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viernes, 5 de octubre de 2012

LUCES EN LA VENTANA.

Hacía cinco años que Juan había partido.
Quería conocer otros países, vivir mil aventuras. Aprovechar su juventud recorriendo los mares. Hervía de proyectos arriesgados y de unas ansias muy grandes de abrir sus alas y echarse a volar.
-¿Y en qué te ganarás la vida?-le preguntó su madre.
-¡No te preocupes, mamá! Trabajaré en lo que sea. De estibador en los muelles, de grumete en los barcos...¡Cualquier oficio que me permita costearme el viaje!
Sus padres lo miraron preocupados, pero al verlo tan lleno de entusiasmo, prefirieron no objetar nada.
A solas, su madre lloró.
-¡No te aflijas, Blanca!- la consoló el padre-Pronto se cansará de andar por ahí, pasando penurias. Calmará su espíritu aventurero con dos o tres viajes y luego volverá. Tratar de sujetarlo sería como querer aprisionar el viento.  ¡Ya sentará cabeza!  Y no  olvides que el corazón lo deja aquí.
Era cierto. Todos sabían que Juan amaba a Clara.
-¡Brisa de las praderas! ¡Mañanita clara de mi corazón!
Así le decía él, cuando la tenía entre sus brazos.
Y ella lo miraba confiada, con sus grandes ojos verdes que le hablaban sin disimulo de la fuerza de su amor.
-El mar me recordará  tus ojos. No dejaré de pensar en ti ni un sólo instante. ¡Espérame, Clarita, tú sabes que volveré por ti!
Ella se lo prometió llorando.
 Sonreía entre sus lágrimas, para no perturbar el entusiasmo de su novio.
Y su corazón adolescente le aseguraba que lo iba a esperar...
Pero pasaron cinco años.
Al principio, Juan les mandaba postales de lugares exóticos. Con el tiempo, dejaron de llegar.
Loa ojos de su madre se anegaban de lágrimas al ver pasar de largo al cartero frente a su puerta. Y al final, dejó también de esperar.
Pero tal como su padre lo vaticinara,  Juan se cansó de su vida errante.
Sentía que desde lejos, su hogar lo llamaba. Y al mirar el mar, creía ver los ojos de Clara, recordándole sus promesas de amor.
Le escribió a sus padres avisándoles que volvía.
Les decía que ya había visto suficiente mundo y que ansiaba regresar, para abrazarlos de nuevo.
-¡Díganle a Clarita que vuelvo, queriéndola tanto como la quería al partir!
Semanas después, logró por fin pisar la tierra de su país y ansioso, se trasladó a la ciudad en la que había nacido.
Era de noche cuando llegó a su antiguo barrio.
Miró de lejos su casa y vio luces encendidas en las ventanas del salón.
Se acercó un poco más y a sus oídos llegó música. A través de los visillos, vio parejas que pasaban bailando.
-¡Hay una fiesta!- pensó-¿Será mi bienvenida?  ¿La habrán organizado para celebrar mi llegada?
Emocionado, se precipitó a tocar el timbre. Su pié se enredó en el felpudo de la entrada y sin querer lo levantó con la punta del zapato.
Debajo vio la carta que les había escrito, avisando que volvía.  Aún estaba sin abrir.
Había quedado oculta bajo el felpudo y nadie había reparado en ella.
Entonces ¿qué celebraban?
Cuando le abrieron la puerta, lo supo.
Era la fiesta de bodas de su hermano menor, que se casaba con Clara.

1 comentario:

  1. Buena estocada para el aventurero. No se puede uno olvidar de la gente y esperar que luego todo permanezca como antes. Salvo en determinados casos de amor eterno...
    Saludos, Lillian.

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