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domingo, 22 de enero de 2017

LA GIOCONDA EN PARIS.

Una mañana, el guardia del Louvre que recorría las galerías comprobando que todo estuviera en orden, se detuvo atónito frente al retrato de la Gioconda.
¡Ella había desaparecido!
No era que hubieran robado el cuadro, no. Estaba ahí mismo, tras la protección del cristal, pero vacío. Solo quedaban los árboles sombríos y las colinas difuminadas que  habían servido de fondo...Era ella la que había desaparecido sin explicación.
La noticia se viralizó en cuestión de minutos y cientos de personas se agolparon frente al Museo.
Se daban cuenta de que habían perdido la sonrisa más hermosa del mundo y suspiraban, consternados.
¿ Y donde estaba ella, mientras tanto?
Agobiada por la nostalgia, después de siglos de inmovilidad,  se había escapado para buscar a su creador.
Vagaba por París, que era la última ciudad donde habían estado juntos. Pero, la  encontraba tan cambiada que se asustó.
Enormes máquinas recorrían las calles rugiendo y haciendo sonar bocinas estridentes.
 Se vio empujada y zarandeada por una multitud que corría como si en ello le fuera la vida. Nadie la miraba ni se detenía a preguntarle si estaba perdida.
Cayó la noche y disminuyó el flujo de gente, pero se encendieron miles de luces que la cegaban.
-Leonardo, Maestro...¿ donde estás?- susurró en voz baja y cubriéndose la cara con las manos, se puso a llorar.
Siguió caminando sin mirar y chocó con alguien. Por un segundo, su frente entró en contacto con el pecho de un hombre.
-¿ Leonardo?- preguntó esperanzada.
Alzó la vista y vió a un hombre joven que la miraba sin entender.
-¿ Estás perdida?  ¿ Buscas a alguien?
Un automóvil que pasó zumbando envolvió a  la Gioconda en la luz de sus faros y él la reconoció.
-¡ Dios mío!  ¡ Eres tú!
Ella asintió en silencio y al ver su expresión de asombro y de admiración, sonrió entre sus lágrimas. Su sonrisa inefable, apenas esbozada, dejó al hombre hechizado.
-Gioconda ¿ qué haces aquí?  Todo el mundo te anda buscando...¿ Por qué te escapaste?
  -Vine a buscar a Leonardo. No quiero seguir viviendo sin él.
-Pero ¡ si murió hace siglos!  ¿ Acaso no lo sabes?
-¿ Y como iba a saberlo yo?  Llevo una eternidad prisionera en ese cuadro, sonriendo sin descanso mientras mi corazón lloraba...¿ Y dices que ha muerto? ¿ Qué va a ser de mí ahora?
-Vente conmigo. Está oscuro y hace mucho frío.
Se sacó su chaqueta, algo vieja y se la puso sobre los hombros.
La condujo a una pieza que arrendaba como taller. Porque era un pobre pintor que se ganaba la vida como podía, soñando siempre con el éxito y la fama.
La hizo acostarse en su cama estrecha y él se sentó en un sillón.
La Gioconda se durmió llorando y el se desveló mirándola.
Recordó de que, según la leyenda, Leonardo nunca quiso dar por terminado el cuadro, con tal de no entregárselo al marido de ella, quien se lo había encargado... 
Y pensó que seguramente era cierto lo que decían.  ¡El tampoco la habría entregado jamás !
La Gioconda se quedó en el taller y se acostumbró a sentarse a su lado en silencio, mirándolo pintar.
El quería hacerle un retrato y le suplicaba que sonriera, pero ella, entre sonrisa y sonrisa, no hacía más que suspirar.
Se notaba triste y el mágico resplandor de su cara parecía ir extinguiéndose, como la llama de una bujía.
Una noche, tratando de distraerla, él encendió el televisor.
Quiso apagarlo en seguida, cuando vio la imagen que transmitía, pero ya eras tarde. Ella había alcanzado a ver la multitud de gente agolpada a las puertas del Louvre.
- Aún se ignora el paradero de La Gioconda- decía el locutor- El cuadro más famoso del mundo está ahora vacío. La mujer cuya sonrisa misteriosa ha encantado a generaciones,  ha desaparecido sin dejar huellas.
La cámara recorrió los pasillos del Museo y se detuvo frente al lienzo que la había contenido durante siglos. Ella volvió a ver los bosques sombríos y las colinas desvaneciéndose en la bruma.
Comprendió que tenía que volver.
Al tomar la decisión, se sintió tranquila y sonrió de nuevo. El tomó los pinceles y se puso a pintarla, lleno de fiebre creadora.
No supo cuando ella salió ni la vio perderse entre las sombras.
Pero al otro día, los titulares de los diarios y las imágenes en el televisor le informaron donde estaba.
Se consoló de su ausencia dando los últimos retoques al retrato que luego lo haría famoso.
En él aparecía la Gioconda, con los brazos cruzados sobre el pecho y su misteriosa sonrisa, cuyo secreto nadie ha podido descifrar.

A su espalda, se veía París, lleno de luces y al fondo, la Torre Eiffel, clavada en el cielo, como se clava una flecha en un corazón. 


6 comentarios:

  1. Hola, acabo de dar con tu blog y me ha gustado leerte por eso me quedo siguiendo tu blog yo también tengo uno por lo que te invito a el, saludos y nos leemos ;)

    http://estoyentrepaginas.blogspot.com.es/

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  2. Mil gracias Cristina, qué bueno que me hayas contactado. En seguida trataré de entrar a tu blog.

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  3. Tus fantasias se desbordan en esa nueva narración,tus pensamientos intentan volar,de un lejano pasado a las realidades actuales

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  4. Hola Lilly.
    Muy bueno y diferente este relato, voy a dar un repaso.

    Desde mi lugar de descanso te visito, leo y agradezco, tu compañía y recuerdo.
    Un abrazo.
    Ambar

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  5. Que lindo estimada

    se siente esa magia y la belleza de lo creado
    imagínate la genialidad de un grande que aún nos da visos para seguir creando...

    espero estés muy bien!

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