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jueves, 5 de febrero de 2015

UNA NOCHE AGITADA.

Al cabo de dos meses de no pagar la pensión, a Lola la echaron a la calle.
Había perdido su empleo de garzona y como el consumo general del país había disminuido, no pudo encontrar vacante en ningún restoran.
Por el contrario, vio filas de cesantes disputándose remotas posibilidades, que al final terminaban en cero.
Cargada con su mochila, que no contenía mucho más de dos mudas de ropa y otro par de pantalones, se echó a andar por la calle y terminó en el cementerio.
Vio que podía quedarse escondida entre las tumbas, sin ser detectada por los vigilantes.
Al caer la tarde, se cerraron las rejas y un silencio apaciguador cayó sobre el campo santo.
Salió la luna y rodó como una moneda de oro sobre las puntas de los cipreses. Esa noche, Lola durmió en un nicho vacío.
Despertó contenta. Vio que tenía agua en abundancia para lavarse y que en general, era un lugar apacible y sin peligro.
 En resumen, no había un lugar más ideal para vivir que el cementerio.
Un amigo le prestó una frazada cuando ella le contó que estaba durmiendo en el terminal de buses. No quiso decirle la verdad para no tener que aguantar bromas de mal gusto o historias de aparecidos.
Envuelta en su frazada, dormía plácidamente sobre una tumba. Su compañero de cama, como lo llamaba ella, era  Crisóstomo Pérez, un pobre muchacho que había muerto a la temprana edad de veinticinco años.
Lola se condolía de su triste destino y le hablaba a media voz, para reconfortarlo.
Nunca supo si lo había conseguido.
Una noche plácida, igual a  otras tantas, la despertó la voz de un hombre que gemía y sollozaba como si se le fuera a partir el alma.
Vio la luz de una linterna que se movía en el interior de un mausoleo que hasta esa noche había estado cerrado con llave.
Cautelosa, se acercó hasta poder mirar al interior.
Allí vio a un hombre de rodillas, abrazado a un ataúd que se veía flamante, como recién traído.
Con la cabeza apoyada en un costado del féretro, el tipo gemía roncamente:
-¡Zoraida, mi amor !   ¿ Por qué me dejaste?  La vida sin ti es un infierno...Sufro tanto que preferiría morir para quedarme aquí a tu lado....¡Ay!  ¡Ay!  ¡No quiero vivir sin ti!
Y así, por el estilo, sin escatimar ni  en hipos ni moquilleos.
Estaba tan absorto en su llanto que no notó que la tapa del ataúd empezaba a deslizarse lentamente.  Una mano pálida, casi pura piel y huesos, la empujaba con dificultad.
Lola sintió que se le ablandaban las rodillas de espanto, pero siguió mirando la escena, fascinada.
La mano tanteó en el aire y agarró de los pelos al doliente. No contenta con eso, lo empujó lejos del ataúd, haciéndolo caer de espaldas.
La figura lívida y cadavérica de una mujer apareció en el hueco que dejara la  tapa y se irguió   hasta quedar sentada en el interior del féretro.
Desde ahí, lo increpó colérica:
-¡ Cállate, mentiroso !  ¡ Traidor!  ¿ Crees que no sé que me fuiste infiel hasta el mismo día de mi muerte?  Tu cinismo llegó a tanto que invitaste a tu amante a mi sepelio....¡ Maldito!   Y ahora vienes a fingirme amor, de puro miedo que te vaya a penar en la noche...
El hombre yacía tendido en el suelo, con los ojos desorbitados. Un continuo temblor sacudía sus miembros.
-¡No te preocupes por eso, infeliz !- continuó ella ,sin lástima- No voy a ir a perder contigo mi tiempo, aunque sea eterno. ¡Ya perdí mi vida, que no lo era, y con eso basta!
Después de lanzar un gemido rabioso, se sumergió en las profundidades del ataúd.
Antes de salir corriendo, Lola alcanzó a ver que el tipo se había desmayado y que la tapa del ataúd volvía lentamente a su sitio.
No paró de correr hasta que llegó a la reja del cementerio y, como la cesantía la había hecho bajar de peso, logró pasar entre dos barrotes.
A la noche siguiente, durmió en el paradero de buses.

Estaba llegando el Otoño y en el cementerio había empezado a hacer frío.... 


2 comentarios:

  1. Dice María Teresa González: Muy bueno tu cuento, Lily. Como siempre tan ocurrente, creativa y con un saludable sentido del humor.

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