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domingo, 11 de octubre de 2020

UN DIA PARA OLVIDAR.

Eladio  despertó al amanecer y escuchó un rumor de voces que provenía del salón.
¿Quién habrá venido de visita a esta hora?- se preguntó, intrigado.
De puntillas atravesó el pasillo y miró la habitación iluminada.  Vio que estaban velando a un difunto.
El ataúd estaba abierto, pero había un grupo de gente sentada conversando alrededor, sin prestarle la menor atención.
Miró el rostro del cadaver y sorprendido, comprobó que se trataba de él mismo. 
-¡ Bah!  ¿ Como pude morirme sin darme cuenta?
Seguramente se había muerto durmiendo. Ese es el sueño de todos, pero habría preferido que no se le realizara tan pronto.
Entró decidido al salón y se acercó a su mujer, que lloraba. Tenía los ojos rojos e hinchados y gruesas lágrimas le corrían por las mejillas.
-¡ Cuanto me quería, la pobrecita!- suspiró Eladio, conmovido. Pero, al acercarse más, percibió un olor extraño. Vio que ella tenía un pedazo de cebolla escondido en el pañuelo y que era eso lo que la hacía llorar.
Más allá estaba su hija Carolina, hundida en un sillón, con la cabeza baja.
-¡ Ella sí que sufre de veras!- se consoló Eladio. Quiso estampar un beso en su frente y entonces comprobó que ella tenía el celular en las rodillas y que escribia un mensaje de texto. Era eso lo que mantenía su cabeza gacha.
En la cocina, estaba sus compañeros de oficina, tomando vino y contando chistes. Todos fomes, a fuerza de repetidos.  Comprobó que eran los mismos que él había contado en el velatorio de su cuñado, hacía unos meses.
Volvió al salón y percibió que la gente había empezado a retirarse, entre suspiros. ¡ Mi sentido pésame!- repetían- ¡ Acompañándola en su dolor!
¿ Por qué la gente será tan hipócita? -se preguntó Eladio- Seguramente sus pensamientos son otros:
-Es mejor que se haya muerto de una vez...Tenía arruinada a su familia con esos tratamientos inútiles...  
Alguno de sus amigo, el más libidinoso, miraría a su mujer con secreto deseo, anhelando decirle: ¡ Vaya pensando en rehacer su vida, Marujita!  Aquí estoy yo, para ayudarle a olvidar...
La familia se retiró a dormir y Eladio se quedó solo, velando su cadaver.
Al día siguiente, acompañó al cortejo y se sorprendió al ver que se dirigía al crematorio.
Su última voluntad había sido ser enterrado junto a sus padres...
-¿ Qué vamos a hacer con las cenizas?- escuchó que  preguntaba su hija, en voz baja.
-Cuando vayamos a veranear- respondió su mujer- aprovechamos de llevar el ánfora y las tiramos al mar.
¡ Odio el agua salada! -pensó Eladio, indignado- Y ahora me van a echar ahí, para que alimente a los peces. ¡ Ojalá que algún día se coman un pescado donde esté yo y se indigesten ,las muy ingratas!
La ceremonia terminó y los concurrentes  se dirigieron a sus autos. Eladio notó que había una limusina negra estacionada y adivinó que lo esperaba a él.
-¡ Veo que ha venido para llevarme al cielo!- exclamó complacido.
Se acomodó en los cojines y miró la nuca del chofer.
-Usted se llamará Miguel o Gabriel, me imagino. Como todos los ángeles...
El se volvió, sonriendo y sin contestarle, lo saludó quitándose la gorra. Eladio notó que dos cuernos lustrosos le adornaban la frente.
-¡ Póngase el cinturón, que vamos de bajada!
La limusina inició un descenso violento y a Eladio ya no le cupo duda de a donde se dirigían.
Ya nada lo sorprendía...¡ Había sido un día de puras decepciones!

3 comentarios:

  1. Excelente relato, Lillian. Me gusta sobre todo cómo vas planteando y resolviendo cada situación. Qué vida, no? Ni siquiera fue salvación haberse muerto.

    Abrazos y más abrazos.

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  2. Bueno, como se enseña la Verdad divina , a cada quién le toca lo que ha preparado en su vida para eso...

    Un relato que tiene su propia verdad...

    Un abrzo.

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  3. Esas notas son realidades...Te felicito

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