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domingo, 29 de marzo de 2015

UN EXTRAÑO EN EL PARAÍSO.

Miguel había muerto en un día de lluvia,  atropellado por un bus del trans Santiago.
Por un momento, lo atravesó un violento dolor y sintió que sus huesos crujían y se deshacían como hojas secas pisoteadas en la vereda.
Lo último que vio fue un círculo de curiosos inclinados sobre él, ansiosos de ser ellos los que captaran su último suspiro. Uno fue más audaz y le sacó una foto con su teléfono celular. ¡Ahora tendría algo truculento que mostrar al llegar a la oficina!
Miguel cerró los ojos y escuchó el lejano ulular de la sirena de una ambulancia.
Después lo envolvió una claridad suave, como preludio del amanecer y se encontró en una larga fila de gente que esperaba algo.
Pensó, entusiasmado, que después de todo no había muerto y que estaba haciendo cola para tomar el bus.
Pero la gente se movía rápido y pronto se encontró frente a un mesón, donde un viejecito de barba blanca le entregó una cartulina azul. Era un tiket de entrada al Cielo.
Al atravesar una ancha puerta dorada, un ángel le dio un par de alas flamantes y con gentileza se las sujetó sobre los omóplatos.
Ahí ya no le quedaron dudas. Estaba definitivamente muerto y la vida en la tierra había quedado vedada para él.
Le pareció muy injusto. ¡ Era demasiado joven para morir!  Ni siquiera había alcanzado a enamorarse....Y ahí en el Cielo eso estaba descartado.  Todos llevaban túnicas, todos tenían alas y era imposible distinguir quién era hombre y quién mujer.  Y Miguel no estaba dispuesto a llevarse un chasco.
En cuanto a los ángeles ¡ ni hablar!  Son muy hermosos, pero de sobra se sabe que carecen de sexo.  Basta ver los cuadros religiosos de los museos. Cuando aparecen angelitos desnudos, una nube rosada les cubre esa parte, y no porque haya algo que ocultar sino precisamente porque ahí no hay nada...
En resumen, Miguel se sentía traicionado por esa muerte prematura y decidió volver a la tierra a como diera lugar.
Una tarde de Sábado en que se relajó la vigilancia porque los ángeles guardianes estaban viendo un partido de fútbol en televisión, Miguel fue bajando de nube en nube y volando trechos cortos para disimular y sin saber cómo, se encontró otra vez en la Tierra.
Era Primavera y el perfume de las flores le arrebató el corazón.
Del patio trasero de una casa robó un pantalón y una camisa que colgaban todavía húmedos. Rápidamente se despojó de la túnica y escondió las alas en un matorral.
Vestido como cuando estaba vivo, caminó confiado en dirección a una plaza.
Antes de cruzar la calle, miró para ambos lados con precaución, no fuera cosa que apareciera otro bus, dispuesto a matarlo de nuevo.
De lejos divisó a una niña muy linda que leía sentada en un banco.
Decidió acercarse y hablarle. Sentía que estaba usando un tiempo prestado y que debía apresurarse.
Miguel llevaba el pelo empapado porque había muerto en un día de lluvia y la ropa que se había robado en el tendedero de un patio,tenía olor a humedad.
-¿ De donde vienes, así tan mojado?- le preguntó la niña, pero sus ojos le decían que mojado o seco, le gustaba igual.
-Me pilló un aguacero súbito, por allá-  Miguel señaló vagamente unos nubarrones que se veían en lontananza.
 Ella sacó un pañuelito de papel y le secó la frente. De más está decir que se enamoraron.
Pero Miguel estaba inquieto. Suponía que ya en el Cielo habrían descubierto su fuga y no tardarían en llegar a buscarlo.
Días después, notó que dos hombres altos lo seguían desde cerca. Tenían sospechosas jorobas que no podían ser otra cosa que alas cubiertas por sus chaquetas.  Por el borde de su sombrero escapaban destellos dorados, seguramente de las aureolas que llevaban ocultas.
Era evidente que pertenecían a  la C.I.C, la Central de inteligencia del Cielo y que era cuestión de tiempo que lo detuvieran y se lo llevaran.
Cuando Miguel se sentaba al lado de su amada, ellos se sentaban en el banco contiguo y lo miraban fijamente.
Pero al paso de los días, su entrecejo se fue suavizando y sus miradas dulcificándose. La Primavera también obraba su influjo en ellos y seguramente habían decidido concederle un poco más de tiempo.
Pero ese tiempo regalado transcurrió inexorablemente y una tarde, Miguel vio que los dos ángeles lo esperaban junto a unos pinares.
En silencio, se dirigió con ellos al matorral donde había escondido la túnica y las alas. Notó que los pájaros le habían estado arrancando las plumas para hacer sus nidos y se veían bastante maltrechas.
Las sujetó en su espalda y emprendió el vuelo al lado de sus captores.
No iba tan triste. Después de todo, había conocido el Amor y le había gustado mucho.

¡ Sería un recuerdo delicioso que conservaría por toda la Eternidad!


1 comentario:

  1. muy romántico tu relato Lilian
    después de todo das esa esperanza que a pesar de todo+Dios si nos concede la fortuna de conocer el amor

    un abrazo!

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