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jueves, 28 de julio de 2011

NAUFRAGIOS.

José alcanzó a nado la costa sin hacer caso de los gritos de los que se ahogaban. Había aprendido hacía tiempo que en la vida, si uno mira para atrás, pierde.
El grumete lo llamó varias veces mientras se debatía entre las olas. Su cabeza rubia se hundió y emergió  en reiteradas ocasiones. Después no escuchó más sus gritos y presumió que se había ahogado.
El alcanzó la playa y se arrastró por la arena respirando con ansias. Miró hacia el mar y vio como el casco aún se alzaba en un remolino de espuma que se lo tragó rápidamente. Sólo quedó la inmensidad del mar en la cual no vio ningún otro sobreviviente. ¿Cómo pudo ser que él lograra salvarse?
Luego de descansar al sol un rato, se refugió en una choza de pescadores vacía y se tendió sobre un camastro. Antes de dormirse revisó sus documentos y su escaso dinero en la bolsa de hule que llevaba atada a la cintura. Las olas no habían podido arrebatársela.
Se durmió y soñó con su madre.
Cuando despertó era de noche y por una ventana sin vidrios vio el resplandor de las estrellas. Recordó su sueño y pensó que hacía cinco años que no sabía nada de ella. La última vez fue cuando lo visitó en la cárcel y él mismo le pidió que no volviera.
Recordó con cierto remordimiento las cosas duras que le había dicho. Ella lloraba y le preguntaba en un susurro:
-¿Por qué, mi hijito? ¿Por qué?
Con rabia le había respondido a gritos:
-¿Y qué esperaba? ¿No era mi padre un ladrón acaso? ¿No se quitó la vida por cobardía para no enfrentar a la justicia?
-De esa semilla vengo yo.  Y usted. . . . cree seguramente que no sé donde la conoció él. Tuvo suerte que se enamorara  como un idiota y la sacara de ese antro. . .
Ella se cubría el rostro con las manos, vencida por el dolor y la vergüenza.
Pero él había continuado, implacable:
-Con esa herencia, qué esperaba pues, señora.
-¿Sabe? Es mejor que no venga más por aquí si va a venir a llorarme.
Ella salió en silencio, doblada por la pena y el gendarme, antes de conducirla afuera, le lanzó a José una mirada de desprecio.
Tres años estuvo en la cárcel.
Decidió no delinquir más y buscar un trabajo. ¡Por nada del mundo volvería otra vez ahí dentro!
Viajó por mar a otros países, en barcos pesqueros o de carga. Y así fué como se encontraba a bordo del "Amelia"  cuando se produjo el naufragio. Una mala maniobra lo había lanzado contra unos arrecifes.
Cinco años sin verla. A pesar de todo, algo en su corazón lo llevaba hasta ella. Le parecía verla frente a él, llamándolo con sus ojos tristes.
¿Viviría aún donde mismo?
Deambuló una semana por la playa, sin decidirse a partir. Por fin, una tarde tomó el tren que lo llevaría al pueblo donde había pasado su infancia.
Llegó al anochecer y se acercó a la casa de su madre. Vio luz en la sala y espió por una ventana.
Ella estaba sentada en un sillón. Vestía de negro y su pelo se veía gris bajo el resplandor de la lámpara. Le dio fastidio verla acompañada de dos vecinas.
¡Viejas entrometidas! No quería que lo vieran.
Entró por la cocina y subió en silencio hasta su dormitorio.
Su cama estaba intacta, como siempre la mantenía ella. Pero no vio la botella de agua en el velador ni la ropa limpia doblada sobre la silla. ¿Habría dejado de confiar en que volvería?
Maquinalmente abrió la puerta del ropero y lo vio vacío.
¿Había regalado su ropa? ¿O la había vendido por necesidad?
Sintió rabia y frustración.  ¡Ya le reclamaría cuando se quedara sola!
Escuchó el ruido de la puerta de calle. ¡Por fin se iban!
Bajó y vio a su mamá sentada junto  a la mesa. Lloraba y no pareció verlo cuando se paró frente a ella.
-¡Mamá!-la llamó.
Pareció no oírlo. Dobló la cabeza sobre sus brazos y José notó que sostenía en su mano una fotografía. En ella aparecía él, de cinco años, sentado en su regazo.
La llamó varias veces pero ella nunca levantó la cabeza y al final vio que se había dormido.
La dejó ahí y subió la escalera. Ya le hablaría al día siguiente.
Despertó temprano y se asomó al jardín. Abajo estaba su madre, vestida de luto, cortando unas rosas blancas. Luego la vio salir y supuso que iba al cementerio.
Se vistió de prisa y corrió tras ella. La vio dirigirse a la tumba de su padre. ¡Claro! ¿A dónde más iba a ir?
Pero con sorpresa vio que al lado había una nueva lápida. Allí colocó su madre la mitad de las rosas y llorando, apoyó sobre ella sus manos ya marchitas.
Se acercó por detrás y leyó su propio nombre grabado en el mármol. La fecha de su nacimiento y la del día del naufragio del "Amelia".
Más abajo decía:
"Aquí yace mi hijito adorado. Fue la felicidad de mi vida".

4 comentarios:

  1. ¡Hola, Lilly! ¡Vaya que me ha gustado el final de este cuento! No, no es raro, a pesar de que todo lo que se va contando transmite tristeza y desapego pero con el descubrimiento del final, la historia pega un cambio completo y se queda uno con la sensación de cariño de la madre, como si lo invadiera todo.
    Enhorabuena por ese logro y gracias por compartir sus creaciones.
    Un abrazo.
    José

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  2. Este cuento es muy dramático, con mucho suspenso, pero el final deja un sabor amargo.

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  3. Amiga. Antes de que mañana me llames la atención, te hago mi comentario con cariño. La coraza de resentimiento del delincuente, está muy bien reflejada, cortar lazos con todo su pasado no hay amor parental. ¿Podrá haber hacia la sociedad toda? En algo explica la violencia de la delincuencia en Chile. Lo positivo del cuento que en el fondo de ese ser humano en la profundidad de su Alma, vibra el Amor.¡Me gustó! ACV2.

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  4. Muy trágico y penoso. Yo interpreté que él aún vivía y sufría al ver que su mamá ya había renunciado a esperarlo y no lo consideraba parte de su vida. Otra interpretación es que él murió rrealmente en el nafragio y todo lo demás es un sueño.

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