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viernes, 22 de junio de 2012

LA DAMA DEL CUERVO.

Nora había pasado semanas encerrada en su departamento, con una bronquitis que no la dejaba dormir.
Por las noches, sus bronquios crujían, rechinaban y silbaban, como una desvencijada máquina que alguien hubiera olvidado aceitar.
Vino el médico y recetó antibióticos. También vino Betty y le llenó el refrigerador de alimentos, pero Nora no quería comer. Sólo tosía interminablemente, como un perro atorado con un hueso de mamut.
El veinte de Junio, a las siete de la tarde, empezó el solsticio de Invierno. Para una digna inauguración, la lluvia arreció toda la noche y roncos truenos resonaban a lo lejos, como trenes que llegan a una estación perdida.
-Me enfermé en Otoño y me mejoré en Invierno-pensó Nora, melancólica-¡Qué larga enfermedad!
Se había cambiado a ese departamento hacía un mes y aun en la terraza techada quedaban unas cajas de embalaje que el anterior arrendatario se demoraba en retirar.
Al fin, una tarde sonó el timbre.
Ajustándose la bata sobre el piyama, Nora se levantó a abrir.
En el umbral había un joven de pelo largo, ataviado con una extravagante chaqueta de terciopelo.
-Soy Gonzalo- dijo sin preámbulos-Vengo a retirar las cajas que dejé en la terraza. ¡Disculpa la demora!
Nora le ofreció un café y él aceptó agradecido.
-Perdona el abuso de dejarte tanto tiempo mis pinturas aquí, pero las quería retirar cuando pudiera llevarlas directo a la Galería donde tendré mi exposición.
-¡Así es que tú pintas!-exclamó Nora, interesada-¿Y cuál es tu estilo?
-Bueno, aún estoy indeciso. He incursionado en lo abstracto, pero también me gusta pintar retratos. ¡Es más! ¡Me gustaría mucho pintar el tuyo!
-¡Pero si estoy tan fea!-objetó Nora, llevando sus manos con coquetería hasta su pelo desgreñado.
-¡Oh, no! Estás muy interesante. Esa palidez cadavérica que te dejó la gripe me hace recordar a las heroínas de los cuentos de Poe.
A Nora no le pareció muy halagador el comentario, pero sonrió con valentía.
-¡Nora!-siguió él, cada vez más entusiasmado-Si me dejas pintarte, tal vez alcancemos a terminar el retrato para presentarlo en la exposición. ¡Tenemos aún dos semanas!
-Bueno, si tú quieres...Igual tengo que seguir encerrada aquí, hasta que me recupere por completo.
Se pusieron de acuerdo y al día siguiente, Gonzalo llegó cargado con un lienzo envuelto en papel de estraza y su caja de pinturas.
Nora se había puesto un vestido negro y abrigaba sus hombros con un chal.
Se situó junto a la ventana y la luz melancólica de la mañana invernal la envolvió como un halo.
Mientras Gonzalo trazaba rápidas líneas sobre el lienzo, decía entusiasmado:
-¿Sabes, Nora? Quiero que este cuadro evoque ese poema de Poe sobre un cuervo que repite: ¡Nunca más! ¿Lo conoces?
-¡Por supuesto! Entonces ¿yo seré la amada que murió y a quién el poeta añora desesperado, mientras el cuervo le recuerda que no la verá nunca más?
-¡Claro! Tu cara pálida rodeada de esos cabellos lacios que caen lánguidos sobre tus hombros, te convierten en la modelo ideal.
Mientras él pintaba, Nora contemplaba su rostro juvenil, iluminado por la inspiración, y sus rizos castaños que caían rebeldes sobre su frente. A cada rato, él los apartaba bruscamente, con sus dedos manchados de pintura.
Y así como el sol había derretido esa mañana la escarcha que parecía envolver los árboles en papel celofán, ella sentía que la capa de hielo que había envuelto su corazón después
de su último desengaño, se derretía lentamente. Lo extraño fue que el agua del deshielo subió a sus ojos y grandes lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
-¡Nora! ¿Qué te pasa? ¿Estás cansada de posar?
-No, no es eso. ¡Pensaba en lo triste que es ese poema de Poe! Lo cierto es que los antibióticos me ha dejado débil- añadió, para disculparse.
Pasaron los días y el retrato adquiría realismo y magia, si es que ambas cualidades pudieran co- existir en una misma pintura.
El rostro de Nora con sus grandes ojos oscuros, ya estaba terminado y ahora Gonzalo trabajaba en su vestido y en sus manos.
Se le ocurrió pintar un pájaro negro y ominoso posado sobre uno de sus hombros, como un silencioso presagio.
-Este retrato se llamará "La dama del cuervo" ¿Qué te parece?
-A mí me habría gustado que se llamara "Nunca más".
-Es que no toda la gente conoce el poema y quizás no entenderían...
-¡Es cierto!- admitió Nora, y su corazón latió dulcemente cuando él la miró a los ojos, con los suyos resplandecientes de inspiración.
-¡Ojalá que el cuadro nunca estuviera terminado!-pensó con tristeza.
Pero Gonzalo se apuraba en tenerlo listo a tiempo para la exposición.
-Los últimos toques se los daré en mi estudio-anunció-No quiero cansarte más con mi presencia.
-¡Ay! -suspiró Nora en secreto-Tu presencia ha sido como una Primavera anticipada para el Invierno de mi corazón.
Y a ella misma la asombró el haberse puesto tan cursi.
Estas cursilerías son propias del amor, meditó con la experiencia que le daban tantos fracasos y tan pocos triunfos en esa materia. ¡Me he enamorado de Gonzalo como una tonta! No hay duda de que la gripe me debilitó....
El dejó de ir y la tristeza invernal se apoderó del ánimo de Nora. Pero, al mismo tiempo, se sentía de nuevo sana y fuerte y por fin salió a la calle, como una resucitada que abandona su tumba.
Aunque Gonzalo le había dejado una invitación, no quiso asistir a la inauguración de la muestra. Prefirió ir al día siguiente, cuando creyó que no habría tanto público.
Pero, se equivocaba. Al entrar, vio un grupo de gente agolpada frente a un cuadro.
¡Era su retrato!
Se alegró de haber cubierto su palidez con una capa de maquillaje y de haber recogido su pelo bajo una boina. ¡Así nadie la reconocería!
Se acercó y se vio allí, heroína trágica de una historia de amor, con el cuervo de la desdicha posado sobre su hombro.
"La dama del cuervo" decía una etiqueta junto a la pintura que, a todas luces, había sido lo más destacado de la exposición.
En medio del círculo de gente estaba Gonzalo, orgulloso y feliz, respondiendo a las preguntas que le hacían sus admiradores.
Divisó a Nora y le hizo un leve signo de reconocimiento, pero no se acercó a saludarla.
 Una muchacha de corta melena oscura se colgaba de su brazo, ansiosa de verse envuelta ella también en la atmósfera de éxito que rodeaba al pintor.
-El me pertenece- parecía decir-¡Yo soy la más profunda inspiración de su arte!
Nora retrocedió despacio y mezclada con la gente que salía, se dirigió hacia la puerta.
Una agridulce melancolía envolvió su corazón. Y mientras se alejaba, pensó aún más convencida que antes, que el cuadro debería llamarse: "Nunca más".  

1 comentario:

  1. Dice María Teresa Gonzalez.
    Me encantó este cuento. Me pregunto siempre : ¿De donde sacas tanta imaginación?

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