Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 8 de octubre de 2012

UN ANGEL EN LIMOUSINA.

Me había ido mal en la prueba de admisión a la Universidad y decidí prepararme a conciencia para volver a darla al año siguiente.
Para eso, necesitaba inscribirme en un curso pre-universitario. Pero ¿cómo pagarlo?
No quería cargar a mi papá con un gasto adicional, con todos los que ya tenía, el pobre.
Caminaba encorvado mirando el suelo, como esperando encontrar alguna billetera extraviada. O como si llevara amarrada a la espalda, una enorme caja de fondos...En el caso de él, vacía.
Así es que decidí trabajar.
Como no podía pagar internet, le pedí a la vecina el diario del Domingo y busqué en la sección "Empleos se ofrecen".
Encontré uno bien curioso y divertido. Al menos, así me lo pareció.
Decía: "Se necesita señorita educada para acompañar a señora auto valente."
Lo de "auto valente" lo interpreté como " vieja, requete contra vieja, pero que puede ir sola al baño  todavía."
Así es que llamé y me dieron hora para una entrevista.
Me abrió la puerta una mujer de grandes dimensiones, que me hizo pensar en la extinción de los dinosaurios.
Este sobrevivió-pensé.
En una oficina, me esperaba el hijo de la " autovalente"  en cuestión.
Se presentó como Don Emiliano Urmeneta Larraín.
Era harto viejo también, así es que saqué pesimistas conclusiones con respecto al trabajo que me esperaba.
El caballero resultó ser bastante snob.  Sólo hablaba de apellidos rimbombantes y al ver el mío en el currículum, hizo un leve respingo despectivo.
Pero, me contrató.
Fui conducida a la habitación de la señora Nieves, que era una ancianita frágil, vestida elegantemente de negro y maquillada como para ir a un casting.
La pintura roja furiosa de su boca hacía juego con la de sus uñas y contrastaba violentamente con la capa de polvos blancos  con que se había estucado la cara.   
La habrían contratado sin vacilación en la serial de los "Walking deads".
-¿Quién es esta niña?- preguntó con desconfianza.
-Una señorita que viene a acompañarte, mami - le respondió el snob en tono condescendiente.
La viejita me escrutó unos segundos (treinta, para ser exactos) y parece que le caí bien, porque me indicó una silla al lado de su cama.
Cuando quedamos solas me dijo:
-El viejo arribista de mi hijo y la Uberlinda me la tienen jurada. En cualquier descuido me sacan de aquí y me llevan a un Hogar de ancianos. Pero, yo soy la dueña de la plata, así es que por el momento no se atreven...Tú me protegerás de ellos ¿verdad?
Supe que Uberlinda era el Tiranosaurio Rex que me había recibido en la puerta.
Pensé que si el día del bautizo sus papás hubieran podido proyectarse hacia el futuro, no le habrían puesto ese nombre. Uberfea le quedaba mejor.
Tenía una boca enorme y unos ojos saltones de párpados gruesos que me hacían pensar en un sapo croando bajo la luna.
Era preguntona y chismosa y se veía que le tenía odio a la señora Nieves.
 A mí, la anciana me caía cada día mejor, en la medida en que se me atragantaban los otros...
Claro que ella se divertía sacándolos de quicio y adrede se hacía pipí en el corredor, antes de llegar al baño, cuando ellos estaban presentes.
En cambio, a solas conmigo nunca hacía esas gracias.
Uberlinda era una especie de ama de llaves-secretaria y se notaba que idolatraba a Don Emiliano.
Le hacía pucheritos y carantoñas y mi mente suspicaz concibió la sospecha de que su propósito era conquistar el corazón del viejo.
Un día, la señora Nieves me comentó:
-Hace lo que puede, la muy pérfida, para congraciarse con mi hijo. Si le resultan sus artimañas, lo primero que hará será sacarme de aquí.
-Pero, señora Nieves ¿cómo un caballero tan distinguido como don Emiliano podría hacerle caso a una mujer así?
-¡Ay, mi niña! ¡Todo es posible! Mi pobre hijo nunca se ha casado y creo que siente que lo va dejando el tren...
Pensé, para mis adentros, que el tren se le había pasado hacía rato. Ya iba como diez estaciones más allá, mientras el pobre hombre se momificaba en el andén.
Bueno, pero no les he contado en qué consistían mis deberes.
Cuando llegaba en las mañanas, ella me esperaba vestida y maquillada, así es que no había modo de corregir el estropicio que se hacía en la cara.
Si había sol, la llevaba a caminar hasta la plaza cercana. Si llovía, nos quedábamos en su habitación, al lado de la estufa, y ella me pedía que le leyera una novela.
Menos mal que no le gustaban ni la Isabel Allende ni la Barbara Wood. ¡No!  Ella era más exigente en literatura y debo reconocer que me cultivé a su lado.
El día se pasaba rápido.
Después de almuerzo, ella dormía la siesta y yo me iba a la cocina a tomar café  y a entretenerme viendo televisión.
A Uberlinda le fascinaban las teleseries y tuve que descender de mi Olimpo intelectual y reconocer que eran harto entretenidas...
A las cinco, tomaba el té con la señora Nieves y me retiraba después de ayudarla a acostarse. Eso era todo.
Noté que se vestía siempre de negro, y pensé que lo hacía para hacer resaltar el brillo iridiscente del collar de perlas que nunca se quitaba.
Esa joya era su mayor tesoro, una reliquia de familia que venía desde los tiempos de la Colonia.
Al menos, eso me dijo ella, mientras acariciaba una a una las perlas con sus manitos arrugadas en las que resaltaban patéticamente las uñas color granate.
A veces, se ponía pensativa y me hablaba de la Muerte.
-No tengo miedo-me decía- Porque sé que El Señor me va a mandar una limousina para que me lleve al Paraíso. Un día, escucharé el sonido del claxon, me asomaré a la ventana y ahí estará mi trasporte esperándome. Sabré que ha llegado la hora de partir...
En Junio me resfrié y falté una semana. No tanto por lo mal que me sentía sino por temor de contagiar a la señora Nieves. Sabía que a esa edad es fácil coger una pulmonía.
Volví un Martes, me acuerdo bien.
Estaba lloviendo y toqué el timbre varias veces, sin que nadie viniera a abrir.
No me extrañó, porque sabía que Uberlinda disfrutaba en dejarme afuera cuando hacía mal tiempo.
Al fin, la puerta se abrió y apareció ella. Quise entrar, pero me detuvo, perentoria.
-No hace falta. Ya no necesitamos sus servicios.
-¿Qué dice?- le pregunté incrédula.
-La señora se murió el Sábado, así es que aquí tiene lo que se le adeuda. Y retírese, por favor - me respondió brutalmente, alargándome un sobre.
Cerró la puerta en mi cara y yo me quedé ahí, atónita y sin habla.
Pero antes del portazo, tuve la certeza ineludible de haber visto el collar de perlas de la señora Nieves brillando sobre el pecho de Uberlinda.
Sentí un frío intenso y no supe si venía de afuera, del viento helado que soplaba entre los árboles o desde adentro de mi corazón.
Me fui caminando muy despacio, arrebujada en mi abrigo, sin saber qué hacer con mi tristeza.
Pero, luego sonreí al recordar lo que la señora Nieves me decía de la Muerte.
Cerré los ojos  y creí escuchar el melodioso sonido de un claxon.
 Imaginé que una limousina azul descendía suavemente por entre las nubes.
Al tocar tierra, se bajó un ángel con gorra de chofer y con una reverencia, le abrió la portezuela a la señora Nieves.
 Antes de subir con suprema elegancia, ella me hizo un gesto de adiós con su mano.
La limousina empezó a elevarse y ya tocaba las nubes, cuando vi que me arrojaba algo por la ventanilla.
¡Era su collar!
Pero el hilo se cortó y las perlas se esparcieron por el aire y empezaron a caer suavemente, como pétalos blancos.
Abrí los ojos y seguí viendo los pétalos depositarse en las ramas de los árboles y en mi pelo.
¡Era nieve que caía en la mañana invernal!
  


2 comentarios:

  1. Dice María:
    ¡Qué simpático este cuento!
    En el Verano tuve la oportunidad de leer varios cuentos suyos y el que quedó en mi memoria, por lo bonito y por lo triste fué "El maniquí".

    ResponderEliminar
  2. Debe ser triste estar a las puertas de la muerte y ver que sólo te quieren por el dinero. Pero bueno, mejor eso que no tener dinero y llevar una vida de perros, como le sucede a la mayoría.
    Haciendo una gracia, ¡vaya que hasta después de la muerte tienen los ricos privilegios... ángeles con limousina! jaja
    Bonita la imagen de las perlas convertidas en nieve del final.
    Saludos, Lillian.

    ResponderEliminar