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domingo, 26 de abril de 2015

EL REGRESO.

Silvia había muerto.
Tuvo que convencerse de ello, cuando vio a Marcos y a sus padres llorando junto a su ataúd abierto.
Y se vio a sí misma yaciendo ahí, embellecida por la Muerte.
¡ Pero ella no quería morir!
Quiso rebelarse ante la traición que le había hecho la Vida. ¡ Su enfermedad había sido muy corta y  nunca perdió la esperanza de que se iba a mejorar ! 
Sintió que su alma cortaba los últimos hilos que la ataban a la tierra.
Llegó al Cielo después de atravesar un espacio azul, centelleante de estrellas.  No era la única.  Otros caminaban a su lado, en silencio, aturdidos como ella, sin poder aceptar que la Vida estaba ahora en otra parte.
Todo el tiempo, mientras caminaba, Silvia veía ante sí el rostro amado de Marcos y lágrimas muy amargas empañaban sus ojos.
Al llegar a su destino, un ángel la recibió con una sonrisa de bienvenida y ató  a sus hombros un par de alas blancas.
Pero, Silvia no hacía más que llorar. Sentada en una nube, lloraba tan copiosamente que  empezó a llover sobre la ciudad.
Transcurrió un tiempo que en la tierra fue un año y en el Cielo, sólo un suspiro de la Eternidad.
 El ángel se acercó a Silvia, compadecido.
-¿ Aún persistes en tu tristeza?  ¿ No sabes que aquí todos son felices?
- ¡Es que echo mucho de menos a mi esposo!   ¡Apenas dos años alcancé a vivir a su lado!  Mi amor ha quedado intacto. Como la miel que amenaza desbordarse de un jarro, así mi amor llena mi corazón causándome dolor. Marcos me amaba también y sé que me necesita...  ¡Déjame volver, te lo ruego!
El ángel la miró, pensativo. Sin decir palabra, desató las alas de sus hombros y se alejó sin mirar atrás.
En ese mismo instante, Silvia se encontró en una estación del Metro.
Se miró en un espejo que había en el muro y vio que estaba sana y viva otra vez.
Nada había cambiado en ella, sólo un delicado resplandor azul titilaba sobre su frente. Era polvo del Cielo que había traído adherido a su cabello  sin darse cuenta.
De inmediato se  dirigió a su casa. Corría empujada por la fuerza de su amor.
Le faltaban pocos metros para llegar,  cuando vio abrirse la puerta y salir a Marcos, de la mano de otra mujer.
Se parecía tanto a ella, que Silvia al principio creyó ver visiones.  El parecido era aún mayor porque la extraña vestía su propia ropa.
Marcos le susurraba al oído y  ella se reía, satisfecha.
Silvia se escondió tras un árbol y los vio pasar, anonadada. Un dolor caliente y salobre subió por su garganta y lloró amargamente, apoyada en el tronco.
¡ Qué poco se había demorado en reemplazarla!
Cuando la pareja se alejó, Silvia entró a la que había sido su casa. Sin sorpresa, había notado que llevaba las llaves en el bolsillo de su abrigo.
Nada había cambiado.  En el closet del dormitorio, donde aún estaba su ropa, un perfume distinto impregnaba los vestidos, volviéndolos ajenos.
Con paso lento se dirigió a la estación del Metro. Era el único lugar al que se le ocurrió ir, porque ya no sabía qué hacer con su vida recuperada.
En un banco vio a un hombre que se cubría la cara con las manos. Un suave resplandor azul refulgía entre sus cabellos.
Silvia comprendió que era otro que había vuelto a la tierra y que si lloraba, era porque había descubierto también que ya nadie lo echaba de menos.
Silvia se sentó a su lado y puso una mano sobre su hombro.
En ese momento, el hombre levantó la cabeza y ambos vieron a un anciano que se acercaba, arrastrando los pies. El también tenía polvo azul  en sus cabellos blancos.
-¿ A ti también te fue mal ?- le preguntó Silvia con tristeza.
El anciano se dejó caer en el banco y suspiró:
-¡ Qué poco les cuesta olvidarnos!  Somos nosotros y no ellos los que sufrimos la ausencia...
Los tres se miraron, agobiados por su fracaso.
-¿ Qué vamos a hacer?  ¿ Creen que el ángel nos acepte de nuevo?
-Para eso, tenemos que volver a morir...
Dejaron la estación y se encaminaron al río. El agua corría turbulenta.
Se tomaron de las manos y se hundieron en la corriente. Las olas los atraparon en un abrazo frío y los sumergieron con rapidez.

Por un instante, sobre la superficie flotó el cabello de Silvia, impreganado de una suave luz azul.  Luego desapareció.    


3 comentarios:

  1. La verdadera muerte es el olvido. Es el paso del tiempo y sentir que todo nunca sucedió o fue extraviado.
    Abrazos Lily.

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  2. no pienso en la muerte
    me llena de pena
    tu texto hermoso

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  3. no pienso en la muerte
    me llena de pena
    tu texto hermoso

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