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domingo, 23 de octubre de 2016

NAUA.

Una mañana, muy temprano, cuando los rayos del sol calentaban apenas, a Julio le dieron ganas de ir a nadar.
La playa estaba desierta. Las olas morían en la arena con suave rumor y en alta mar, el agua resplandecía como un cofre de esmeraldas vaciado por las manos de Dios.
Se adentró un poco en la corriente, tiritando de frío,  pero se sintió vivificado y bien despierto.
Notó que no estaba solo. Una mujer nadaba más allá de  unas rocas y el rítmico movimiento de sus brazos la iba acercando a él.
Cuando estuvo a su lado, le sonrió con espontaneidad y Julio se animó a saludarla.
-¿ También madrugaste? - le preguntó.
Ella se rió sin responder y nadó mar adentro. Julio la siguió, impactado por su belleza.
Tenía la piel de un blanco nacarado, como si nunca se expusiera a los rayos del sol y su pelo,  rubio pálido, se esparcía sobre el agua, semejante a  un manojo de algas.
Nadaron largo rato sin hablar. Cuando Julio le preguntó su nombre, ella dijo llamarse Naua.
-¡ Qué extraño nombre! -comentó Julio- Parece el de una princesa de cuento de hadas.
Por la posición del sol, notó que se había hecho tarde.
-¡ Debo irme!  Me esperan en la oficina. ¿ Vendrás a nadar mañana?
Ella asintió y se recostó lánguidamente contra una roca en la cual reposaba una bandada de gaviotas. Ninguna se alarmó con la cercanía de Naua.
-¡ Parece que te conocen!- exclamó Julio- ¿ O será que tienes algún poder especial?
Apesadumbrado por tener que dejarla, nadó hasta la orilla. Ella no hizo ademán de seguirlo.
Al día siguiente despertó al alba, impaciente por verla otra vez.
De lejos la divisó tendida en la playa. Tenía la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados y había cubierto el resto de su cuerpo con arena.
-¡ Cúbrete tú también! - le sugirió al verlo- ¡La arena está tibia y deliciosa!
Julio la obedeció y se tendió a su lado.
Hablaron poco. La mayor parte del tiempo permanecieron con los ojos cerrados, disfrutando de los rayos del sol.
Naua no parecía muy deseosa de hablar de sí misma. Sólo le dijo que vivía cerca de ahí y que en  las mañanas iba a nadar a la misma playa.
Cuando Julio se despidió para ir a su trabajo, ella no se movió de su posición sobre la arena.
Empezaron a verse todos los días.
Julio se sentía enamorado. Más bien hechizado.
Deseaba saber más de su vida, pero ella se mostraba siempre reservada. Muchas veces, se reía sin contestar a sus preguntas y nadaba lejos de él, rehuyéndolo.
Un día, julio no resistió más la fuerza de su pasión y le dijo que la amaba.
Trató de abrazarla, pero ella se escurrió como un pez y se sumergió, no dejándose ver por un minuto o dos.
Cuando emergió, se veía seria y triste.
-¡ No puede ser, Julio! Lo lamento. Es mejor que te vayas ahora...Déjame  sola, por favor.
Julio, herido y humillado por su rechazo, se apartó de ella y nadó hacia la orilla.
Desde lejos, la vio recostada en la misma roca llena de gaviotas, que parecían acariciarla con sus alas.
Ese día, no pudo trabajar. La veía en todo momento frente a él, jugando en las olas y riendo, con sus labios rojos como el coral.
Al atardecer, lleno de melancolía, dejó que sus pasos lo llevaran hasta la playa.
El sol iba descendiendo entre arreboles y parecía ansioso por sumergirse en el mar.
Desde lejos vio a Naua sentada sobre la roca.
Los rayos dorados envolvían su cuerpo, que él veía entero por primera vez. Entonces pudo comprobar lo que hacía tiempo había adivinado.
Sus piernas estaban cubiertas por una especie de apretada túnica de escamas plateadas y su pies eran dos aletas.
Desde el borde de la arena, donde moría la espuma, la llamó angustiado:
-¡ Naua!
Ella lo miró y una sonrisa misteriosa jugueteó en sus labios. A Julio le pareció que había un dejo de crueldad en ese gesto de su boca.
De pronto,  empezó a cantar.
Su canto se elevó por sobre el estruendo de las olas y era el sonido más maravilloso que Julio había escuchado jamás.
Pensó que era la voz de un ángel  o de una diosa de los abismos, porque ningún ser humano podría cantar así.
Su corazón latía muy despacio y se sentía débil, como si su cuerpo desfalleciera de amor.
El canto de Naua era un hilo dorado que lo iba envolviendo y lo amarraba, reteniéndolo en el borde del mar.
De pronto, sin dejar de cantar, ella abrió los brazos, como ansiosa de recibirlo en ellos.
El hilo dorado pareció tirar de él y sin vacilar, se arrojó de cabeza entre las olas.
Nadó largo rato, con los ojos fijos en la roca donde estaba ella. Pero le parecía que la veía cada vez más lejos y sus piernas, acalambradas , se negaba a seguir moviéndose.

Una ola lo sumergió y no tuvo fuerzas para salir a flote. Cerró los ojos y se dejó llevar por la fuerza que lo arrastraba hacia las profundidades.    


7 comentarios:

  1. Me gustó este cuento de sirena...

    esa magia que hace que ese misterio nunca muera...
    de hecho he escuchado historias en el campo, donde dicen que también han visto sirenas de río...
    y otras cosas mágicas...

    Lo malo es que el pobre amante es siempre el que pierde...o gana ...
    no se, todo depende de como se mire...

    abrazos amiga.

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  2. Amiga escritora,tus historias son nignas de editar en un libro de cuentos,es la que más me gusta
    Te felicito por tu originalidad
    Un fuerte abrazo


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  3. No debemos de olvidar que todos formamos parte de ese conjunto

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  4. Querido Juan, no entendí tu comentario. ¿ De qué conjunto somos todos parte? ¿ Del conjunto de idiotas que se enamoran de sirenas? jaja

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  5. Amiga escritora,celebro te gusten las músicas de España,
    el color de las castañuelas,no es muy normal,estas la compre en un comercio chino,las queria usar para mis fotografias
    Un fuerte abrazo

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  6. Tu pasión son las letras,pero todavia queda dentro de tu personalidad,ese romatisismo que posee la pubertad.
    Cuando esas tierra pertenecian a España,creo que los españoles dejaron parte de sus genes.

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  7. Nuevamente tu comentário a esa fotografia,salieron de tus sentimiemtos de poeta

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