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martes, 19 de junio de 2012

LA PINTURA.

Cuando Marcos rompió conmigo, no quiso llevarse la pintura.
Durante semanas había estado apoyada contra la pared del dormitorio, demasiado fea como para enmarcarla y demasiado grande como para esconderla debajo de la cama.
-¡Tu cuadro!- balbuceé débilmente, entre lágrimas.
-Es tuyo- respondió- lo pinté para ti.
Tomó su maleta y me lanzó una mirada fría y definitiva, como una lápida mortuoria puesta sobre nuestra relación.
El cuadro representaba un paisaje marino. Una lengua de arena y rocas se adentraba entre las olas y en la punta había un faro, azotado por ráfagas de espuma.
El cielo era más bien gris, salpicado de nubes algodonosas y en él, algunas gaviotas revoloteaban desorientadas.
No creí que me lo dejara como postrera muestra de generosidad, sino para librarse de un claro testimonio de su impericia pictórica.
Tal vez mis lapidarias reflexiones tenían algo que ver con el despecho...
Pero, en fin, ahí quedó y era lo último que veía antes de cerrar los ojos y poner fin a un día más sin Marcos.
Una mañana, noté una poza de agua junto al cuadro.
Pensé que había sido mi perrito Pushi, que había dejado una opinión tajante sobre el talento artístico de mi ex novio. Fui al baño a buscar un trapero y no le di mayor importancia.
Pero, al otro día había una poza aún más grande, imposible de atribuir a Pushi y noté humedad en los bordes de la pintura, como si el mar se estuviera rebalsando.
Tenía gran preocupación por un ramo que amenazaba torpedearme el semestre, así es que no me di tiempo para reflexionar sobre aquel misterio.
Y pensaba pasarlo por alto hasta que una noche, cuando estaba por dormirme, escuché un batir de olas y vi claramente una gaviota salir de la pintura y revolotear por mi pieza.
Dio un par de giros atolondrados y volvió al cielo nuboso que se cernía sobre el faro.
-¡Bah! ¡Qué raro! Seguro que estoy durmiendo-me dije, totalmente escéptica y materialista, como corresponde a una estudiante de antropología.
Y no le habría dedicado al asunto ningún otro pensamiento, si no hubiera sido por la pluma blanca que encontré al otro día, caída sobre la alfombra.
La pintura, pues, tenía un misterio. Una cualidad que la hacía oscilar entre la realidad y el sueño. ¿Lo sabía Marcos? ¿Se había desecho de ella a propósito, parea escapar de un sortilegio amenazante?
Esa noche se abrió una ancha puerta azul que me franqueó el paso a una dimensión insospechada.
Me había sentado muy derecha en la cama, para no dormirme. Los párpados me pesaban de sueño, pero de pronto, todos mis sentidos se alertaron al unísono. Me llegó un rumor de olas, el grito de unas gaviotas y me encontré respirando a bocanadas un aire salino que refrescó mis pulmones.
Me levanté y me detuve frente a la pintura.
Vi que en lo alto del faro se recortaba la figura de un hombre que me hacía señas. Nunca antes había reparado en él.
Adelanté un pie desnudo y mis dedos se hundieron en una suave arena. Di un salto y me encontré en el sendero que llevaba al promontorio rocoso.
No tenía miedo. Esa noche todo era mágico. No existían ni el pasado ni el futuro. Sólo aquel presente lleno de prodigios.
Pero, antes de seguir andando, por curiosidad miré hacia atrás y vi mi pieza. En mi cama estaba yo, durmiendo apaciblemente.
-¡Bah! ¡Estoy soñando! Es lo más lógico, después de todo. Yo solo soy mi espíritu y allí está mi envase, arropado entre las sábanas, ignorando que me ha dejado salir.
Noté un cordón fino atado a mi cintura y que iba hasta mi cama. ¡Era el cordón de plata que me unía a mi cuerpo y evitaría que me extraviara!
-Mejor así-me dije tranquilizada-Mañana tengo un examen y no me lo puedo perder.
Como ven, soy bien aterrizada en la realidad y ningún sueñecito de morondanga me iba a hacer perder la brújula.
 ¡Tal vez por eso no empaticé con Marcos! El era pura inspiración artística y yo puro razonamiento prosaico...
Seguí trepando por las rocas y llegué junto al faro. La puerta estaba abierta y una estrecha escalera de caracol llevaba hasta la cúspide.
Empecé a subirla, vacilando, y en lo alto vi al hombre que me había hecho señas.
-¡Sube!-me invitó, apremiante-¡Desde aquí se puede ver un paisaje grandioso!
Era cierto. Una hermosa playa de arenas blancas se perdía en lontananza y en la línea del horizonte, un barco pesquero permanecía inmóvil.
Volví la mirada hacia donde estaba mi pieza.
-¡Mira!-le dije- Ahí está mi envase, durmiendo. Eso prueba que todo esto no es más que un sueño.
-Te equivocas, yo soy tan real como tú. Lo que pasa es que mi mundo es paralelo al tuyo y sólo puedes acceder a él si sueltas tus amarras y te dejas ir, como un barco a merced de la marea.
Lo miré y vi que  sus ojos eran verdes como el océano y su pelo estaba descolorido por el sol y el viento salobre de la costa.
El me sonrió y me señaló en silencio una bandada de gaviotas que reposaba sobre el agua y subía y bajaba con el vaivén de las olas.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, acodados en la baranda del faro. Pero, de pronto, llegó nítido hasta mí el sonido de una campanilla.
-¡Es mi despertador!- exclamé-Debo volver antes de que mi cuerpo despierte.
Desde lejos, lo vi tomar el reloj entre sueños, y esconderlo bajo la almohada para seguir durmiendo.
-¡Adiós!-le grité al hombre del faro- ¡Y no te vayas, porque pienso volver!
Se rió, condescendiente.
-¿Cómo podría hacerlo? Mi mundo es éste. Sólo podría irme si me internara en el mar.
Aquella tarde volví de la Universidad cansada, pero tranquila. Me había ido bien en el examen. Había contestado todas las preguntas y estaba segura de que había salvado el ramo.
En la puerta del edificio, me detuvo el conserje.
-Señorita Claudia, vino su amigo a retirar la pintura.
-¿Qué dice? No entiendo.
-Vino su amigo Marcos a buscar una pintura que se le había quedado. Entró con su llave y al irse, dejó esta carta para usted.
Me pasó un sobre que, en medio de mi aturdimiento, no atiné a abrir.
Me precipité al interior de mi departamento y vi que la pintura del faro ya no estaba.
Entonces leí el mensaje de Marcos.
"Claudia, tomé prestada la pintura para mi exposición. Sigue siendo tuya, no te preocupes. Espero que asistas."
Y añadía una invitación a su muestra que se realizaría al cabo de una semana, en una importante galería de arte.
Quedé anonadada.
Por las noches me quedaba en vela, mirando la pared donde antes había estado el cuadro. Creía escuchar el rumor de las  olas y  el grito de las gaviotas. Pero todo era producto de mi imaginación y terminaba por dormirme agotada, con una somnolencia sin imágenes.
Mi vida, tan apegada a la realidad, había sufrido un vuelco. Me había convertido en sonámbula de mi propia vigilia y sentía que sólo existiría de verdad, cuando volviera a sumergirme en aquel sueño.
No fui a la inauguración, sino sólo unos días después.
La pintura del faro estaba en un lugar destacado y me dio un vuelco el corazón cuando vi una etiqueta de "Vendido" sujeta en uno de sus vértices.
¡No podía ser! ¿Con qué derecho?
Traté de ubicar a Marcos, pero fue imposible. Sólo logré encontrarme con él, el mismo día en que se cerraba la muestra.
Había tenido mucho éxito e incluso un crítico había hecho énfasis en el "extraordinario realismo que el artista lograba imprimir a sus marinas". El cuadro del faro había sido sin duda lo más relevante de la exposición.
Lo habían retirado un día antes la clausura. Un extranjero lo había comprado y se lo había llevado a su país.
Marcos me pidió disculpas.
-¡No pensé que se iba a vender, te lo juro! Lo traje sólo para hacer número y ya ves...De todos modos, sé que a ti no te gustaba mucho.
Al notar mi expresión desolada, me miró con sorpresa y añadió, irónico:
-¡Vaya! Veo que habías terminado por apreciarlo...Pero, no te preocupes. Te pintaré otro igual ¡Te lo prometo!
Por supuesto que  nunca lo hizo y yo no le insistí tampoco, porque sabía que habría sido inútil.
Con el tiempo, y a mi pesar, olvidé aquel maravilloso episodio.
A Marcos no lo he vuelto a ver "ni en pintura."

1 comentario:

  1. ¡Hola, Lillian! Aquí me tienes, como siempre, comentando cosas...
    Al principio pensé que sería otra aproximación al hombre del faro de otro relato. Pero construyes otro cuento diferente y le das otro enfoque. Es curioso que siempre tus personajes afronten los sucesos fantásticos o extraños con ese aire despreocupado, sin temor. Le das un toque original con eso.
    Y sí, diría que Claudia era demasiado realista para dejarse llevar del todo por la magia del cuadro. Quizá por eso el destino lo apartó de su camino...

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