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domingo, 5 de abril de 2015

TERESA.

Todo era silencio y oscuridad, desde su muerte.
Pablo se aislaba de todos. No quería que nadie lo consolara, ni  que nada lo distrajera del dolor de su repentina viudez.
Pensaba que tal vez el consuelo le habría llegado más pronto si hubiera tenido la seguridad de que ella lo había amado.
Pero, siempre la había sentido distante. Muchas veces la atormentaba con sus celos y  ella, en medio de caricias juguetonas, le decía:  ¡ Tontito!  ¡ Es absurdo que pienses eso!  Pura inseguridad  la tuya y nada más...
Se tranquilizaba momentáneamente, pero pronto volvía a atormentarlo la incertidumbre. Y esa sed, nunca saciada por completo, de llegar a poseerla más allá de su cuerpo.
Ahora, vagaba errante por la ciudad, buscando los lugares en que había estado con ella. Casi siempre terminaba la noche en algún bar.
¡ Teresa!  La llamaba sin palabras.  Su corazón estaba lleno de gritos inaudibles que repetían su nombre: ¡ Teresa! 
Una noche, en uno de tantos bares, conoció a un hombre. Estaba sentado semi borracho, dormitando frente a una botella vacía.
-¿ Me puedo sentar aquí?- le preguntó Pablo, acercándose a su mesa.
El otro asintió con un gesto, sin mirarlo siquiera.
Pablo sintió de pronto la imperiosa necesidad de confiarse al desconocido, de explayarse en su dolor, por primera vez desde que ella muriera.
Pero, antes de que alcanzara a abrir la boca, el hombre empezó a hablar en forma incontenible,  como si alguien hubiera abierto la espita que contenía el torrente de su amargura.
-No soy un borracho, no crea- le dijo, mirándolo a los ojos por primera vez- Pero, sólo embotarme con licor me ayuda. ¡ No puedo conformarme con haberla perdido!   Es cierto que sólo la tenía a medias, porque ella era casada.  Me aseguraba que me quería, pero se resistía a dejar al otro. ¡ No puedo dejarlo!- me decía- Hemos vivido tantas cosas juntos.
-Claro, yo tenía la falencia de haberla conocido tarde. La intensidad de mi pasión no iba a lograr nunca equiparar el peso de sus años pasados junto a él.
-Ni siquiera supe nunca donde vivía. Se negaba a decírmelo, no sé si por precausión o por un placer oscuro de conservar su misterio. Dos años de amor. De encuentros furtivos que para mí eran la vida y para ella, no sé...Quizás fui tan solo una aventura que la sacaba de esa rutina tediosa que se negaba a dejar...Aveces yo sospechaba que no era el único. Que era uno más de una larga lista de amantes fortuitos. 
- ¿ No habría sido mejor que la dejara?- insinuó Pablo.
-¡ Ah!  Era imposible dejar a una mujer como Teresa. Tenía algo tan cautivador y enigmático... En todo instante sentía que no podía llegar hasta ella, que me quedaba en la superficie de su piel y de sus besos...Su alma se me escapaba siempre, como un pez de plata que se resbala entre los dedos y se pierde en la profundidad del mar...Y con eso, más me empecinaba en mi pasión sin esperanzas..
Atendiendo a una seña, el mozo se acercó con una nueva botella. El borracho llenó los dos vasos y siguió hablando, sin notar la palidez en el rostro de Pablo.
-Pero fue del marido del que siempre tuve celos...Llegué a odiarlo, porque era el que tenía la prioridad y los derechos...¡Pobre tipo! Debió haberla amado como yo. Eramos dos los que sufríamos, de eso estoy seguro. Si pudiera hablarle, se lo diría...Tal vez le serviría de consuelo. 
De pronto, se interrumpió, como avergonzado.
-¡ Perdone, amigo!  Hablo demasiado... Pero ¡ si usted supiera!  Llevo meses sufriendo sin desahogarme con nadie. Pero, cuénteme...Le toca a usted ahora. Presiento que, al igual que yo, está aquí por algo. Ahogando sus penas en alcohol, como se dice vulgarmente....
- Se equivoca- contestó Pablo- No tengo nada que olvidar, ninguna pérdida que lamentar...Estoy aquí matando el tiempo, nada más. ¡ En verano las noches son tan largas!



2 comentarios:

  1. Pero no sabria que las penas bo se ahogan en ei alcohol, saben nadar

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  2. Después de todo, los celos del marido eran justificados. Teresa se llevó a la tumba muchos secretos. Tenía que haber sido una mujer muy seductora.
    Un abrazo Lily.

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