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viernes, 15 de junio de 2012

EL SUEÑO.

Julia tenía una pesadilla recurrente. Se veía en una cárcel, sin saber qué delito había cometido.
En vano le preguntaba a la celadora. La mujer se burlaba de ella con maldad y le decía:
-¡Ahora me vas a salir con que eres inocente! Podías ser un poco más original. ¡No hay ninguna que no jure lo mismo cuando le queda poco tiempo para ser ajusticiada!
-¿Qué dices? ¿Ajusticiada? ¡Pero si en este país no existe la pena de muerte!
-Ja ja. ¡No existía! Pero ahora cambiaron la ley, precisamente para castigar tu crimen.
-Pero ¿qué hice, por Dios? Te juro que no lo sé. No lo recuerdo.
La mujer le volvía la espalda y se alejaba por el pasillo sin responder.
Noche tras noche soñaba lo mismo. Le bastaba poner la cabeza en la almohada para verse transportada a la estrecha celda, siempre iluminada por una luz cruda que martirizaba sus ojos. ¡Cómo ansiaba tener al menos una penumbra bienhechora que le permitiera dormir!
Despertar en su cama, por las mañanas, era un alivio. Pero se levantaba sin fuerzas, extenuada por la angustia vivida durante el sueño.
Partía al trabajo y al anochecer regresaba al departamento, como una autómata.
Siempre encontraba a Muriel, leyendo en el living.
Bien pronto había dejado de fingir el duelo de las primeras semanas.
Abandonó la ropa oscura y volvió a maquillarse, haciendo resaltar sus ojos con sombras turquesa y pintando sus labios de rojo encendido.
Julia la miraba de reojo y no podía evitar reconocer que era bella. No parecía mayor ni un día desde aquel en que su papá se la presentó como su futura esposa.
Julia había corrido llorando a encerrarse en su pieza, pero alcanzó a ver el relámpago de odio que cruzó por los ojos de la que sería su madrastra.
Ella lanzó una risita como disculpándola y no pareció ofendida por el descortés recibimiento.
-¡Es sólo una niña!-exclamó- ¿Cómo condenarla porque extraña a su madre?
Al cabo de un tiempo, su padre murió sorpresivamente y en el departamento quedaron las dos, viviendo frente a frente, más enemigas que ajenas. Debatiéndose inquietas como insectos atrapados en la tela de una araña.
Ambas disimulaban con esfuerzo la atmósfera opresiva que las rodeaba.
Julia conoció a Tomás en un concierto.
Nunca esperó que se fijara en ella. Se sentía poco atractiva y no hacía nada por mejorar su apariencia. Llevaba el pelo lacio sobre los hombros y su rostro sin pintar se veía descolorido y carente de seducción.
Pero él pareció ver en ella lo que otros pasaban por alto.
Se encantó con su sencilla conversación y volvió a invitarla a salir varias veces.
-¡No sabes lo linda que eres!-le decía, acariciando sus cabellos-Los espejos de tu casa estarán empañados si no te lo saben decir.
Al final, se decidió a llevarlo al departamento. Le había contado que vivía con su madrastra y él manifestó interés en conocerla.
-Quiero saber cómo vives, para poder imaginarte, cuando estoy lejos de ti.
Julia había advertido a Muriel y ella los recibió peinada y vestida como para una fiesta.
Se había maquillado a conciencia y llevado su pelo rojizo peinado hacia atrás, haciendo resaltar los exóticos huesos de su cara.
Julia notó que Tomás hacía un movimiento de sorpresa, que dominó rápidamente.
-¡Pero ustedes parecen hermanas!-exclamó y Muriel sonrió con coquetería.
-Sí. Mi querida Julia y yo realmente podríamos ser hermanas, por lo bien que nos avenimos.
Un estremecimiento de repugnancia la sacudió, pero disimuló el rechazo que le producía la falsedad de su afirmación.
Poco tiempo pasó antes de que Tomás empezara a cambiar en su actitud con ella.
Lo notaba distante, ensimismado y era evidente que cada gesto de cariño carecía de espontaneidad.
Dejó de ir todas las tardes a buscarla a la oficina y un día, ella, sin saber cómo, empezó a sospechar.
Quizás porque Muriel también había cambiado.
Pasaba las horas ensayando peinados y probándose vestidos y cantaba en su pieza, como si una secreta alegría rebalsara de su corazón.
Una noche, Julia se sentó en el sofá del living y bajo un cojín, su mano tocó un objeto extraño. ¡Era el encendedor de Tomás!  Había estado esa tarde allí, mientras ella se encontraba ausente...
Sintió que un hierro ardiente atravesaba su pecho y no supo si era más dolor que odio, o si era solo odio hacia aquella mujer que le había arrebatado primero el cariño de su padre y luego el amor del único hombre que la había querido.
Esa noche fue la primera vez que tuvo la pesadilla.
Nunca imaginó que se repetiría una y otra vez, hasta convertirse en otra faceta de su vida. Era como llevar dos existencias paralelas y llegó a dudar de cuál era el sueño y cual la realidad.
Pensó que se volvía loca y resolvió consultar a un médico.
Al relatarle su pesadilla, él la miró con curiosidad penetrante. Pareció a punto de preguntarle algo y luego desistió.
En silencio, escribió una receta.
-Este medicamento la hará sentirse mejor durante el día y por fuerza, tranquilizará su sueño.
Aquella noche, al cerrar los ojos, se encontró de nuevo en la celda.
Entró la guardiana, llevando un vaso de agua y un frasco de gotas.
-¡Así es que la princesa está teniendo problemas para dormir! ¡Era que no, con lo sucia que tienes la conciencia! El doctor me dijo que yo te administre el medicamento, no sea cosa que quieras tomártelo todo de una vez!
Julia tragó el agua amarga que le tendía la celadora. Y supo que de ahí en adelante, ningún sueño vendría a alternarse con la inexorable pesadilla que estaba viviendo.

2 comentarios:

  1. Buen cuento
    me dejo en ascuas
    ...
    hay sueños que de ser tan repetitivos se concretan...

    lo terrible es que te señalan , te alertan ...pero com es tan complejo verse la espalda

    casi pocas veces hacemos casos a los signos de estos...

    saludos!

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  2. La mezcla de lo fantástico con lo real hace más interesante esta historia de disputas entre mujeres, que siempre dan tanto juego. Y como suele suceder, ganó la más oscura...
    ¡Que tengas buen día, Lillian!

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