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jueves, 7 de junio de 2012

BETTY SE REBELA.

Betty se miró en el espejo, confiando en haber adelgazado mientras dormía. Había soñado que corría kilómetros, perseguida por un rinoceronte.
Pero, sus redondos ojos azules que tantas veces la habían mirado con mal disimulada satisfacción, esta vez se detuvieron críticos en sus mejillas regordetas y en los botones de la blusa que pugnaban por escapar del secuestro de los ojales.
¡Su guardarropas de Invierno había encogido, colgado en el closet!
Los cierres no subían, las faldas no bajaban...¡Oh!
Pero el golpe de gracia lo había recibido el día anterior, en la fila del supermercado, cuando escuchó a dos mujeres que se referían a ella como "la gordita de rojo".
Si se hubiera puesto su otro abrigo, ¿habrían dicho "la flaquita de negro? " No, habrían comentado tal vez "la gorda de negro, a la que no le cruza el abrigo"....
Llamó a Nora, única confidente de sus humillaciones.
-Oye, Nora, esas Clínicas a donde la hacen adelgazar a una ¿crees tú que sirvan de algo?
-No sé, Betty, pero Josefina les tiene mucha fe.
-Pero ¡si ella es delgada!
-Sí, lo que pasa es que ella va a una Clínica donde combaten todas las adicciones: al cigarrillo, a los somníferos, al chocolate...Sí, todas las adicciones, incluso "aquella"-Terminó lanzando una risita que Betty respondió con un gruñido.
¡Para chistes estaba ella! ¡Claro!
Fue a ver a Josefina y le preguntó a boca de jarro:
-¿Tú crees que estoy más gorda?
-¿Más gorda que cuando? ¿Que ayer a esta misma hora?
Betty dio dos pataditas en el suelo y se puso a llorar.
-¡Ay, niña! ¿No aguantas bromas tú? Sí, creo que estás un poquito pasada de kilos.
-¡Josefina, estoy desesperada!. Cada vez que veo a una mujer flaca me falta el aire y creo que me voy a reventar. ¡Necesito hacerme una cura!
-¡Regio! Yo te acompaño.
-¿En serio? Y tú ¿qué harías allá?
-Me sometería a una cura de mi adicción a los somníferos. Aprovecharé que Nestor anda en China, haciendo sus negocios y me voy a internar allá, para que me regaloneen.
Josefina hizo un llamado al Centro médico donde era paciente habitual y reservó habitación para ambas.
-¿Y no será muy caro?
-No te preocupes, Betty. Tú vas como invitada mía.
Ella la miró con agradecimiento no exento de envidia.
En realidad, Josefina tenía problemas de dinero: le faltaba tiempo para gastarlo. Cuando ya creía haber saqueado su cuenta corriente, su amoroso marido le depositaba una nueva remesa. Agradecido, tal vez, de que ella no pusiera objeciones a sus frecuentes viajes...
Llegaron a un enorme edificio en los faldeos cordilleranos. La Clínica era fastuosa y estaba rodeada por parques y jardines y separada del mundo exterior por una alta reja de fierro.
El médico pesó a Betty y soltó un involuntario resoplido, rápidamente seguido por una sonrisa tranquilizadora.
-Todo irá bien, señora. Le recetaré ejercicios moderados y masajes reductores para acompañar su dieta. Aquí la tiene. Como puede ver, las primeras cuarenta y ocho horas sólo ingerirá jugo de rábano. Después pasaremos a las zanahorias y si las cosas van saliendo bien, el fin de semana le agregaremos un huevo duro y alpiste.
A los dos días, Betty no se podía ni mover, a causa de los "ejercicios moderados". Ella no estaba acostumbrada a gastar energías más que en localizar el control remoto para cambiar el canal...
Los masajes tenían su encanto.
Los hacía un joven chino, esbelto y atlético, que dijo llamarse Pin Tun Chang. Eso, en chino mandarín significaba "Esplendor de Oriente". Para corroborar su afirmación, le sonrió mostrando todos los dientes en una sonrisa deslumbradora.
Betty quedó muda.
Mejor dicho, soltó varios gemidos agónicos, mientras "Esplendor" le tiraba brazos y piernas hasta casi descoyuntarla.
Pero, lo peor era el hambre.
Al tercer día la visitó Josefina, que había quedado en otra ala del edificio.
-¡Ay, niña! Te ves fatal.
-¡Y eso que hoy me comí dos zanahorias!
-¡Qué glotona! ¿Y no te cayeron pesadas?
-Sí, ríete no más, mala pécora.
-Oye, Betty. Es que nadie toma la dieta tan a pecho. Descubrí que detrás del gimnasio funciona un mercado negro. Hoy vi a varias gorditas comiendo empanadas de mariscos, escondidas en el vestidor.
-¿Y tú, Josefina? ¿Cómo te va con el tratamiento?
-Bueno, yo tampoco lo tomo tan a pecho. Descubrí que en la pieza del lado está la Pilola Errazuriz. Ella se trajo un neceser con doble fondo, lleno de píldoras. Así es que lo estoy pasando bastante bien. Y detrás del gimnasio venden wisky...
Betty decidió huir.
Llegó caminando distraídamente hasta la reja, para tantear el terreno.
-¿Busca algo, señora?
-Quería salir...
-¡Ah! Pero ¿trajo el certificado médico donde le dan de alta?
-¿Qué dice?
-Que no la puedo dejar salir sin autorización del doctor.
-¡Así es que estoy prisionera aquí! ¡Esto es el colmo!
-Es por su bien, señora. Mire, al principio las pacientes podían salir sin restricciones. Pero se instaló en la cuadra una verdadera mafia de vendedores de cigarrillos, somníferos y chocolates.
Mire, todavía anda por aquí uno de los traficantes...
Y le señaló a un hombre rechoncho, de cara grisácea y párpados a media asta.
-¡Ese es el peor! Le hace al turrón de almendras y a los bombones rellenos... ¡El doctor se las tiene juradas!
Betty se alejó cabizbaja.
Pero se animó al recordar que las enfermeras tenían su vestidor al fondo del pasillo.
Esperó el cambio de turno y como un rayo entró y sacó un delantal y una toca.
Los escondió en su closet y confió en que las sombras de la noche y el cambio de portero en la reja, serían cómplices de su escapatoria.
Salió sin problemas. Previamente había arrojado afuera su maletín, por entre los barrotes.
Lo recogió y caminó, liviana y animosa, las dos cuadras  hasta el paradero de buses.
No le avisó a Josefina, porque ella se habría opuesto.
-¡Así cómo vas a adelgazar, pues, Betty! Si no tienes fuerza de voluntad...
A las mujeres flacas les encanta decir que ellas comen lo que quieren sin engordar un gramo. Josefina era así. Pero, a cambio de haber sido favorecida con un metabolismo de impúber, no podía dormir.
-¿Qué será menos malo?-pensó Betty-¿Una delgada insomne o una gorda acomplejada, pero que duerme bien?
Se bajó en el supermercado y compró un pollo asado y un litro de helado de vainilla.
¡Ah, su postre favorito!  ¡En dos segundos le quitaría de la lengua el asqueroso sabor del jugo de rábanos!
Con un suspiro de alivio, se acomodó en el sillón, con el pote de helado en las rodillas.
-¡Aló, Josefina! Te llamo para decirte que te encuentro toda la razón. ¡No voy a tomar tan a pecho la dieta, de ahora en adelante!

2 comentarios:

  1. Lillian: Ya estaba echando de menos tus escritos.

    ¿Nos tenías a dieta de tu fascinante pluma?

    Me di un delicioso atracón de ingenio, fluidez y sano humor.

    Y no quedé ahito. Pienso que leer tu blog no es una adicción peligrosa. Al contrario, hace bien intentar seguir los senderos nacidos de tu mente prodigiosa y creativa. Así, nos libras de ser presa de las embrutecedoras mafias faranduleras, dándonos un envión que activa y nos hace dar un mejor uso a nuestras neuronas.

    Me haces concordar con muchos sabios que dicen que la mujer siempre está al frente del progreso humano.

    Y tienes la inteligencia suficiente para hacerlo sin ufanarte de ello.

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  2. Me ha encantado la primera frase, con ese sentido del humor. Ocurrente. Igual que la presentación del médico al entrar en la clínica, como para salir corriendo... Bueno, y esas pacientes, con Josefina a la cabeza, rompiendo las normas a escondidas, como escolares que hacen cualquier cosa menos estudiar.
    Todo el cuento rezuma humor y frases ingeniosas. Se ve que estabas animada ese día.
    Creo que Betty y Josefina podrían protagonizar algunos cuentos más, en el futuro.
    Me has quitado por unos instantes algunas penas. ¡Enhorabuena!
    José

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