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viernes, 5 de octubre de 2012

LOS DEDOS DE LA LLUVIA.

La lluvia llegó cuando estaba anocheciendo.
Golpeó muy suavemente en mi ventana y me invitó a salir.
No quise tomar un paraguas, para no ofenderla. ¿No creen que habría sido descortés de mi parte?
Me esperó junto a la puerta y al verme salir tal como andaba en la casa, sin un sombrero siquiera, me mojó el pelo y se rió con la risa que ustedes le conocen. Esa que suena como campanitas de vidrio o como las notas de un piano que alguien toca a lo lejos.
A mí, la lluvia me encanta. Es como una novia furtiva que tengo en secreto, escondida por ahí, y que llega de improviso.
Me anuncia su presencia con el suave toque de sus dedos en el cristal de mi ventana.
Y salgo como un loco a encontrarla. Enamorado perdido de su caminar leve, de su cintura grácil y de su cara traviesa que juega a esconderse y a dejarse ver, tras el velo de sus cabellos de agua.
-¡Está lloviendo en plena Primavera!- escuchamos la voz quejosa de alguien que pasó a nuestro lado.
Nos reímos despacio y ella me susurró al oído:
-¡No quería partir sin despedirme!
Y sentí en mis labios una fugaz caricia helada, que me dejó insatisfecho.
¡Es una lluvia-niña que no sabe besar!
Quise retenerla, pero se escapó de mis brazos y la vi perderse entre los árboles.
A  medida que los dedos de la lluvia las rozaban, las míseras ramas desnudas se enjoyaban de diamantes.


1 comentario:

  1. ¡Qué bien te ha quedado este escrito, Lillian! Enhorabuena. Andabas inspirada.
    ¡Que vengan muchas lluvias como ésta!

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