornada, lo negó.
- La pintó un amigo.
Entonces, el hombre sacó de su bolsillo una tarjeta y se la entregó:
-Soy Cornelio Iribarren, dueño de la galería de Arte Buchard.... Estamos interesados en talentos emergentes.
Se bajó con ella en la estación del parque y le pidió que fueran a un café, para poder examinar el cuadro con mayor detenimiento.
-Esta pintura reboza melancolía- observó- Se nota que el artista se hallaba poseído por una honda tristeza, en el momento de ejecutarla. El uso de puros colores sombríos, el énfasis en la combinación de azules y grises...Todo rebela un estado de ánimo casi suicida, diría yo...
Nora pensó que en realidad, eran los únicos colores que le quedaban en la paleta. Pero no dijo nada.
-¡Y estas pinceladas negras, que se diluyen en el gris!  Arboles desnudos, apenas esbozados, emergiendo de la niebla...¡Qué talento!  ¡Qué poder de evocación!
Nora recordaba que esas rayas las había hecho Segismundo, su gato, cuando metió la cola en la pintura negra y después se la limpió en el lienzo, sin ningún escrúpulo...Pero, tampoco dijo nada.     
 El hombre estaba extasiado.
-Nora ¡por favor, dígame!  ¿Dónde puedo encontrar más obras de este artista?
-La verdad es que él me las dejó como herencia...Lamento informarle que se suicidó después de pintar este cuadro.
-¡Un pintor suicida!  ¡Tanto mejor!  Quiero decir, lo lamento mucho...¿Y dónde podría ver el resto de las pinturas?
Trató de deshacerse del hombre, pero fue inútil.
Al final, quedaron en que al día siguiente acudiría al departamento de Nora.
Ella estaba arrepentida de la mentira que había urdido, pero sintió que ya no podía echar pié atrás.
Esa noche buscó una vieja fotografía de Pablo, un ex novio que se había ido a vivir a Inglaterra. Total, no iba a volver en mucho tiempo. ¿Cómo podría enterarse de que Nora había dado su nombre como autor de los cuadros?
Rápidamente, se montó una exposición en la Galeria Buchard. A la entrada, pusieron una ampliación de la fotografía de Pablo, guarnecida de claveles blancos, como homenaje póstumo...
Fue un éxito.
Asistieron numerosos periodistas, de esos que ponen sus artículos en revistas de papel couché..."Joven artista, fallecido a temprana edad, deja una herencia pictórica de valor incuestionable".
Hubo varios interesados en comprar los cuadros, pero Nora se mantuvo firme . ¡No estaban a la venta!
Otra cosa habría sido llevar la broma demasiado lejos....
Tiempo después, recibió un llamado desde Londres.
-¡Así es que ahora soy artista y más encima estoy muerto!  ¡Muy bonito, Nora!  ¿Y qué va a pasar cuando vuelva a Chile?
A Nora le dio un ataque de risa.
-¡No te preocupes, Pablo! Tu fama resultó efímera. ¡Duró menos que una vela en el viento!  Y yo no seguí pintando, así es que no hay peligro de que te "descubran" otra vez... 

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