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domingo, 13 de diciembre de 2015

SE LLAMABA JUVENCIO.

Mario no dormía bien desde hacía dos años...Había causado la muerte de alguien. Mejor dicho, había cometido un asesinato del que nadie había sido testigo.
Nunca había hablado de eso. ¿ Cómo poner en palabras semejante horror?
Fue una noche en que manejaba ebrio por una calle desierta. No respetó la luz roja ni pudo esquivar a un transeúnte que cruzaba la esquina. El volante se le escapó de las manos y lanzó el auto de lleno contra su cuerpo.
El impacto lo sacó de su embotamiento y se bajó a mirar el bulto informe que yacía tirado en un charco. Un terrible estertor se escapaba de su pecho. ¡ Estaba vivo!
En lugar de auxiliarlo, corrió despavorido hacia su auto y escapó. Tuvo tiempo de comprobar que la calle estaba desierta. ¡ Nadie había presenciado el accidente!
Dos días después apareció en el diario una noticia breve. Habían encontrado a un hombre  muerto en la calle. Seguramente atropellado por alguien que escapó. La policía no tenía pistas. El muerto tenía veinticinco años y se llamaba Juvencio...
 Se llamaba Juvencio...¡ Qué extraño nombre!  Como para nunca poder olvidarlo....
En un pueblo vecino hizo desabollar el tapabarro. Nadie le hizo preguntas.
Pero, desde entonces, dormía a saltos.
Muchas noches, se veía de nuevo en esa calle desierta. El herido se arrastraba gimiendo y lo cogía de las piernas, impidiéndole huir.
Despertaba gritando, bañado en un sudor helado y ya no podía volver a conciliar el sueño.
Pero, ahora a su insomnio se agregaba otra inquietud. Mariana.
La había conocido hacía cosa de dos meses y cada vez le gustaba más.
La había invitado al cine, a comer, a  conciertos...Ella siempre se portaba simpática y se notaba que se esmeraba en sostener con él una conversación agradable. Pero, había algo...Una barrera que Mario sentía que no podía atravesar.
Una muralla invisible parecía rodearla. Se le antojaba una de esas antiguas figuras de porcelana protegidas bajo una campana de cristal.
Una tarde, en el café, Mario tomó su mano a través de la mesa. Ella la retiró bruscamente y luego lo miró con una dulce sonrisa, como disculpándose. Pero a Mario se le hizo evidente que ella no soportaba su contacto.
Decepcionado, pensó no invitarla más. Esa noche se desveló como nunca y al día siguiente, a primera hora ya estaba llamándola.
Un día no pudo sofocar más el deseo de abrazarla y la tomó por la cintura. Ella hizo un visible esfuerzo para permanecer inmóvil contra su pecho, pero luego se soltó con suavidad.
-¿ Qué pasa, Mariana?  ¿ Tanto te disgusto?- le reprochó con fastidio.
-Perdóname, Mario. No puedo evitarlo...Tú me gustas mucho. Pero hay alguien a quién amo...y a quién no puedo olvidar.
-¿ Por qué no me dijiste que salías con otro?
-Porque no salgo con nadie...El está muerto.
-¿ Qué dices?
-Que él murió. Hace dos años... En realidad no murió. ¡ Lo mataron!
-No te entiendo, Mariana.  Mientes...
-¡ No!  Es verdad. Alguien lo atropelló y lo dejó desangrándose en la cuneta. Tenía apenas veinticinco años....¡ Si ese miserable se hubiera detenido a auxiliarlo en lugar de escapar, ahora Juvencio estaría vivo...!
Mientras la escuchaba, Mario sentía que un frío glacial se apoderaba de su cuerpo. Le zumbaban los oídos y empezó a temblar ostensiblemente.
Mariana dejó de hablar y lo miró consternada.
-¿ Qué te pasa? ¿ Tanto te impresiona mi historia?
Luego, pareció comprender y una palidez terrosa se extendió por su rostro haciendo que sus ojos oscuros se vieran hundidos dentro de sus órbitas.
El cayó de rodillas y se aferró a sus piernas, llorando.
-¡ Perdóname!  No sabes cómo he sufrido desde entonces... ¡ Perdóname, por Dios!
Ella lo empujó hacia atrás y lo miró con odio.
-¡ Nunca!  Al matarlo a él me mataste a mí también...Destruiste dos vidas. ¡ Tienes que pagar por eso!
Se alejó corriendo, sacudida por los sollozos.
Mirándola alejarse, Mario permaneció de rodillas, sin darse cuenta. Luego volvió en sí y tuvo conciencia de lo ridículo de su postura.
Se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones.
Aunque el odio que había visto en los ojos de Mariana era como un dardo clavado en su corazón, se sentía aliviado.
Una extraña calma, una serenidad que ya no recordaba haber sentido nunca, se fue apoderando de su espíritu. ¡ Por fin se había desahogado!  El peso de su culpa pareció alivianarse.
Con paso tranquilo se dirigió a su casa.
Esa misma noche, llegó la policía a detenerlo y él no hizo ningún intento de resistirse.
Mariana se lo había dicho. Tenía que pagar. 



4 comentarios:

  1. Dedicado a los miserables sin corazón, que por cobardía o temor no prestan ayuda...
    Abrazos Lily querida.

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  2. Comento antes de leerte, pues aun no está arreglado del todo y el ordenador no me deje.
    Ahora voy a leerte.

    manolo
    .

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  3. Triste relato...por ambas partes
    al menos el hombre comprende que debe pagar frente a la sociedad
    aunque de una vida...ese saldo jamás se paga si es de esa manera tan brutal...por la irresponsabilidad de quien conduce
    algo muy fuerte en estos días que se avecinan y a pesar de todas las advertencias muchos cometerán los mismos errores...

    es grato siempre leerte amiga.
    abrazos!

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    Para ti en esta Navidad y próximo año entrante
    deseo que la felicidad se haga presente en tu casa
    tengas juntos a los tuyos, mucha paz, amor y esperanza
    sean bendecida siempre!!

    ¡¡Muchas felicidades!!
    Meulen/2015

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